martes, 8 de septiembre de 2020

MORENA y la sombra del caudillo


Por: Rafael de la Garza Talavera

Los conflictos políticos  derivados del proceso para la elección de la dirigencia del partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) son una muestra clara de una organización (y de un sistema político) que padece de un defecto estructural: la dependencia ideológica y política de su líder carismático y, para colmo, presidente de la república. Intervenga o no en la vida interna del partido, la sombra que proyecta su poder eclipsa cualquier posibilidad de que se convierta en el espacio de discusión y definición del rumbo del país que desean buena parte de sus integrantes.
    Este hecho no es nuevo en la historia política nacional; más bien se podría decir que es la constante, derivada de la construcción  de un sistema político que desde su nacimiento estuvo definido por el poder de los caudillos. Así fue en 1929, cuando el general Plutarco Elías Calles convocó a las fuerzas políticas afines a los ideales de la revolución mexicana. Sólo el poder y prestigio del caudillo hicieron posible que innumerables grupos -sin una estructura nacional y mucho menos una ideología compartida- se sometieran a su liderazgo. En este sentido, más que un  partido fue un frente político nacional que incluyó a todo el que quisiera participar, siempre y cuando aceptara el poder del jefe máximo de la revolución. Así nació el Partido Nacional Revolucionario (PNR), pieza clave del sistema político que colocó al presidente-caudillo por encima de todos.
    Poco  después, el general Lázaro Cárdenas reforzó al partido y al sistema político integrando a los trabajadores y campesinos organizados del país gracias, otra vez, a su liderazgo carismático, derivado de su política de masas y una acto nacionalista como el que más: la expropiación  petrolera en 1938. Una vez más la organización política dependerá completamente del poder del caudillo, de su capacidad para colocarse por encima del conflicto de clases y darle vida al bonapartismo mexicano.  Un privilegiado testigo de la época, Leon Trotsky , escribió al respecto:
 
“En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros. La actual política se ubica en la segunda alternativa; sus mayores conquistas son la expropiación de los ferrocarriles y las compañías petroleras”[i]
 
    La debilidad de la burguesía nacional es un hecho estructural en la formación social mexicana y sigue tan vigente, o incluso más, que en los años treinta. Tal vez la diferencia es que hoy no existe un proletariado organizado como el de aquellos años, aunque sí una mayoría de trabajadores pauperizados –sea en el sector formal o informal- por la dinámica del modelo neoliberal a lo largo de las últimas cuatro décadas. Son entonces las condiciones políticas y la correlación de fuerzas de las clases sociales las que determinan el carácter, que no la naturaleza, del bonapartismo. Esta se configura como una necesidad del régimen para mantener el dominio de la burguesía, aunque el estilo o el discurso político y ciertas políticas públicas puedan enfrentarse en apariencia a dicho dominio.
    A partir de los años del cardenismo y hasta el agotamiento del modelo económico en los años setenta, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) -nieto del PNR e hijo desobediente del Partido de la Revolución Mexicana (PRM), creado por el cardenismo para reconfigurar el naciente presidencialismo mexicano- el sistema político mantuvo su estabilidad gracias a una relativa bonanza económica y una represión sistemática a todo aquel que se opusiera al caudillo en turno. Pero nada es para siempre y la adaptación a las nuevas recetas económicas impuestas por el imperio y las transnacionales obligaron a la modificación de los equilibrios del viejo sistema para, poco a poco, imponer otro más acorde con los nuevos tiempos.
    Fue entonces cuando el PRI se resquebrajó, dando lugar al nacimiento de una  nueva fuerza política que, coincidentemente adoptó la forma de un frente político, esta vez llamado Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (FCRN). Fundado en 1987, allanó el camino para la aparición de un nuevo partido en el espectro político mexicano: El Partido de la Revolución Democrática (PRD). Sin embargo, su fuerza política estaba localizada en el liderazgo carismático de Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del general Cárdenas. Una vez más el poder del nuevo caudillo fue la clave para la construcción de un partido político que agrupó a expriístas, excomunistas y buena parte de las fuerzas políticas insatisfechas con el viejo partido de la revolución y con el viraje económico e ideológico del sistema. La apertura del modelo electoral y la transformación del sistema de partidos fue sin duda, en buena parte, obra del trabajo político del PRD y sus militantes. Empero, su vida interna estuvo siempre regulada por su fundador y luego por el caudillo emergente: Andrés  Manuel López Obrador. Una vez que ambos abandonaron al PRD, éste cayó en una grotesca decadencia, convirtiéndose en un minipartido que no tiene poder alguno o peor, en una rémora de sus antiguos adversarios políticos.
    Es así como la figura del líder carismático vuelve por sus fueros en el ámbito de los partidos políticos. El fraude electoral de 2006 dio lugar al surgimiento un nuevo frente político, concebido en el histórico plantón de miles de personas en el Paseo de la Reforma: El Movimiento de Regeneración Nacional. Y, si bien esta vez el liderazgo no estaba localizado en Palacio Nacional, la convergencia de diferentes sectores y grupos políticos está amparada en la figura del caudillo. La marca de nacimiento de MORENA es así la presencia de un liderazgo carismático que se colocó por encima de tirios y troyanos para darle un nuevo impulso al caudillismo en México.
    Las consecuencias de lo anterior están a la vista: imposibilidad de generar un liderazgo al interior de la organización partidista; de contar con  un  programa construido desde el partido; de no tener el control de la selección de candidatos para las elecciones; y sobre todo, de no poder intervenir, aunque sea de manera simbólica, en la elección de las políticas públicas impulsadas desde el gobierno federal. Desde su fundación, MORENA sólo contó con la presidencia fugaz del caudillo para no poder, hasta hoy, volver a tener una presidencia que no fuera provisional. Y el conflicto se mantiene y si bien no amenaza su existencia,      demuestra sin ambages su contradicción fundamental: aspirar a modificar de manera democrática el sistema político dependiendo de un caudillo que revitaliza la dinámica bonapartista en México.
   Resulta trágico que los millones de personas que impulsaron el surgimiento y desarrollo de MORENA se vean hoy en una situación en la que, a pesar de sus enormes esfuerzos y vitalidad, no puedan ni siquiera intervenir significativamente en el proceso de selección de su dirigencia, ya  no se diga aspirar a transformar este país. Hasta el momento, los conflictos internos del partido han impedido el nombramiento de un nuevo presidente que coordine los esfuerzos para enfrentar las elecciones intermedias del próximo año. En todo caso, gane quien gane el poder real vendrá de afuera del partido y quien se enfrente a él no tendrá ninguna futuro en la organización. Y esto a pesar de que el caudillo pretenda hacernos creer que él no está dispuesto a intervenir en su vida interna, que el ya no es jefe del partido sino jefe de Estado. La sombra del caudillo se proyecta en MORENA, y  las consecuencias están a la vista de todos.
    Su liderazgo, en la dinámica bonapartista de hoy, al igual que la de ayer, no tiene otra misión que mantener el poder del capital y proporcionarle al estado mexicano la legitimidad perdida. Lo demás, como decía Daniel Cosío Villegas, es sólo el estilo personal de gobernar.



[i] Trotsky, León, “La industria nacionalizada y la administración obrera”, publicado sin firma en Fourth International, agosto 1946. Tomado de Trotsky León, Escritos Latinoamericanos, Buenos Aires-México, CEIP, 2013, p. 154 (https://www.laizquierdadiario.mx/El-marxismo-de-Trotsky-ante-Mexico-y-America-Latina#nb3) El subrayado es mío.

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