Por: Rafael de la Garza Talavera
Los conflictos políticos
derivados del proceso para la elección de la dirigencia del partido
Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) son una muestra clara de una
organización (y de un sistema político) que padece de un defecto estructural:
la dependencia ideológica y política de su líder carismático y, para colmo,
presidente de la república. Intervenga o no en la vida interna del partido, la
sombra que proyecta su poder eclipsa cualquier posibilidad de que se convierta
en el espacio de discusión y definición del rumbo del país que desean buena
parte de sus integrantes.
Este hecho no es nuevo en la historia
política nacional; más bien se podría decir que es la constante, derivada de la
construcción de un sistema político que
desde su nacimiento estuvo definido por el poder de los caudillos. Así fue en
1929, cuando el general Plutarco Elías Calles convocó a las fuerzas políticas
afines a los ideales de la revolución mexicana. Sólo el poder y prestigio del
caudillo hicieron posible que innumerables grupos -sin una estructura nacional
y mucho menos una ideología compartida- se sometieran a su liderazgo. En este
sentido, más que un partido fue un
frente político nacional que incluyó a todo el que quisiera participar, siempre
y cuando aceptara el poder del jefe máximo de la revolución. Así nació el
Partido Nacional Revolucionario (PNR), pieza clave del sistema político que
colocó al presidente-caudillo por encima de todos.
Poco
después, el general Lázaro Cárdenas reforzó al partido y al sistema
político integrando a los trabajadores y campesinos organizados del país
gracias, otra vez, a su liderazgo carismático, derivado de su política de masas
y una acto nacionalista como el que más: la expropiación petrolera en 1938. Una vez más la
organización política dependerá completamente del poder del caudillo, de su
capacidad para colocarse por encima del conflicto de clases y darle vida al
bonapartismo mexicano. Un privilegiado
testigo de la época, Leon Trotsky , escribió al respecto:
“En los países
industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí
la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado
nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila
entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil
burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al
gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva,
por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien
convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado
con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el
proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la
posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas
extranjeros. La actual política se ubica en la segunda alternativa; sus
mayores conquistas son la expropiación de los ferrocarriles y las compañías
petroleras”[i]
La
debilidad de la burguesía nacional es un hecho estructural en la formación
social mexicana y sigue tan vigente, o incluso más, que en los años treinta.
Tal vez la diferencia es que hoy no existe un proletariado organizado como el
de aquellos años, aunque sí una mayoría de trabajadores pauperizados –sea en el
sector formal o informal- por la dinámica del modelo neoliberal a lo largo de
las últimas cuatro décadas. Son entonces las condiciones políticas y la
correlación de fuerzas de las clases sociales las que determinan el carácter,
que no la naturaleza, del bonapartismo. Esta se configura como una necesidad
del régimen para mantener el dominio de la burguesía, aunque el estilo o el
discurso político y ciertas políticas públicas puedan enfrentarse en apariencia
a dicho dominio.
A partir
de los años del cardenismo y hasta el agotamiento del modelo económico en los
años setenta, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) -nieto del PNR e
hijo desobediente del Partido de la Revolución Mexicana (PRM), creado por el
cardenismo para reconfigurar el naciente presidencialismo mexicano- el sistema
político mantuvo su estabilidad gracias a una relativa bonanza económica y una
represión sistemática a todo aquel que se opusiera al caudillo en turno. Pero
nada es para siempre y la adaptación a las nuevas recetas económicas impuestas
por el imperio y las transnacionales obligaron a la modificación de los
equilibrios del viejo sistema para, poco a poco, imponer otro más acorde con
los nuevos tiempos.
Fue
entonces cuando el PRI se resquebrajó, dando lugar al nacimiento de una nueva fuerza política que, coincidentemente
adoptó la forma de un frente político, esta vez llamado Frente Cardenista de
Reconstrucción Nacional (FCRN). Fundado en 1987, allanó el camino para la
aparición de un nuevo partido en el espectro político mexicano: El Partido de
la Revolución Democrática (PRD). Sin embargo, su fuerza política estaba localizada
en el liderazgo carismático de Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del general Cárdenas.
Una vez más el poder del nuevo caudillo fue la clave para la construcción de un
partido político que agrupó a expriístas, excomunistas y buena parte de las
fuerzas políticas insatisfechas con el viejo partido de la revolución y con el
viraje económico e ideológico del sistema. La apertura del modelo electoral y
la transformación del sistema de partidos fue sin duda, en buena parte, obra
del trabajo político del PRD y sus militantes. Empero, su vida interna estuvo
siempre regulada por su fundador y luego por el caudillo emergente: Andrés Manuel López Obrador. Una vez que ambos
abandonaron al PRD, éste cayó en una grotesca decadencia, convirtiéndose en un
minipartido que no tiene poder alguno o peor, en una rémora de sus antiguos
adversarios políticos.
Es así
como la figura del líder carismático vuelve por sus fueros en el ámbito de los
partidos políticos. El fraude electoral de 2006 dio lugar al surgimiento un
nuevo frente político, concebido en el histórico plantón de miles de personas
en el Paseo de la Reforma: El Movimiento de Regeneración Nacional. Y, si bien
esta vez el liderazgo no estaba localizado en Palacio Nacional, la convergencia
de diferentes sectores y grupos políticos está amparada en la figura del caudillo.
La marca de nacimiento de MORENA es así la presencia de un liderazgo
carismático que se colocó por encima de tirios y troyanos para darle un nuevo
impulso al caudillismo en México.
Las
consecuencias de lo anterior están a la vista: imposibilidad de generar un
liderazgo al interior de la organización partidista; de contar con un
programa construido desde el partido; de no tener el control de la
selección de candidatos para las elecciones; y sobre todo, de no poder
intervenir, aunque sea de manera simbólica, en la elección de las políticas
públicas impulsadas desde el gobierno federal. Desde su fundación, MORENA sólo
contó con la presidencia fugaz del caudillo para no poder, hasta hoy, volver a
tener una presidencia que no fuera provisional. Y el conflicto se mantiene y si
bien no amenaza su existencia,
demuestra sin ambages su contradicción fundamental: aspirar a modificar
de manera democrática el sistema político dependiendo de un caudillo que
revitaliza la dinámica bonapartista en México.
Resulta
trágico que los millones de personas que impulsaron el surgimiento y desarrollo
de MORENA se vean hoy en una situación en la que, a pesar de sus enormes
esfuerzos y vitalidad, no puedan ni siquiera intervenir significativamente en
el proceso de selección de su dirigencia, ya
no se diga aspirar a transformar este país. Hasta el momento, los
conflictos internos del partido han impedido el nombramiento de un nuevo
presidente que coordine los esfuerzos para enfrentar las elecciones intermedias
del próximo año. En todo caso, gane quien gane el poder real vendrá de afuera
del partido y quien se enfrente a él no tendrá ninguna futuro en la
organización. Y esto a pesar de que el caudillo pretenda hacernos creer que él
no está dispuesto a intervenir en su vida interna, que el ya no es jefe del
partido sino jefe de Estado. La sombra del caudillo se proyecta en MORENA, y las consecuencias están a la vista de todos.
Su liderazgo, en la dinámica bonapartista de hoy, al
igual que la de ayer, no tiene otra misión que mantener el poder del capital y
proporcionarle al estado mexicano la legitimidad perdida. Lo demás, como decía Daniel
Cosío Villegas, es sólo el estilo personal de gobernar.
[i] Trotsky, León, “La industria nacionalizada y la administración
obrera”, publicado sin firma en Fourth International, agosto 1946. Tomado de
Trotsky León, Escritos Latinoamericanos, Buenos Aires-México, CEIP, 2013, p.
154 (https://www.laizquierdadiario.mx/El-marxismo-de-Trotsky-ante-Mexico-y-America-Latina#nb3)
El subrayado es mío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario