Las campañas electorales utilizan desde
hace ya varias décadas las técnicas de mercadeo, particularmente
las encuestas, como una manera de medir el impacto de sus mensajes en
los votantes pero también para identificar las problemáticas que
más preocupan a la ciudadanía. Ambas proporcionan información
valiosa al candidato, lo que le permitirá afinar sus mensajes para
armonizarlos con las temáticas mas relevantes en la esfera pública.
Sin embargo, sin dejar de mantener su misión original, hoy por hoy
las encuestas se han convertido en simple publicidad, por medio de la
cual el candidato procura mejorar su imagen para hacerse pasar como
el favorecido por las preferencias electorales.
Resulta difícil pensar que las encuestas
no son consultadas por los equipos de campaña para conocer la
eficacia de sus esfuerzos para ganar elecciones, pero los resultados
reales no necesariamente se publican tal cual sin que se maquillan
para utilizarlos a favor del candidato. Nadie pagaría millones de
pesos a una consultora de publicidad para que le regresen una
encuesta en donde aparece como perdedor aunque resulta absurdo pagar
para que le oculten la verdad. La consultora deberá entonces echar
mano de sus mejores trucos para obtener el resultado deseado:
manipular las preguntas, seleccionar la muestra que mejor convenga al
candidato, ocultar el margen de error y un largo etcétera que sólo
los magos de la probabilidad conocen.
Como olvidar la campaña para la
presidencia de la república en el año 2000, cuando todas las casas
encuestadores, excepto una, le daba el triunfo por amplios márgenes
a Francisco Labastida quien a la postre perdió, demostrando los
límites de la propaganda basada en encuestas falsas. Y a pesar de
ello, se intensificó el uso de encuestas para engañar al votantes,
reproduciéndoles en periódicos, revistas y noticieros televisivos.
Es tanta su influencia que la ley electoral prohíbe la publicación
de encuestas días antes de la elección pues está comprobado su
poder para torcer las preferencias de votantes que, al igual que en
las casas de juego, prefiere apostar por el supuesto ganador.
Ahora bien, el resultado manipulado de una
encuesta sólo puede ser efectivo si es amplificado por los medios de
comunicación; repetido una y otra vez para que sea digerido por la
audiencia y a la postre se convierta en factor clave en sus
preferencias. En este sentido, la encuestas devienen publicidad
electoral que junto con los spots y los actos de campaña conforman
la triada básica de las campañas electorales. El impacto de
semejante estrategia en el costo de las campañas es enorme pues los
candidatos pagan con largueza a las encuestadoras, no se diga a las
televisoras y a los organizadores de los mítines, que muchas veces
contratan a empresas para coordinar el acarreo de 'entusiastas'
seguidores que aparecen luego vitoreando a otro candidato, previo
pago claro.
En el caso de las elecciones en Veracruz,
la manipulación de las encuestas se ha convertido en uno de los
elementos más importantes. Al inicio de la campaña el margen entre
los Yunes era grande pero poco a poco se fueron publicando resultados
que mostraban un crecimiento del candidato priísta hasta que con
bombo y platillo se anunció el esperado empate técnico. Seguramente
la diferencia ha cambiado pero resulta prácticamente imposible saber
en qué medida y sobre todo en que regiones y grupos de electores
pues la manipulación es evidente y desmentida por los otros
candidatos. Todos gritan a diestra y siniestra sus números como si
fueran los verdaderos pero sin ofrecer mayor prueba que su dudosa
honestidad.
Por lo anterior alguien podría sugerir la
posibilidad de que se eligiera una institución pública o de
reconocido prestigio para que de manera autónoma -sin recibir pago
de partidos sino financiado con recursos públicos- midiera las
preferencias de los votantes y los publicara regularmente a lo largo
de la campaña para que candidatos y electores contaran con una
referencia confiable. Lamentablemente la decadencia del sistema
político y la corrupción endémica arrastrarían al lodo semejante
intento, tal como ha sucedido con órganos y tribunales electorales,
por lo que por el momento no parece una opción viable. Tal vez el
INE podría revistar la metodología y los resultados de las
encuestas antes de ser publicados sus resultados como medio hace con
los spots, pero volvemos a lo mismo.
Así las cosas, las encuestas son otro
síntoma evidente de la patología electoral, pues en lugar de ser un
instrumento que sirva para tomar decisiones de los candidatos o guía
para el elector es mas bien utilizado para engañarlo y manipularlo.
Al grito de ¡Vamos arriba en las encuestas! los candidatos quieren
lograr resultados que probablemente podrían lograr por medio del
discurso coherente y honesto. Pero ¿para que correr riesgos? Mejor
mantener viva la esencia de la democracia liberal: la simulación y
la mentira.
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