Si
se acepta el hecho de que las transformaciones de las universidades
han condicionado las luchas estudiantiles, será necesario
analizarlas revisando sus demandas, sus formas de organización y las
características de sus acciones para demostrarlo. Para ello es
necesario ubicarlas en el contexto de un ciclo de luchas
estudiantiles mundial que tomó fuerza al despuntar el nuevo siglo y
en el que tuvo enorme influencia la rebelión zapatista en Chiapas
como espacio de resistencia al neoliberalismo.
En
efecto, si tomamos como punto de partida el movimiento estudiantil en
la UNAM que se desarrolló entre 1999 y 2000, se pueden distinguir
varios elementos que prefiguran la dinámica de los movimientos
estudiantiles contemporáneos. La influencia del zapatismo en el
movimiento encabezado por el Consejo General de Huelga (CGH) es
innegable, independientemente de las diferencias entra las corrientes
dominantes en su interior. Los principios organizativos del EZLN
–horizontalidad y rotatividad- fueron adoptados por el movimiento
del ’99 definiendo no sólo la organización sino también las
demandas y sus acciones de protesta.
A
diferencia del movimiento del ’68, el cual contó con una
dirigencia estable que tuvo un enorme control sobre el conjunto de
los integrantes del Consejo Nacional de Huelga (CNH), los estudiantes
en el ’99 rechazaron las dirigencias estables y con poder para
tomar decisiones en cualquier momento. Este hecho sigue siendo tema
de debate pues para algunos la ausencia de una dirigencia
estable debilita enormemente las posibilidades de que las luchas
estudiantiles tengan éxito. Pero por otro lado, la experiencia de
los movimientos estudiantiles ha demostrado que la existencia de
dirigencias estables ofrece un blanco fácil para la represión y
descabezamiento del movimiento estudiantil por parte del estado, o en
su defecto, la cooptación selectiva, mecanismo recurrente para
dividirlos y que ha engrosado tradicionalmente los cuadros
partidistas y de las instituciones del sistema.
En
todo caso, la horizontalidad es hoy una elemento central en la
dinámica del movimiento estudiantil que, sumado al principio de
rotatividad, configuran las formas organizativas estudiantiles
contemporáneas. La idea de que las actividades -sean de
representación, de comunicación o de relaciones con otros
movimientos- deben evitar el convertirse en privilegio de unos
cuantos; de que todos los participantes deben rotarse en las
funciones para evitar la especialización, es junto con la
horizontalidad la base de las formas de organización y de acciones
por parte de los estudiantes en lucha.
Sin
embargo, a pesar de las diferencias antes señaladas entre el
movimiento del ’68, ubicado claramente en el contexto de las
universidades de masas; y el del ’99, inmerso en el proceso de
fortalecimiento de la universidad-empresa, ambos comparten una de las
misiones fundamentales de los movimientos sociales: el poner a
discusión entre una sociedad determinada la legitimidad de un
agravio. Frecuentemente se califica a los movimientos antisistémicos
en lo general y los estudiantiles en particular, a partir de su
impacto en el sistema político (la creación de nuevas
instituciones, leyes o incluso partidos políticos) pero en realidad,
su misión descansa en la necesidad de colocar en el espacio público
un problema disfrazado o encubierto por el poder para construir una
solución al margen de los intereses de los grupos dominantes. En
otras palabras, los movimientos antisistémicos son por encima de
todo un proceso comunicativo que no pretende imponer una definición
del problema sino exponerlo de manera convincente en el espacio
público.
Ahora
bien, esto no quiere decir que las demandas que defienden ocupen un
lugar secundario en la dinámica de los movimientos estudiantiles. Y
es aquí en donde se puede observar que si bien los estudiantes
siguen siendo solidarios con otras luchas y otras problemáticas
ajenas a la educación superior, se concentran actualmente en
problemas relacionados con las universidades. La universidad-empresa
ha obligado al movimiento estudiantil a plantar sus barricadas al
interior de los espacios educativos. Baste comparar las demandas del
CNH y del CGH para confirmar lo anterior. Mientras en el ’68 las
demandas exhibieron claramente el carácter autoritario y
antidemocrático del régimen, en el ’99 se concentraron
principalmente en garantizar la gratuidad de la educación superior y
la necesidad de ampliar la participación política de los
estudiantes en la estructura universitaria. En ambos casos se
enfrentaron al autoritarismo gubernamental y académico.
En
este sentido, al compararlos no se pretende elegir cual fue mejor o
peor sino comprender sus diferencias a la luz de nuevas realidades.
Las críticas negativas a movimientos como el #YoSoy132 -a partir de
los movimientos estudiantiles de los sesenta y setenta- pasan por
alto que las condiciones materiales condicionan las acciones humanas
o de plano idealizan el pasado, sobre todo si son articuladas por los
que participaron en las luchas estudiantiles de aquéllos años.
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