sábado, 24 de octubre de 2015

La rebelión estudiantil en el siglo XXI


Si se acepta el hecho de que las transformaciones de las universidades han condicionado las luchas estudiantiles, será necesario analizarlas revisando sus demandas, sus formas de organización y las características de sus acciones para demostrarlo. Para ello es necesario ubicarlas en el contexto de un ciclo de luchas estudiantiles mundial que tomó fuerza al despuntar el nuevo siglo y en el que tuvo enorme influencia la rebelión zapatista en Chiapas como espacio de resistencia al neoliberalismo.

En efecto, si tomamos como punto de partida el movimiento estudiantil en la UNAM que se desarrolló entre 1999 y 2000, se pueden distinguir varios elementos que prefiguran la dinámica de los movimientos estudiantiles contemporáneos. La influencia del zapatismo en el movimiento encabezado por el Consejo General de Huelga (CGH) es innegable, independientemente de las diferencias entra las corrientes dominantes en su interior. Los principios organizativos del EZLN –horizontalidad y rotatividad- fueron adoptados por el movimiento del ’99 definiendo no sólo la organización sino también las demandas y sus acciones de protesta.

A diferencia del movimiento del ’68, el cual contó con una dirigencia estable que tuvo un enorme control sobre el conjunto de los integrantes del Consejo Nacional de Huelga (CNH), los estudiantes en el ’99 rechazaron las dirigencias estables y con poder para tomar decisiones en cualquier momento. Este hecho sigue siendo tema de debate pues para algunos la ausencia de una dirigencia estable debilita enormemente las posibilidades de que las luchas estudiantiles tengan éxito. Pero por otro lado, la experiencia de los movimientos estudiantiles ha demostrado que la existencia de dirigencias estables ofrece un blanco fácil para la represión y descabezamiento del movimiento estudiantil por parte del estado, o en su defecto, la cooptación selectiva, mecanismo recurrente para dividirlos y que ha engrosado tradicionalmente los cuadros partidistas y de las instituciones del sistema.

En todo caso, la horizontalidad es hoy una elemento central en la dinámica del movimiento estudiantil que, sumado al principio de rotatividad, configuran las formas organizativas estudiantiles contemporáneas. La idea de que las actividades -sean de representación, de comunicación o de relaciones con otros movimientos- deben evitar el convertirse en privilegio de unos cuantos; de que todos los participantes deben rotarse en las funciones para evitar la especialización, es junto con la horizontalidad la base de las formas de organización y de acciones por parte de los estudiantes en lucha.

Sin embargo, a pesar de las diferencias antes señaladas entre el movimiento del ’68, ubicado claramente en el contexto de las universidades de masas; y el del ’99, inmerso en el proceso de fortalecimiento de la universidad-empresa, ambos comparten una de las misiones fundamentales de los movimientos sociales: el poner a discusión entre una sociedad determinada la legitimidad de un agravio. Frecuentemente se califica a los movimientos antisistémicos en lo general y los estudiantiles en particular, a partir de su impacto en el sistema político (la creación de nuevas instituciones, leyes o incluso partidos políticos) pero en realidad, su misión descansa en la necesidad de colocar en el espacio público un problema disfrazado o encubierto por el poder para construir una solución al margen de los intereses de los grupos dominantes. En otras palabras, los movimientos antisistémicos son por encima de todo un proceso comunicativo que no pretende imponer una definición del problema sino exponerlo de manera convincente en el espacio público. 

Ahora bien, esto no quiere decir que las demandas que defienden ocupen un lugar secundario en la dinámica de los movimientos estudiantiles. Y es aquí en donde se puede observar que si bien los estudiantes siguen siendo solidarios con otras luchas y otras problemáticas ajenas a la educación superior, se concentran actualmente en problemas relacionados con las universidades. La universidad-empresa ha obligado al movimiento estudiantil a plantar sus barricadas al interior de los espacios educativos. Baste comparar las demandas del CNH y del CGH para confirmar lo anterior. Mientras en el ’68 las demandas exhibieron claramente el carácter autoritario y antidemocrático del régimen, en el ’99 se concentraron principalmente en garantizar la gratuidad de la educación superior y la necesidad de ampliar la participación política de los estudiantes en la estructura universitaria. En ambos casos se enfrentaron al autoritarismo gubernamental y académico.

En este sentido, al compararlos no se pretende elegir cual fue mejor o peor sino comprender sus diferencias a la luz de nuevas realidades. Las críticas negativas a movimientos como el #YoSoy132 -a partir de los movimientos estudiantiles de los sesenta y setenta- pasan por alto que las condiciones materiales condicionan las acciones humanas o de plano idealizan el pasado, sobre todo si son articuladas por los que participaron en las luchas estudiantiles de aquéllos años.

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