Al
referirnos al tema de los movimientos estudiantiles en el mundo
contemporáneo, su caracterización está directamente relacionada
con las transformaciones de las universidades en los últimos treinta
años. En este periodo, las luchas estudiantiles se desarrollaron en
el marco de la transición del desmantelamiento del estado de
bienestar y el surgimiento del estado neoliberal, lo que modificó
significativamente la resistencia estudiantil que al mismo tiempo que
defiende la educación universitaria como un derecho combate la
internalización y la incorporación de de los valores capitalistas
en los programas de estudio, en la dinámica de los procesos de
aprendizaje y de la investigación universitaria.
En
el caso mexicano, la masificación de la matrícula universitaria fue
un proceso diseñado desde el poder para contener la insurgencia
guerrillera y dar una apariencia de apertura democrática. Son los
tiempos del sexenio de Luis Echeverría, quien frente a la represión
del movimiento estudiantil en 1968 y luego en 197 así como el
surgimiento de la guerrilla urbana, aumentó el presupuesto para las
universidades y al mismo tiempo apoyó selectivamente a intelectuales
y opositores políticos, abriendo la puerta a la reforma política en
1977 y la supuesta transición democrática.
Surge
así la universidad de masas, la cual redefine los objetivos de la
educación superior en un contexto de crisis mundial del capital. Su
impacto en el movimiento estudiantil fue contradictorio: por un lado
generó amplio apoyo a régimen entre buena parte de los estudiantes
pero, el mismo tiempo, impulsó la creación de grupos estudiantiles
que reivindicaron las acciones armadas mientras que otros se
incorporaron a las luchas populares en sindicatos, organizaciones
campesinas urbano-populares.
La
universidad de masas generó así una mayor actividad política de
trabajadores, profesores y estudiantes universitarios, la cual estuvo
dirigida principalmente a la ampliación de derechos políticos,
sociales y económicos para grupos tradicionalmente excluidos de las
políticas públicas. Fue para algunos, la edad de oro del movimiento
estudiantil pues sus cuadros se convirtieron en una fuerza
organizativa e ideológica para amplios sectores de la población,
ajenos al clientelismo político del régimen. Tal vez el movimiento
urbano-popular de los años setenta y principios de los ochenta haya
sido el más beneficiado. El caso de la conformación de la colonia
Revolución en la capital del estado de Veracruz resulta un proceso
que ejemplifica lo anterior.
Con
el inicio de la década de los ochenta y la quiebra financiera del
país-inducida por el sistema financiero internacional- la
universidad de masas y la lucha estudiantil, dirigida primordialmente
a ampliar la inclusión social en el marco del estado de bienestar
empieza a transformarse. Esto no quiere decir que el movimiento
estudiantil cesara de plantearse su relación con los sectores más
desfavorecidos pero ahora tomará poco a poco conciencia de la
necesidad de defender la educación pública en las universidades,
acorralada por las políticas educativas impulsadas por el FMI y el
Banco Mundial. Y esto no implica exclusivamente la defensa del
presupuesto educativo sino la democratización de la formulación de
planes y programas de estudio.
Los
movimientos estudiantiles de 1986 y 1999 en la UNAM se opusieron
frontalmente al aumento de cuotas en la educación superior. Si bien
lograron detener las reformas al Reglamento General de Pagos
impulsadas por Jorge Carpizo y después por Francisco Barnes, el
proyecto neoliberal para la educación superior avanzó en otros
terrenos, particularmente en los ámbitos de la investigación y de
la enseñanza.
El
modelo neoliberal para la investigación universitaria tiene como
finalidad última establecer una relación subordinada de la
producción del conocimiento a las necesidades de las empresas,
quienes poco a poco lograron controlar con su poder económico los
espacios universitarios a cambio de redefinir los procesos y
finalidades de la investigación. La individualización y la
retribución de los investigadores en función de su productividad
-entendida ésta última como investigación útil para los
empresarios- es acompañada de una paulatina reducción de la
matrícula universitaria y el sometimiento de los programas de
estudio a la lógica del mercado laboral, a pesar de que la mayoría
de los egresados no encontrarán un trabajo digno y acorde con su
formación.
Pero
entonces si ajustar los programas de estudio a las necesidades de las
empresas no garantiza el empleo ¿Por qué buena parte de la
comunidad académica mantiene dicha dinámica en las universidades
públicas, no se diga en las privadas? La respuesta está en la
necesidad del capital de naturalizar sus valores en la sociedad y en
las universidades, internalizándolos en los estudiantes para
profundizar la dominación y minimizar la resistencia. Partir de éste
hecho resulta fundamental para conocer la dinámica de los
movimientos estudiantiles hoy.
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