En
las entregas anteriores se afirmó que las características de los
movimientos estudiantiles están directamente relacionadas con las
transformaciones de los modelos de explotación capitalista, las
cuales condicionan sus demandas y las formas de organización y de
acción. La función de las universidades pasa así de ampliar la
matrícula para la formación de mano de obra calificada a la
completa subordinación de la producción de conocimiento a las
necesidades del capital. Pero además, el desmantelamiento del estado
de bienestar aceleró la decadencia de las instituciones liberales
encaminadas a la formación de ciudadanía y la participación
política.
No
se puede negar que la participación política significativa en
México ha dejado de lado a los partidos políticos -a pesar de
supuestas transiciones y alternancias virtuales- para reformular la
dinámica participativa a partir de nuevas formas de organización y
rechazando la idea de tomar el estado para cambiar el mundo. Es por
ello que los movimientos estudiantiles han superado la etapa de las
federaciones organizadas desde el gobierno para crear organizaciones
de base con proyectos específicos, aunque sin olvidar sumarse a los
movimientos antisistémicos en el plano local, nacional e
internacional.
En
este sentido, la lucha estudiantil sigue siendo el espacio de
formación política pero ahora en un contexto que promueve la
despolitización por medio del consumismo y en donde los partidos
políticos y los sindicatos han olvidado su labor en pro de la
formación política . Y es ése el gran atractivo de los movimientos
para los estudiantes: son espacios para el conocimiento, defensa y
promoción de derechos, elemento central en la conformación de una
ciudadanía crítica y participativa.
Es
este hecho el hay que mantener a la vista a la hora de tratar de
medir el éxito o fracaso de un movimiento estudiantil crítico y en
franca oposición a la universidad-empresa y al estado neoliberal. No
se trata entonces de seguir pensando que un movimiento triunfa en
función de su impacto en el mundo institucional, como se mencionó
antes, si no en la construcción de procesos de politización
llevados a cabo a partir de la participación de los individuos y
colectivos en un movimiento determinado. Probablemente, al final de
un movimiento determinado, la frustración sea común entre muchos de
los participantes pero otros acumularán experiencia que se traducirá
eventualmente en nuevos proyecto y demandas, nuevas formas de acción
y de organización.
Si
se asume entonces que el atractivo de la participación política
para los estudiantes radica en la necesidad de un aprendizaje de la
política basado en la crítica de la realidad social -a contrapelo
del autoritarismo despolitizador- podrá comprenderse mejor la
dinámica de los movimientos estudiantiles y los logros que ofrece.
Salir
a la calle y protestar para defender derechos atropellados por la
lógica neoliberal parece para muchos una simple manifestación de
rebeldía juvenil que no lleva a nada. Se impone así la
descalificación y el sentimiento de derrota entre buena parte de los
participantes de las luchas estudiantiles, alimentando la anomia tan
conveniente al poder. Pero si se asume que la formación y
participación política es fundamental para la creación de una
sociedad democrática, es necesario abandonar la mirada despreciativa
y francamente discriminatoria que se utiliza para analizar a los
movimientos estudiantiles. Más aún, en buena medida, la crítica al
modelo deshumanizante del capitalismo contemporáneo proviene
precisamente de los movimientos estudiantiles. En el caso mexicano se
puede trazar una ruta de protesta estudiantil que va desde 1968,
pasando por 1986, 1999 y 2012, hasta la matanza de Iguala, que ha
puesto en la picota al estado y al modelo neoliberal que promueve
hasta la náusea. Si bien no ha sido el único sector de la sociedad
que ha protestado, no se puede negar que la luchas estudiantiles han
impulsado la crítica y la defensa de derechos. Sin los movimientos
señalados la historia de la resistencia en este país no podría
entenderse.
La
crítica estudiantil ha sido y es tan incómoda al estado que la
represión ha sido la constante; matanzas, desapariciones forzadas,
encarcelamiento, golpizas y levantones son la manera en que, por más
de cinco décadas, el estado ha respondido al desafío de las
rebeliones estudiantiles. El desafío consiste en la terquedad por
configurar nuevas formas de organización y de acción, opuestas
radicalmente al vanguardismo de la izquierda y el autoritarismo
verticalista de la derecha. Por el sólo hecho de concebir y poner en
práctica dinámicas y procesos alternativos al poder, el movimiento
estudiantil pisa fuerte en el presente y abre un camino hacia el
futuro. Organizar proyectos sin fines de lucro, rechazar el
consumismo despolitizador, colocar a la ética en el centro de la
política, representa sin duda un desafío enorme a la visión del
éxito capitalista. Y por ése solo hecho, los movimientos
estudiantiles son hoy fundamentales en el proceso de construir un
mundo donde quepan muchos mundos. Si aspiramos a la construcción de
sociedades democráticas necesitamos, hoy mas que nunca, a los
estudiantes participando en política, protestando en las calles,
construyendo proyectos alternativos en las universidades. Los
estudiantes no son sólo el futuro si no sobre todo el presente.