Una vez iniciado el mundial de futbol
organizado por la transnacional conocida como FIFA, las cámaras y micrófonos no
necesariamente estarán concentrados en las patadas y las tragedias nacionales
provocadas por el balón. Todo parece indicar que, más bien, el mundial estará
rodeado de protestas y manifestaciones de repudio al modelo económico impuesto
por Lula y Dilma así como al sometimiento del estado brasileño a las exigencias
de la FIFA, que en realidad son dos caras de la misma moneda.
Organizar un mundial implica un gastar a
manos llenas. En el portal de transparencia
Copa 2014 aparece el total presupuestado:
$25,608,111,426.94 de reales (alrededor
de $11,500 millones de dólares) pero
la cifra anterior puede subir sobre todo por el atraso en las obras y la
corrupción en el manejo de los recursos. Un referente de que los costos
programados siempre quedan por debajo de los reales son los Juegos
Panamericanos 2007, celebrados en Brasil, cuyo costo proyectado se multiplicó
por 10. Habría que agregar los efectos de la llamada ‘Ley FIFA’ firmada por
Dilma Rousseff, gracias a la cual los patrocinadores y la propia FIFA están
exentos de pagar impuestos al gobierno brasileño por un año.
Al mismo tiempo, los desalojos de cientos de
miles de personas para ‘liberar’ zonas urbanas y abrirlas a la inversión
privada, las protestas de trabajadores,
estudiantes y ciudadanos orientadas a contener la militarización, el aumento
del transporte, los recortes a la educación y un largo etcétera, abonan en la
misma dirección: el repudio generalizado en Brasil al mundial de futbol. El
ambiente que se vive en Rio de Janeiro está lejos de una fiesta popular. Más
bien, el mundial representa para los brasileños una coyuntura favorable para protestar
y poner en jaque al gobierno. No se puede olvidar que las elecciones generales
serán poco después del fin del mundial y Dilma se juega su reelección.
A lo largo de los últimos mundiales
organizados por la FIFA ha quedado cada vez más claro que lo importante es
garantizar ganancias para Joseph Blatter y sus socios. Al mejor estilo de las
mineras transnacionales, la FIFA pretende saquear a la población ‘bendecida’
con la celebración del mundial sin miramientos. Los griegos saben muy bien lo
que significa ser sede de las Olimpiadas y las consecuencias en el erario
público. La crisis griega estuvo determinada en buena parte por el enorme gasto
realizado para que los juegos fueran un negocio redondo para Comité Olímpico
Internacional.
Así las cosas, de lo que en el pasado
significaron los mundiales de fútbol y las olimpiadas, a saber, un momento de
convivencia entre los pueblos del mundo honrando en parte el espíritu de los
juegos entre los antiguos griegos, hoy no queda prácticamente nada. Hoy por
hoy, este tipo de justas no son más un pretexto más para impulsar las ganancias
de las transnacionales y una excelente oportunidad para los políticos locales
de acumular recursos para sus aspiraciones de poder y de paso mejorar su imagen
pública de cara a la población.
Seguramente, el mundial en Brasil será un
éxito financiero para las transnacionales pero no necesariamente un éxito
político para su oligarquía política y económica. La población enfrenta demasiadas calamidades
como para que se deje engañar por el influjo de las batallas en la cancha. El mundial de este año puede
dar al traste con los cálculos políticos de la burguesía brasileña y abrir paso
a una transformación social que los obligue a modificar sus planes. Es por eso
que el gobierno ha fortalecido su poder represor y hasta ahora ha demostrado
que no cejará en su empeño de convencer a los brasileños que el mundial es una
fiesta popular, y no precisamente con
los goles que anote su selección sino con los balazos, garrotazos, gases
lacrimógenos y detenciones que seguramente superarán ampliamente en número a
las anotaciones de los héroes del balón.
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