En su más reciente informe, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) afirmó que en el periodo comprendido entre 2008 y 2010 el número de pobres en nuestro país pasó de 48.8 millones a 52. En el sector catalogado como “pobreza alimentaria” hay al menos 28 millones de personas. En términos que seguramente no escucharemos en el informe de Coneval, a una cuarta parte de la población en México no le alcanza ni para comer.
Aventar números al aire sin llevar a cabo un análisis con mayor profundidad de la situación nos lleva a pasar por alto la complejidad del problema. Sucede también con el recuento de las víctimas de Calderón: repetir el número de muertes no nos da una perspectiva real de la gravedad del problema. Nos acostumbramos a los números, los repetimos y no tomamos conciencia de la crudeza de la situación.
Hay que señalar que las “objetivas” mediciones de la pobreza suelen ser llevadas a cabo en base a criterios arbitrariamente escogidos por instituciones que poco o nada conocen de las realidades a las que la mayoría de la población debe hacer frente. La realidad es que cantidad mucho mayor que la señalada vive en condiciones que atentan contra los principios básicos de la dignidad humana. Las mediciones generalmente están basadas en una línea de ingreso predeterminada por “expertos”, que presupone la cobertura mínima de ciertas necesidades por parte de las familias. Los factores que intervienen en la calidad de vida de las familias rebasan por mucho el simple criterio de un ingreso promedio. Resulta poco menos que imposible cuantificar de manera exacta la pobreza, más una observación de mayor profundidad sobre las realidades de nuestra sociedad nos basta para afirmar que las cantidades son mucho mayores.
Esto resulta aún más alarmante si tomamos la situación actual de violencia por la que atraviesa el país. Al sabido rezago estructural que presenta nuestra sociedad en la distribución de recursos, mismo que ha existido desde siempre y no ha hecho más que aumentar en las últimas décadas, le sumamos una coyuntura en la que la guerra desatada irresponsablemente por Calderón pone en entredicho nuestra seguridad.
Increíblemente, tal pareciera que la situación económica pasa a un segundo plano cuando la vida misma de los ciudadanos es puesta en el frente de una batalla cuyos dividendos son completa y evidentemente opuestos a los de una sociedad sumida en una pobreza estructural, cuyas necesidades más básicas son completamente desatendidas por un gobierno empecinado en llevar a cabo una lucha que, para colmo de males, no puede ser ganada mediante la “estrategia” utilizada.
El problema del narcotráfico tiene precisamente en las profundas desigualdades sociales sus raíces más profundas: hacerle frente a los cárteles de manera directa no resuelve las contradicciones mismas de un sistema podrido desde las entrañas. Simple y sencillamente, la pobreza alimenta al crimen. Le provee de mano de obra (los niveles de desempleo en la economía formal están por los cielos, y las oportunidades de encontrar trabajo son cada vez menores), le provee de consumidores, le provee de una estructura social resquebrajada y fácilmente penetrable por síntomas como la corrupción.
Por otro lado, es necesario recordar que la crisis económica (conocida como “el catarrito”) no sólo no ha pasado, sino que se avecinan tiempos aún más complicados para la economía global (el endeudamiento de los Estados Unidos es uno de los principales síntomas).
Calderón, por su parte, tiene el descaro de afirmar que la pobreza extrema se contuvo durante su sexenio, cuando los datos indican que en su gobierno cuando menos 13 millones de personas vieron sus ingresos pasar por debajo de la línea de pobreza. No conforme, ruega por poder pasar por el Congreso una reforma laboral que, con los pretextos de elevar la productividad y la misma cantaleta de siempre, termine por afectar de manera directa a los trabajadores del país.
Las soluciones a los problemas del país no pasan ni por guerras estúpidas, ni por “programas de combate a la pobreza” ni mucho menos por reformas fiscales y laborales que atenten, una vez más, contra la mayoría de la población. De continuar con el rumbo propuesto por la administración de Calderón, las dificultades por las que atravesamos no sólo no encontraran respuesta, sino que se harán cada vez mayores y más difíciles de resolver.
Aventar números al aire sin llevar a cabo un análisis con mayor profundidad de la situación nos lleva a pasar por alto la complejidad del problema. Sucede también con el recuento de las víctimas de Calderón: repetir el número de muertes no nos da una perspectiva real de la gravedad del problema. Nos acostumbramos a los números, los repetimos y no tomamos conciencia de la crudeza de la situación.
Hay que señalar que las “objetivas” mediciones de la pobreza suelen ser llevadas a cabo en base a criterios arbitrariamente escogidos por instituciones que poco o nada conocen de las realidades a las que la mayoría de la población debe hacer frente. La realidad es que cantidad mucho mayor que la señalada vive en condiciones que atentan contra los principios básicos de la dignidad humana. Las mediciones generalmente están basadas en una línea de ingreso predeterminada por “expertos”, que presupone la cobertura mínima de ciertas necesidades por parte de las familias. Los factores que intervienen en la calidad de vida de las familias rebasan por mucho el simple criterio de un ingreso promedio. Resulta poco menos que imposible cuantificar de manera exacta la pobreza, más una observación de mayor profundidad sobre las realidades de nuestra sociedad nos basta para afirmar que las cantidades son mucho mayores.
Esto resulta aún más alarmante si tomamos la situación actual de violencia por la que atraviesa el país. Al sabido rezago estructural que presenta nuestra sociedad en la distribución de recursos, mismo que ha existido desde siempre y no ha hecho más que aumentar en las últimas décadas, le sumamos una coyuntura en la que la guerra desatada irresponsablemente por Calderón pone en entredicho nuestra seguridad.
Increíblemente, tal pareciera que la situación económica pasa a un segundo plano cuando la vida misma de los ciudadanos es puesta en el frente de una batalla cuyos dividendos son completa y evidentemente opuestos a los de una sociedad sumida en una pobreza estructural, cuyas necesidades más básicas son completamente desatendidas por un gobierno empecinado en llevar a cabo una lucha que, para colmo de males, no puede ser ganada mediante la “estrategia” utilizada.
El problema del narcotráfico tiene precisamente en las profundas desigualdades sociales sus raíces más profundas: hacerle frente a los cárteles de manera directa no resuelve las contradicciones mismas de un sistema podrido desde las entrañas. Simple y sencillamente, la pobreza alimenta al crimen. Le provee de mano de obra (los niveles de desempleo en la economía formal están por los cielos, y las oportunidades de encontrar trabajo son cada vez menores), le provee de consumidores, le provee de una estructura social resquebrajada y fácilmente penetrable por síntomas como la corrupción.
Por otro lado, es necesario recordar que la crisis económica (conocida como “el catarrito”) no sólo no ha pasado, sino que se avecinan tiempos aún más complicados para la economía global (el endeudamiento de los Estados Unidos es uno de los principales síntomas).
Calderón, por su parte, tiene el descaro de afirmar que la pobreza extrema se contuvo durante su sexenio, cuando los datos indican que en su gobierno cuando menos 13 millones de personas vieron sus ingresos pasar por debajo de la línea de pobreza. No conforme, ruega por poder pasar por el Congreso una reforma laboral que, con los pretextos de elevar la productividad y la misma cantaleta de siempre, termine por afectar de manera directa a los trabajadores del país.
Las soluciones a los problemas del país no pasan ni por guerras estúpidas, ni por “programas de combate a la pobreza” ni mucho menos por reformas fiscales y laborales que atenten, una vez más, contra la mayoría de la población. De continuar con el rumbo propuesto por la administración de Calderón, las dificultades por las que atravesamos no sólo no encontraran respuesta, sino que se harán cada vez mayores y más difíciles de resolver.
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