Previendo la próxima y renovada crisis que se avecina (hace meses que nos advirtieron de su advenimiento), se antoja impostergable la elaboración de una estrategia que, conjuntamente, esto es, con el aval y soporte de todos los grupos afectados por la vorágine de la usura financiera, consiga articular ya no los intereses, sino la exigencias colectivas que cada vez encuentran más y más obstáculos para su satisfacción. Resulta curioso observar como diversas fuentes de información y producción de opinión consagran el contenido de sus espacios a la crítica de la desventurada realidad, sin encontrar, no obstante, una directriz, una línea general, un eje en torno al cual se exprese con relativa exactitud el hartazgo colectivo cuya génesis remite necesariamente a un sistema donde las aves de rapiña hacen y deshacen a su antojo. En México, como en Estados Unidos, la sociedad sigue confiándoles el rumbo de los asuntos públicos a los ejecutores intelectuales y materiales de la crisis. Y vuelve la burra al trigo: profundización de los conflictos estructurales, con la venia de los “representantes populares”.
Justamente la semana pasada abordábamos el tema de la fractura entre sociedad civil y Estado. La discusión referida en ese artículo cobra todavía más vigencia a partir de los acontecimientos de la semana en curso. (Véase la determinación de Washington al término de la disputa política sobre la deuda y el déficit presupuestario). El distanciamiento entre la sociedad políticamente organizada y el Estado monopólicamente administrado es una disposición inaplazable.
Si bien es cierto que se han dado pasos importantes en la dirección correcta (¿políticamente incorrecta?), es menester reconocer que aún falta un largo trecho para arribar a instancias que vivifiquen el aletargado arrojo movilizador de un pueblo largamente atropellado, y consecuentemente alcanzar una resistencia estructurada. Si el capital y sus apéndices productivos, comerciales y financieros lograron expandirse a un grado tal que hoy nadie pone en duda la condición “global” de la economía, no hay motivo para descreer del potencial para “globalizar” la resistencia política. De hecho, es algo que ha venido ocurriendo de manera activa y progresiva. En este sentido, es de vital importancia mirar el desempeño y curso de movimientos cuyo radio de acción directo está fuera de nuestras fronteras. España, Grecia, Inglaterra, Chile, Estados Unidos, África septentrional, cuyas geografías están en franca convulsión social, son casos cercanos –política y socialmente– que habremos de seguir con el correspondiente cuidado. Allí se incuban nuevos modelos y experimentos políticos que más temprano que tarde habrán de reconfigurar la constelación societal.
¿Es que acaso no hemos reparado en la acumulativa secuencia de perjuicios ocasionados por el formato político de la representación? En México, este régimen condujo al actual estado de terror; en Estados Unidos está conduciendo a una pauperización de la población sin parangón en la historia moderna.
La economía mexicana languidece juntamente con la economía del vecino del norte. Las consecuencias no son las mismas. Tristemente, para México son más funestas. Sin embargo, los mecanismos de control político sí lo son. Y en esto, sólo en esto, estamos hermanados ambos pueblos.
Otra crisis en puerta. Otro portazo institucional en la cara de la sociedad. Estados Unidos exportará al mundo nuevas oleadas de descontrol económico ¿Cuántas más? En los circuitos gubernamentales en México la respuesta es, aunque cruda, apreciablemente pragmática: tantas cuantas el tío Sam convenga. En la sociedad civil mexicana, la respuesta debe ser diametralmente opuesta: ni una más.
Justamente la semana pasada abordábamos el tema de la fractura entre sociedad civil y Estado. La discusión referida en ese artículo cobra todavía más vigencia a partir de los acontecimientos de la semana en curso. (Véase la determinación de Washington al término de la disputa política sobre la deuda y el déficit presupuestario). El distanciamiento entre la sociedad políticamente organizada y el Estado monopólicamente administrado es una disposición inaplazable.
Si bien es cierto que se han dado pasos importantes en la dirección correcta (¿políticamente incorrecta?), es menester reconocer que aún falta un largo trecho para arribar a instancias que vivifiquen el aletargado arrojo movilizador de un pueblo largamente atropellado, y consecuentemente alcanzar una resistencia estructurada. Si el capital y sus apéndices productivos, comerciales y financieros lograron expandirse a un grado tal que hoy nadie pone en duda la condición “global” de la economía, no hay motivo para descreer del potencial para “globalizar” la resistencia política. De hecho, es algo que ha venido ocurriendo de manera activa y progresiva. En este sentido, es de vital importancia mirar el desempeño y curso de movimientos cuyo radio de acción directo está fuera de nuestras fronteras. España, Grecia, Inglaterra, Chile, Estados Unidos, África septentrional, cuyas geografías están en franca convulsión social, son casos cercanos –política y socialmente– que habremos de seguir con el correspondiente cuidado. Allí se incuban nuevos modelos y experimentos políticos que más temprano que tarde habrán de reconfigurar la constelación societal.
¿Es que acaso no hemos reparado en la acumulativa secuencia de perjuicios ocasionados por el formato político de la representación? En México, este régimen condujo al actual estado de terror; en Estados Unidos está conduciendo a una pauperización de la población sin parangón en la historia moderna.
La economía mexicana languidece juntamente con la economía del vecino del norte. Las consecuencias no son las mismas. Tristemente, para México son más funestas. Sin embargo, los mecanismos de control político sí lo son. Y en esto, sólo en esto, estamos hermanados ambos pueblos.
Otra crisis en puerta. Otro portazo institucional en la cara de la sociedad. Estados Unidos exportará al mundo nuevas oleadas de descontrol económico ¿Cuántas más? En los circuitos gubernamentales en México la respuesta es, aunque cruda, apreciablemente pragmática: tantas cuantas el tío Sam convenga. En la sociedad civil mexicana, la respuesta debe ser diametralmente opuesta: ni una más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario