Cuando la elite empresarial –particularmente la que invierte sus capitales en la industria turística y de entretenimiento– y sus delegados “públicos” (nótese la contradicción) exhortan insistentemente a los turistas nacionales y extranjeros a visitar los diversos sitios de atracción e interés que ofrece el país, se ven forzados a presentar, con el uso de imágenes y slogans manipulados, una realidad que carece de verosimilitud. Esto, con el afán de ofertar, cual mercancía fetichizada, destinos nacionales que, no obstante su pletórico patrimonio, se encuentran en franca convulsión bélica, y cuya funesta actualidad está más próxima al terror que a la atracción.
Cabe apuntar que en Estados Unidos comienza a circular en televisión un video donde Felipe Calderón, en compañía de un dócil funcionario norteamericano, realiza un recorrido por distintos puntos de interés turístico en Michoacán, concluyendo la feliz excursión con una visita al cálido hogar de los padres del “hijo obediente”. El objeto del video promocional es claro: convencer a los estadounidenses de que México, “pese al tema del combate al narcotráfico”, es un destino propicio, atractivo y deseable para el turista. El material audiovisual aludido, deja entrever dos puntos, a mi juicio, claves para entender la agenda de la clase política mexicana, a saber: uno, que su preocupación medular gira en torno al rendimiento de cuentas con Estados Unidos, esto es, que todo cuanto se hace y dice en México se explica en función del beneplácito del vecino, y dos –que obligadamente nos remite al punto uno–, que los mexicanos somos carne de cañón, “daños colaterales” o “shots de tequila” a lo mucho, en el abanico de propósitos de la clase política nacional; que no importa cuán jodidas sean las condiciones de vida de la población mientras el interés de la nomenclatura gubernativa –que rinde pleitesía al vecino del norte en toda oportunidad– se cumpla y efectué a raja tabla; que es menester preservar el curso lucrativo e ininterrumpido de los negocios aunque esto implique negar la existencia de un drama inenarrable, donde la muerte es el protagonista de la vida nacional.
(Nota marginal: En cuestiones como la anterior se expresa, en su cabal y legítima dimensión, la noción de representación. ¿A quién representa la clase política mexicana, sin distingo de colores y/o idearios?)
Cabe observar que esta campaña de aliento a la recuperación de la actividad turística también tiene su contraparte nacional. Cada que nos aproximamos a un periodo vacacional, los anuncios comerciales se empeñan en persuadir a los mexicanos a que viajen y disfruten de las riquezas nacionales, omitiendo incansablemente las amenazas latentes que presentan las carreteras y autopistas del país. El grueso de los secuestros masivos, a cargo de cárteles y aliados militares, han ocurrido justamente en los tramos carreteros neurálgicos, cuyas innumerables víctimas, por cierto, yacen hoy bajo tierra.
“México: vive lo tuyo”, es la principal frase publicitaria dirigida al auditorio local. Si se observa desde un ángulo franco se antoja un tanto cuanto perverso el slogan.
Marcando una distancia sana, a nuestro entender justa, con la visión empresarial y oficialista, habrá que decir que la percepción social del México actual es generosamente disímil. Que al pensar México, acuden a la mente impresiones e imágenes donde la “tierra”, la tierra de uno, ha devenido un paraíso de la criminalidad, un teatro de guerra, un rastro ya no de ganado porcino, sino de humanos, donde la inseguridad deja una estela atroz de cadáveres, mientras los entusiastas responsables de la masacre siguen ocupados con la promoción mercantil del país y los asuntos –bandidaje– de Estado.
Cabe apuntar que en Estados Unidos comienza a circular en televisión un video donde Felipe Calderón, en compañía de un dócil funcionario norteamericano, realiza un recorrido por distintos puntos de interés turístico en Michoacán, concluyendo la feliz excursión con una visita al cálido hogar de los padres del “hijo obediente”. El objeto del video promocional es claro: convencer a los estadounidenses de que México, “pese al tema del combate al narcotráfico”, es un destino propicio, atractivo y deseable para el turista. El material audiovisual aludido, deja entrever dos puntos, a mi juicio, claves para entender la agenda de la clase política mexicana, a saber: uno, que su preocupación medular gira en torno al rendimiento de cuentas con Estados Unidos, esto es, que todo cuanto se hace y dice en México se explica en función del beneplácito del vecino, y dos –que obligadamente nos remite al punto uno–, que los mexicanos somos carne de cañón, “daños colaterales” o “shots de tequila” a lo mucho, en el abanico de propósitos de la clase política nacional; que no importa cuán jodidas sean las condiciones de vida de la población mientras el interés de la nomenclatura gubernativa –que rinde pleitesía al vecino del norte en toda oportunidad– se cumpla y efectué a raja tabla; que es menester preservar el curso lucrativo e ininterrumpido de los negocios aunque esto implique negar la existencia de un drama inenarrable, donde la muerte es el protagonista de la vida nacional.
(Nota marginal: En cuestiones como la anterior se expresa, en su cabal y legítima dimensión, la noción de representación. ¿A quién representa la clase política mexicana, sin distingo de colores y/o idearios?)
Cabe observar que esta campaña de aliento a la recuperación de la actividad turística también tiene su contraparte nacional. Cada que nos aproximamos a un periodo vacacional, los anuncios comerciales se empeñan en persuadir a los mexicanos a que viajen y disfruten de las riquezas nacionales, omitiendo incansablemente las amenazas latentes que presentan las carreteras y autopistas del país. El grueso de los secuestros masivos, a cargo de cárteles y aliados militares, han ocurrido justamente en los tramos carreteros neurálgicos, cuyas innumerables víctimas, por cierto, yacen hoy bajo tierra.
“México: vive lo tuyo”, es la principal frase publicitaria dirigida al auditorio local. Si se observa desde un ángulo franco se antoja un tanto cuanto perverso el slogan.
Marcando una distancia sana, a nuestro entender justa, con la visión empresarial y oficialista, habrá que decir que la percepción social del México actual es generosamente disímil. Que al pensar México, acuden a la mente impresiones e imágenes donde la “tierra”, la tierra de uno, ha devenido un paraíso de la criminalidad, un teatro de guerra, un rastro ya no de ganado porcino, sino de humanos, donde la inseguridad deja una estela atroz de cadáveres, mientras los entusiastas responsables de la masacre siguen ocupados con la promoción mercantil del país y los asuntos –bandidaje– de Estado.
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