jueves, 3 de junio de 2010

La ideología estadounidense


Los siglos XIX y XX arrojaron como protagonista en el escenario geopolítico y geocultural al “gigante” de Norte América: los Estados Unidos. El aporte inapelable de holandeses, franceses y británicos al desarrollo de una economía capitalista avanzada en la región septentrional del continente sirvió de base para la consolidación de Estados Unidos como centro y pilar del mercado global. El resultante de la conquista de la supremacía económica mundial, fue la conquista de la supremacía ideológica y cultural a escala planetaria. Aun hoy, en el contexto de la desintegración de la hegemonía estadounidense, la mayoría de los países tratan de emular política, económica y culturalmente al alicaído gigante de Norte América.

Como todo sistema de creencias, la ideología estadounidense hace gala de un contenido altamente subjetivo, virtual, fantasioso –aunque quizá con mayor insistencia e intensidad que otras. El American Dream, expresión lingüística de la ideología estadounidense, es, tal y como su nombre lo indica, un ensueño, una ilusión, una elaboración cuasi onírica.

Está ampliamente documentado que la experiencia onírica ocurre mientras el individuo duerme profundamente y se encuentra bajo niveles ínfimos de actividad fisiológica. El sueño estadounidense, no obstante, tiene una desviación curiosa en relación con el sueño del durmiente: presenta un alto índice de actividad física, pero bajos –bajísimos- niveles de actividad mental genuina. Allí radica su éxito.

La racionalidad técnica (aquello que eufemísticamente llaman ciencia y conocimiento humanos), es la confirmación de una realidad tergiversada, sumergida en imágenes, sensaciones, pensamientos, deseos y aspiraciones que brotan del repertorio iconográfico/idiosincrásico del American Dream: la propiedad inalienable, el éxito, la vanagloria, el consumo, la comodidad, el lujo, el despilfarro del ocio, la servidumbre agradable, la vida privada, la fantasía que entretiene y alivia –la ficción (Disneyland, Neverland, Hollywood, Vegas, Broadway).

Casualmente (o causalmente), conforme la realidad supera de forma cruda e insistente a la ficción, el anhelo de la sociedad por acceder y adentrarse al mundo de los sueños se incrementa a la par, acaso como consuelo y/o alivio. Este mundo basado en lo ficticio y trivial se legitima –pese a su alto índice de exclusión- mediante la incorporación de algunos cuantos individuos privilegiados, provenientes de distintas capas sociales, a los dulces pantanos del sueño estadounidense: Estos pocos encarnan la realización gratificante del sueño, y así, quienes permanecen –la enorme mayoría- en el terreno del “nightmare” (pesadilla) se culpan a sí mismos de su dolorosa y miserable circunstancia. De este perverso maniqueo surge y se alimenta la torcida lógica del perdedor-triunfador: En un mundo “intrínsecamente” competitivo unos ganan, otros pierden; unos sueñan plácidamente, otros padecen trastornos e insomnio.

La sociedad norteamericana es una sociedad de consumo. Los símbolos nacionales de facto son el dólar y las firmas empresariales que dormitan en su seno (McDonalds, Starbucks, Costco, Nike, Ford, Microsoft, General Electric, GAP, Wallmart etc.). El carácter transnacional de sus corporaciones y su moneda ha producido un brote exponencial de pequeñas “Norteaméricas” a lo largo y ancho del orbe. Estos tentáculos han sido vehículos inmejorables para la labor de propagación del American Dream.

El folklore yanqui de pronto asume la forma de cultura. Con la mundialización del mercado, la cultura del país más poderoso se convierte en cultura de masas a escala global. La inserción de esta cultura omnipotente en territorios de longeva tradición aniquila lentamente el patrimonio histórico de las Naciones y convierte a sus comunidades en replicas bizarras del paradigma estadounidense: El mundo se introduce en una fase tan profunda del sueño que su rostro somnoliento e irreal se vuelve imperceptible.

Así, el sueño deja de ser algo meramente deseable, codiciable, para convertirse en algo apremiante y a la vez inaprensible, remoto: es la llave mágica para la supervivencia, la seguridad y la realización personal y familiar.

Bien podríamos decir que el común denominador de las personas entiende por “superación” y “crecimiento” la consecución de un estilo vida semejante al “american way of LIE”. La ideología estadounidense ha logrado conquistar los corazones de propios y extraños, de niños y viejos, de pueblos y comunidades enteras. Cuando en la conciencia colectiva la idea del mejoramiento de vida esta íntimamente vinculado a la abundancia material y la opulencia, a la capacidad de consumo y la notoriedad, la sociedad –y los individuos que la componen- se presta a aceptar mansa y dócilmente una ideología que satisface tales ambiciones, aunque su realización esté sujeta a ciertas prerrogativas y aptitudes.

Precisamente en este último punto es donde la ideología del declinante gigante ha obtenido los resultados más positivos y contundentes. Es tal el nivel de ideologización de la actual sociedad mundial (especialmente los estratos medios), que todo fracaso o descalabro personal se le atribuye al individuo a priori, a su incompetencia y/o limitación, y nunca a las deficiencias congénitas del sistema social. Aunque la religión sigue desempeñando un papel cardinal en las labores de consuelo, el individuo moderno (o posmoderno, que no es lo mismo, pero es igual) ya no encuentra tan fácilmente la manera de aliviar su insatisfacción. La ideología estadounidense, no obstante, ha logrado orientar esta frustración e impotencia acumulativas hacia la concreción de sus designios oníricos, y ha lanzado al mercado mundial el bálsamo curalotodo, redentor de los desdichados: libros y cursos de superación personal, autoestima y autoayuda. De pronto, el sueño del durmiente –inserto en el American Dream- llega a alcanzar niveles de absoluta parálisis mental: el individuo somnoliento ingiere píldoras aletargantes. Solo así, los individuos llegan a abrazar la absurda creencia de que lo importante y trascendente en la vida es combatir todo aquello que transgrede el autoestima, aunque esto implique pisotear al prójimo o degradar la integridad y dignidad personales.

Uno de los logros mas notorios (y peligrosos) de la ideología estadounidense ha sido la conquista de la confusión y la inversión de la lógica –de la ley causa-efecto, sobre todo en cuestiones de carácter público, social, político. La ideología estadounidense ve en la pobreza los males de la democracia republicana, en lugar de ver en la democracia republicana el germen de un pueblo oprimido. Lejos de ver en el mercado la causa de la descomposición social, la ideología estadounidense ve en la descomposición social la fuente de las fallas del mercado. La ideología estadounidense, en lugar de ver en el Estado la razón de las dolencias sociales, ve en las imperfecciones sociales las causas de la inoperancia de un Estado. Lejos de buscar en el capitalismo la explicación del comportamiento humano contemporáneo, la ideología estadounidense busca en la conducta manifiesta y en las ideas imperantes la exculpación del capitalismo: explica la Historia arrancando de presupuestos actuales, en lugar de explicar los principios reinantes a partir de la Historia.

Sin embargo, la Historia, aquella a la que ha manifestado un desdén persistente la ideología estadounidense, hoy nos advierte y previene del inminente desplome de los Estados Unidos. Una vez que pierda en definitiva su privilegiada posición en la economía mundial, es innegable que perderá igualmente su capacidad de difusión y convencimiento ideológico. Tal vez entonces la sociedad despierte del extenso y ominoso letargo en el que se halla sumergida, y recuerde acaso con vergüenza su otrora sonámbula y servil displicencia.

Ahora, si bien es cierto que hoy la cultura yanqui no es mas que un folklore moribundo, si bien es cierto que nos encontramos en el último tramo del ciclo del sueño, del American Dream, ¿será que esto signifique la antesala de una revolución de la conciencia y el pensamiento humanos? ¿Será que al fin los hombres procuraremos pautas de pensamiento más sensatas y plausibles, más verosímiles y francas? ¿O acaso recurriremos una vez mas a las fórmulas hipnóticas y enajenantes de milenaria existencia, de placentera esclavitud?

Las respuestas no las tengo, instruido lector. El futuro es intrínsecamente impredecible. Solo puedo decir que este humilde servidor, felizmente, ha abandonado la fase mas profunda del sueño. Y puedo imaginar que despertar y ver la luz del día será tan desconcertante como salir de un prolongado coma.

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