No podemos entender la evolución del sistema económico que prevalece actualmente sin voltear y dar una mirada al continente africano. El esclavismo no era nada nuevo cuando Europa comienza su expansión en nuestro continente: las antiguas sociedades griegas y romanas eran sociedades con sistemas de esclavitud hereditarios. Sin embargo, en la moderna, ilustrada y renacentista Europa del siglo XVI, la esclavitud adquiere una característica fundamental: se convierte en el centro del comercio internacional y se encontraba determinada por el color de la piel.
El intercambio entre Europa y África no es muy difícil de comprender: durante los siglos XVI y XVII África se convierte en el principal proveedor de fuerza de trabajo para las aventuras colonizadoras europeas, a cambio de nada.
Posteriormente, y por espacio de los últimos 300 años, de África salían diamantes, cobre, oro, marfil, café, etcétera a cambio, otra vez, de nada.
El subdesarrollo africano no es casualidad, sino una directa consecuencia del desarrollo europeo.
Es común ver imágenes de las miserias que se sufren en el continente negro: el hambre que padecen cientos de miles se exhibe como si de una catástrofe natural se tratara; los conflictos entre etnias son motivo de películas que intentan conmover y provocar un sentimiento de compasión. Nada se menciona del saqueo colonial, de la trata de esclavos, del monocultivo obligatorio, de los salarios de risa, de la invención de fronteras falsas, de los grandes negocios como el de las armas, y demás bendiciones que las potencias coloniales dejaron en el continente.
Hoy, a más de 500 años de la primera vez que África fue explotada, se presenta una oportunidad para hacerlo de nueva cuenta: llevarles un mundial de fútbol.
El campeonato ha sido descrito como una fiesta para el continente entero, así como una oportunidad de oro para Sudáfrica para crecer económicamente.
El gobierno sudafricano invirtió cerca de 2 mil quinientos millones de dólares en infraestructura e instalaciones. La perspectiva de crecimiento económico para este año es de un 2.6% fruto de recibir a más de dos millones de aficionados (dato curioso: los anfitriones de los últimos cinco mundiales han experimentado desaceleración económica el año posterior a la copa del mundo).
Y después del número, de vuelta a la realidad: cuatro de cada diez sudafricanos viven con menos de dos dólares diarios (línea de pobreza de la ONU); entre el 40% del total de la población se reparte apenas el 10% de la riqueza del país (el 20% de las familias más ricas controlan cerca del 70% de los ingresos); la esperanza de vida es de apenas 51 años; el 24.3% de la población en edad de trabajar se encuentra desempleada, y cerca del 40% labora en condiciones deplorables con salarios insultantes (muchos de ellos empleados para construir la infraestructura mundialista).
El apartheid sigue tan vigente como hace 15 años, si bien no de manera legal.
El futbol es un negocio que mueve cerca de 500 mil millones de dólares al año en todo el mundo. Las “ganancias” esperadas por Sudáfrica (o una mínima parte de sus habitantes, más bien) son de cerca de 11 mil millones.
¿La crisis? Bien, gracias. Ya la están pagando los españoles y los griegos. Por cierto, cada jugador español se llevará 600 mil euros en caso de levantar el trofeo mundialista. La FIFA cuenta con un superávit de 883 millones de euros (quizá se animen a hacer una pequeña contribución para pagar la deuda griega).
Sumado a la explotación económica, hubo un fin político en llevar a Sudáfrica el Mundial: con los votos de las federaciones africanas, el presidente de la FIFA seguramente será reelecto (democráticamente, por supuesto) por otro periodo.
El mundial de 2010 servirá a los gobiernos de todo el mundo, y en general, al sistema económico para aliviar un poco la presión reciente, ante una crisis económica cuyo final se ve cada vez más lejos.
“Lo que sé acerca de la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol”, escribió Albert Camus hace más de 50 años. En ese tiempo, los procesos de globalización, de acumulación y de enajenación han logrado, desafortunadamente, convertir al deporte más seguido en todo el mundo en el negocio perfecto.
El intercambio entre Europa y África no es muy difícil de comprender: durante los siglos XVI y XVII África se convierte en el principal proveedor de fuerza de trabajo para las aventuras colonizadoras europeas, a cambio de nada.
Posteriormente, y por espacio de los últimos 300 años, de África salían diamantes, cobre, oro, marfil, café, etcétera a cambio, otra vez, de nada.
El subdesarrollo africano no es casualidad, sino una directa consecuencia del desarrollo europeo.
Es común ver imágenes de las miserias que se sufren en el continente negro: el hambre que padecen cientos de miles se exhibe como si de una catástrofe natural se tratara; los conflictos entre etnias son motivo de películas que intentan conmover y provocar un sentimiento de compasión. Nada se menciona del saqueo colonial, de la trata de esclavos, del monocultivo obligatorio, de los salarios de risa, de la invención de fronteras falsas, de los grandes negocios como el de las armas, y demás bendiciones que las potencias coloniales dejaron en el continente.
Hoy, a más de 500 años de la primera vez que África fue explotada, se presenta una oportunidad para hacerlo de nueva cuenta: llevarles un mundial de fútbol.
El campeonato ha sido descrito como una fiesta para el continente entero, así como una oportunidad de oro para Sudáfrica para crecer económicamente.
El gobierno sudafricano invirtió cerca de 2 mil quinientos millones de dólares en infraestructura e instalaciones. La perspectiva de crecimiento económico para este año es de un 2.6% fruto de recibir a más de dos millones de aficionados (dato curioso: los anfitriones de los últimos cinco mundiales han experimentado desaceleración económica el año posterior a la copa del mundo).
Y después del número, de vuelta a la realidad: cuatro de cada diez sudafricanos viven con menos de dos dólares diarios (línea de pobreza de la ONU); entre el 40% del total de la población se reparte apenas el 10% de la riqueza del país (el 20% de las familias más ricas controlan cerca del 70% de los ingresos); la esperanza de vida es de apenas 51 años; el 24.3% de la población en edad de trabajar se encuentra desempleada, y cerca del 40% labora en condiciones deplorables con salarios insultantes (muchos de ellos empleados para construir la infraestructura mundialista).
El apartheid sigue tan vigente como hace 15 años, si bien no de manera legal.
El futbol es un negocio que mueve cerca de 500 mil millones de dólares al año en todo el mundo. Las “ganancias” esperadas por Sudáfrica (o una mínima parte de sus habitantes, más bien) son de cerca de 11 mil millones.
¿La crisis? Bien, gracias. Ya la están pagando los españoles y los griegos. Por cierto, cada jugador español se llevará 600 mil euros en caso de levantar el trofeo mundialista. La FIFA cuenta con un superávit de 883 millones de euros (quizá se animen a hacer una pequeña contribución para pagar la deuda griega).
Sumado a la explotación económica, hubo un fin político en llevar a Sudáfrica el Mundial: con los votos de las federaciones africanas, el presidente de la FIFA seguramente será reelecto (democráticamente, por supuesto) por otro periodo.
El mundial de 2010 servirá a los gobiernos de todo el mundo, y en general, al sistema económico para aliviar un poco la presión reciente, ante una crisis económica cuyo final se ve cada vez más lejos.
“Lo que sé acerca de la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol”, escribió Albert Camus hace más de 50 años. En ese tiempo, los procesos de globalización, de acumulación y de enajenación han logrado, desafortunadamente, convertir al deporte más seguido en todo el mundo en el negocio perfecto.
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