No cabe duda que la política en México va en retroceso, el estado laico, el derecho a la participación ciudadana en la vida pública y la garantía de una vida digna y libre, posibilitada por el estado, son ideas cada vez mas quiméricas e inalcanzables. Para muestra basta un botón.
El pasado martes 17 se hizo oficial la propuesta del Partido Acción Nacional acerca de la penalización del aborto en el Estado veracruzano, propuesta que pretende ser llevada al Congreso Federal para ser constituida.
Independientemente del problema ético que subyace en el problema del aborto, el cual es harto complejo, llama la atención, más que nada, la imperativa y antidemocrática forma de legislar por parte de nuestra clase política.
¿Qué no se supone que vivir en un estado democrático significa atender los intereses del pueblo al que se gobierna? ¿Cuándo se hizo algún plebiscito para saber qué es lo que el pueblo opina en temas como el del aborto? ¿O es qué acaso hemos llegado a un momento descarado en nuestra historia en el que el cinismo y el despotismo ejercen sin el menor tiento? Si este es el mensaje que consciente o inconscientemente nuestros políticos nos transmiten, hemos fracasado como pueblo y nación.
El problema de fondo es grande, pues nos muestra la carencia de criterios políticos, filosóficos, sociológicos y demás disciplinas para llevar a cabo el ejercicio político que es el ejercicio de la mediación, el ejercicio del consenso, del diálogo. La misma clase política se ha encargado de desnudar que sus únicos criterios son lo de la imposición y la voluntad de poder.
La carencia de los criterios que nos pueden proporcionar estas distintas disciplinas evidencia la falta de pluralidad del Estado Mexicano, esta falta de pluralidad es la responsable de que gente ignorante sea capaz de decidir y determinar violentamente que una persona es “enferma mental”, cuando si se pusieran a investigar un poco podrían encontrar que ni la Psicología misma está en condiciones de legitimar un discurso de tal tipo.
La Filosofía contemporánea, por su parte, cuestiona fuertemente los criterios clásicos acerca de lo que es “verdadero”. No es posible que así la ligera, un grupo de personas sea capaz de imponer un sistema de valores propio, al resto de la sociedad. El mundo contemporáneo no es más un mundo de verdades dogmaticas, la verdad es relativa y se construye socialmente. Esto tiene grandes implicaciones políticas que debieran ser tomadas en cuenta, pues lo que se considera como moralmente “bueno” o “malo” tiene su origen en el marco soco-histórico del que nace, por lo tanto es limitado.
Es labor de la Ciencia política y de las disciplinas sociales, establecer puntos análogos entre individuos y comunidades, con el afán de encontrar el marco y el espacio en el que nos corresponde discutir los intereses que nos son propios a todos, pero así mismo es necesario encontrar el espacio privado en el que cada quien sea como quiere en la medida de lo posible, espacio de tolerancia en que el que se acepten y respeten distintos horizontes y modos de vida, esto es aceptar la diferencia.
Es menester de la clase política empezar a atender los discursos interdisciplinares de comunidades de expertos e investigadores que sí han dedicado sus vidas a la reflexión de estos problemas y que seguramente tienen algo que decir, no con el afán de que estos impongan una visión dogmatica acerca de su “verdad”, sino con el afán de que una visión crítica abra y posibilite la manifestación de múltiples perspectivas de concebir el mundo y la vida.
Encargarse violentamente de homogeneizar y establecer dogmáticamente lo que es “la verdad” el “bien” y el “mal”, lo que es la vida, lo que es ser loco o cuerdo, muy difícilmente significa ganar ventaja en el terreno de lo moral.
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