El neoliberalismo
ha sido confinado muchas veces al ámbito de la economía, reviviendo el modelo
del liberalismo clásico que asignaba al estado las tareas del mantenimiento del
orden social. El estado policía, ajeno a jugar un papel relevante en el
desarrollo económico demostró sus limitaciones con la crisis que estalló en
1929 en los EE. UU. y obligó a los
grupos dominantes a implementar la propuesta keynesiana. Sin embargo, en
nuestros días, si bien permanece fuertemente ligado a la economía, el
neoliberalismo ha extendido su influencia a los más variados espacios de la
vida social y cultural. Colocando a la lógica de mercado en el centro de la
sociedad, como ente regulador, su influencia va más allá de ser una simple
receta de política económica para definir incluso buena parte de las relaciones
sociales.
El valor central
del neoliberalismo es la libertad, por lo que desconfía de la intervención
estatal, no sólo en la economía sino en la educación, la cultura, etc. Al
revalorar la esencia del liberalismo clásico, pretende reconfigurar las
relaciones sociales a partir de una sociedad civil fuerte y un estado de
derecho que garantice la aplicación de la ley. Opuesto también al nacionalismo
supone que la ausencia de restricciones al comercio internacional redundará en
favor de las economías nacionales, lo que en realidad ha favorecido que las
corporaciones internacionales ocupen un lugar cada vez más importante en la
definición de la política económica de los países latinoamericanos.
En los hechos, el
neoliberalismo ha sido utilizado como punta de lanza para la transformación de
los estados nacionales en América Latina con la finalidad de incrementar la
tasa de ganancia, que a partir de los años setenta comenzó a descender. Su
impacto ha sido de tal magnitud que su uso se ha banalizado, al grado de
identificar cualquier problema como consecuencia de las ideas neoliberales.
Las ideologías
comentadas arriba han permeado en muchos sentidos la discusión política en
nuestro país y si bien el populismo no ha desaparecido completamente, se la ha
utilizado por los neoliberales para desprestigiar cualquier propuesta que se
oponga a éste. Como se mencionó antes, el populismo ha sido utilizado tanto por la derecha como
por la izquierda, sobre todo para legitimar sus posturas a partir del pretendido
origen popular de sus propuestas y políticas. Menos orientado a la
incorporación de sectores aun marginados de la política, el populismo en México
no parece tener la fuerza ideológica que una vez tuvo y aun la izquierda se
cuida de no utilizarlo directamente por el sentido peyorativo que ha cobrado
fuerza a partir de la aparición del neoliberalismo. Sin embargo no se le puede
descartar de las futuras luchas políticas sobre todo por el enorme deterioro de
las condiciones de vida de millones de personas que viven en la marginalidad y
la pobreza.
En este sentido,
son el neoliberalismo y el progresismo los cuerpos ideológicos que juegan un
papel principal en los conflictos políticos, de los cuales la izquierda
moderada echa mano del progresismo mientras que la derecha acude al
neoliberalismo para definir sus acciones y valores predominantes. Los
escenarios posibles para el futuro próximo de México estarían así
caracterizados por el uso de ambas ideologías toda vez que el crecimiento de la
dependencia económica hacia los EE. UU. difícilmente permitiría la presencia de
una ideología que aspirara a la cancelación del patrón de acumulación vigente.
La crisis humanitaria provocada por el narcotráfico y la corrupción rampante
han tenido el efecto de inhibir la formulación de nuevos proyectos sociales y
los que existen sólo han podido sentar sus reales en el plano local y
regionales.
A contrapelo de
las tendencias políticas en algunos países de América Latina, en México no
parece haber condiciones para que un futuro próximo se rompa el dominio del
neoliberalismo o la superación del progresismo para conformar una nueva
confrontación ideológica. El regreso del populismo apunta más a una solución
autoritaria, sea de izquierda o de derecha, que a una superación del modelo
vigente. Las décadas por venir parecen más bien a la consolidación del modelo
sobre todo porque la discusión ideológica se sigue moviendo en el plano del
modelo liberal.
Las elecciones en
México están así delineadas por el progresismo que identifica a la corrupción
como el principal problema y por el neoliberalismo que considera que la
solución a los conflictos nacionales debe venir de afuera, ignorando e incluso
atacando frontalmente cualquier postura divergente del fundamentalismo del
mercado. Es entre éstos dos cuerpos ideológicos en donde se establecen las
coordenadas de la lucha política liberal, garantizándole al capital las condiciones
necesarias para su reproducción. Ambas ideologías conforman hoy por hoy el
escenario político electoral en México y sus limitaciones están a la vista. Al final
ambos proyectos llegan al mismo lugar, tarde o temprano. Discutir si el
progresismo es mejor que el neoliberalismo es simplemente pasar por alto que la
lucha por cambiar el sistema vigente está en otra parte: Abajo y a la izquierda.
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