A poco más de tres semanas de la desaparición
forzada de cuarenta y tres estudiantes normalistas en Iguala, Enrique Peña
insiste en que el fondo del problema es la infiltración del crimen organizado
en las instituciones del estado, particularmente en las corporaciones
policiacas. Con ello procura ocultar el hecho de que es el estado el que ha
utilizado al crimen organizado para mantener el modelo económico, matriz generadora
de la violencia social que vivimos.
Como lo señalé en
otro momento, llama atención que en tiempos
en que las instituciones garantes de los derechos humanos y de los procesos
electorales se han fortalecido nos
encontremos en un país en llamas, azotado por una guerra civil rampante que
rebasa por mucho las cifras de desaparecidos y asesinados que en su momento
oscurecieron la vida de la mayoría de los países sudamericanos en los años
setenta. ¿Por qué si hoy México cuenta con un sistema de protección de los
derechos humanos y un sistema electoral que ha sido puesto como ejemplo para
otros países del mundo la muerte violenta es el pan de cada día?
¿Por qué si, como afirman algunos, México ha dejado atrás su pasado autoritario y el gasto militar no para de crecer la violencia ha aumentado? ¿Será una falla circunstancial o parte de una estrategia política?
¿Por qué si, como afirman algunos, México ha dejado atrás su pasado autoritario y el gasto militar no para de crecer la violencia ha aumentado? ¿Será una falla circunstancial o parte de una estrategia política?
Al respecto, Raúl Zibechi
afirma tajante en un artículo
reciente: el estado no es garante de los derechos humanos. Frente al dilema
de proteger al modelo económico o proteger a su población, los estados
liberales no parecen ofrecer mucha resistencia para que los grandes intereses
económicos impongan su ley. Y para hacerlo le han arrebatado a la población que
dicen representar el derecho a la autoprotección. En México, el ejemplo más
notable de esta dinámica puede observarse en el trato que se les ha dado a las
policías comunitarias y a los grupos de autodefensa en Michoacán y Guerrero. En
el primer caso, el estado apoyó momentáneamente a los grupos que tomaron las
armas para defenderse de los narcotraficantes pero después los encarceló (es el
caso de José Manuel Mireles) o los
enroló en cuerpos policiacos; en el segundo, acosó y fabricó delitos a distinguidos
integrantes de las policías comunitarias, como sucedió Nestora Salgado y muchos
más. En todo caso, la violencia no disminuyó sino todo lo contrario… hasta
desembocar en Iguala.
En este contexto, el
director general adjunto de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH),
Raúl Plascencia Villanueva, enfrenta una decidida oposición para reelegirse por
parte de las organizaciones civiles dedicadas a la defensa y promoción de los
derechos humanos. Por lo visto, dichas organizaciones no ven al ombudsman mexicano
muy decidido a honrar su responsabilidad e incluso existen casos de víctimas de
violaciones a sus derechos humanos que se
han amparado en contra de las recomendaciones de la propia CNDH. En el caso
Tlatlaya, Plascencia se apegó a la versión de las fuerzas armadas, declarando “Tenemos
claridad de que se trató de un enfrentamiento” sin contar con elementos que corroboraran
semejante versión de los hechos pero demostrando para quien trabaja.
Por su parte, los
partidos políticos han confirmado, otra vez, que están para ganar elecciones (‘haiga sido como
haiga sido’, Calderón dixit) y no
para gestionar los intereses de la población que dicen representar, mucho menos
para protegerlos de la violencia criminal. La negativa de las bancadas del
Senado para llevar a cabo el juicio político en contra del gobernador de
Guerrero, Ángel Aguirre, indica que todos los partidos mantienen la misma
posición, aunque no se descartan manotazos de última hora pues está en juego
una gubernatura. Ya con anterioridad el PRD, en su IX congreso nacional rechazó
-con 291 votos a favor, 15 abstenciones y sólo 4 en contra- exigir al
gobernador que pida licencia al cargo. La perla
declarativa corrió a cargo del diputado Fernando Belaunzarán: “No le pedimos
la renuncie pero no le pedimos que se quede. No lo condenamos ni lo absolvemos”
O sea, nosotros no tenemos nada que ver, aunque el gobernador sea de nuestro
partido. O mejor aún, y en consonancia con la línea presidencial: los
responsables son los narcos. Han decidido cerrar los ojos frente a una realidad
que no es privativa del estado de Guerrero y ni mucho menos del PRD: la alianza
entre el crimen organizado y los partidos políticos -en la cual los primeros
aportan capital y armas para ganar elecciones, mientras que los políticos aportan protección
legal y lavado de dinero.
Por lo anterior, es
necesario apuntar que las graves violaciones a los derechos humanos en Iguala
no son la excepción y no son tampoco responsabilidad exclusiva del crimen
organizado. Al contrario, son la regla impuesta desde el estado para, como reza
el slogan del presidente, ‘Mover a
México’. El gobierno de Aguirre (y en general todos los gobiernos estatales, no
se diga el federal) se ha caracterizado por la violación sistemática de los
derechos humanos y el fraude electoral. Tal y como lo señala Luis Hernández
Navarro en su artículo Guerrero y la
narcopolítica las relaciones entre la política y el narcotráfico en
Guerrero son un secreto a voces. La
lista de desaparecidos y asesinados es larga pero como dice el Choky, señalado como jefe de sicarios de
Guerreros Unidos: “No toda la culpa la tengo yo”
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