A 46 años de la matanza de Tlatelolco
se impone al necesidad de revisar lo que cambiado y lo que ha permanecido, lo
que no acaba de desaparecer y lo que no acaba de cambiar. Las manifestaciones
del dos de octubre tienen siempre un contenido festivo y otro lúgubre: la
imaginación y la espontaneidad manifestada en cartulinas, íconos, vestimenta y
consignas le dan siempre a la manifestación un ambiente lúdico pero, al mismo
tiempo, la sombra ominosa de la matanza en Tlatelolco extiende su pesado manto
ayudada por las matanzas de hoy, como la que sufrieron los estudiantes normalistas de Ayotzinapa en el estado de Guerrero, cuando realizaban acopio de recursos económicos para asistir a la marcha en la ciudad de México
¿Qué ha cambiado en México a casi medio
siglo de la revolución mundial que estalló en la segunda mitad de los años
sesenta? Para empezar la mentira que fabricó el estado para ocultar la infamia,
hoy ya nadie la suscribe, aunque muchos en su fuero interno la justifiquen. Tal
vez sólo se discute si el ejército estaba enterado o cayó en una trampa
fabricada en Bucareli pero, tomando en cuenta el largo historial de brutalidad
de los uniformados me parece difícil de sostener. La matanza fue un acto
coordinado entre los poderes del estado para aplastar un movimiento que los empezaba
a rebasar, como consecuencia del anquilosamiento de un sistema político que
empezaba a mostrar sus debilidades.
Por su parte la sociedad mexicana
muestra hoy un rostro diferente al que tenía en los años sesenta, aunque estaría
por discutirse el sentido del cambio. En términos de la existencia de
organizaciones civiles con un mayor grado de autonomía frente al estado y, en
muchos casos, estrechamente relacionadas con organizaciones civiles alrededor
del mundo el cambio es evidente. Muchas de ellas cumplen un papel central en la
denuncia y protección de los derechos humanos de los marginados y olvidados del
régimen. Sin embargo, la transición política impulsada desde 1977 -con la
modificación del sistema de partidos- para abrirle paso a las fuerzas
tradicionalmente marginadas por el sistema, la oferta político-electoral ha
llegado a un nivel en el que resulta casi imposible establecer las diferencias
en sus programas. El presidencialismo otrora poderoso parece intentar
reconfigurarse impidiendo precisamente que el Congreso se convierta en una caja
de resonancia de todos los componentes de la nación.
A su vez, los movimientos
antisistémicos han diversificado sus formas de lucha incorporando las nuevas
tecnologías de la información para romper, en la medida de lo posible, con un
cerco mediático más poderoso que hace medio siglo, aunque que no logra apagar
el disenso y la exposición de los vicios del poder gracias a la valentía de
camarógrafos y fotógrafos que con un teléfono exhiben una y otra vez las
barbaridades de la autoridad. Además, estos movimientos están convencidos, en
buena parte gracias al neozapatismo, que la política no es la que se da en los
círculos del poder -oculta entre los muros de sus búnkers y de sus equipos de
seguridad- sino los espacios públicos que se organizan desde abajo, a partir de
sus recursos y siempre enarbolando la autonomía como el camino a la emancipación.
Lo que no ha cambiado parece más
sencillo y al mismo tiempo muy ilustrativo de donde estamos parados a medio siglo
de la matanza de Tlatelolco. No ha cambiado la estigmatización de la juventud
estudiantil –tanto por parte del estado como de la sociedad- señalada siempre
como una masa manipulable por parte de intereses oscuros para poner en jaque la
paz social. La directora del IPN intentó recientemente descalificar las
protestas de los estudiantes con el argumento de que estaban organizadas por
grupos ajenos al Politécnico (¿No fue eso lo que dijo, palabras más, palabras
menos Díaz Ordaz en 1968?).
En un interesante artículo de análisis,
Carlos G. Rossainzz afirma que en nuestros días “Las miradas predominantes
sobre adolescencia y juventud les consideran instancias incompletas.” Y por lo tanto
sus acciones ponen en peligro al conjunto de la sociedad y a ellos mismos. Es
por eso, continúa el artículo, que “La respuesta prioritaria, es por tanto, el
control a través de políticas sociales y de políticas de orden público… los
jóvenes como individuos a quienes hay que vigilar y en su caso castigar.” (La Jornada
Veracruz, 02/10/14)
El caso del estudiante normalista de Ayotzinapa que fue encontrado brutalmente asesinado, sin ojos y con la cara desollada es un caso extremo de lo anterior. El castigo debe ser ejemplar, para que aprendan a respetar, dirían sus asesinos. La tortura, la desaparición, el encarcelamiento y el asesinato no son sino parte del repertorio que explica la saña con que las autoridades tratan a los estudiantes disidentes. Y es ésta la respuesta que el estado tiene para los movimientos estudiantiles, a pesar de que Osorio Chong haya tenido el descaro de salir a la calle a dialogar en mangas de camisa con los estudiantes del politécnico o el de invitar a los normalistas de Ayotzinapa para ‘dialogar’. Ese hecho representa la excepción a la regla aplicada por el estado sistemáticamente: la represión, la discriminación y la estigmatización de la juventud estudiantil.
El caso del estudiante normalista de Ayotzinapa que fue encontrado brutalmente asesinado, sin ojos y con la cara desollada es un caso extremo de lo anterior. El castigo debe ser ejemplar, para que aprendan a respetar, dirían sus asesinos. La tortura, la desaparición, el encarcelamiento y el asesinato no son sino parte del repertorio que explica la saña con que las autoridades tratan a los estudiantes disidentes. Y es ésta la respuesta que el estado tiene para los movimientos estudiantiles, a pesar de que Osorio Chong haya tenido el descaro de salir a la calle a dialogar en mangas de camisa con los estudiantes del politécnico o el de invitar a los normalistas de Ayotzinapa para ‘dialogar’. Ese hecho representa la excepción a la regla aplicada por el estado sistemáticamente: la represión, la discriminación y la estigmatización de la juventud estudiantil.
Afortunadamente tampoco han cambiado
los estudiantes mexicanos: siguen caracterizándose por su enorme compromiso social,
por la densidad moral de sus acciones, por su creatividad y frescura en al
planteamiento de sus problemas. Hoy más que nunca, desde 1968, el movimiento
estudiantil representa uno de los sectores más críticos de nuestra realidad
social, Una y otra vez, desde 1986 se ha levantado para impedir el despojo de
los bienes públicos del país, señaladamente el de la educación pública, aunque
también han defendido la libertad de expresión y de información, los recursos
naturales y el equilibrio ecológico, por no mencionar la diversidad sexual y el
derecho de las mujeres sobre su cuerpo. Y es esto último lo que hay que
conmemorar el dos de octubre del ’68: que los estudiantes están en lucha, a
pesar de los peligros que viven y la marginación de que son objeto por un
sistema económico que no cambia ni en defensa propia. Nos recuerdan una y otra
vez que es mejor morir de pie que vivir de rodillas.
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