No una: cinco veces me apuntaron. Una en el parque. Otra en el centro de la ciudad. Otra más afuera de mi domicilio. Otra en un puesto de tacos a la hora de la cena. Y una última, cuando viajaba en un taxi de regreso a casa. Ellos le llaman operativo rutinario. Y en cierto sentido es correcta la expresión: la tiranía es un sistema que no debe prescindir de la rutina, la disciplina, el rigor del método.
Tal ha sido el éxito del rigor de la rutina, que ahora nadie parece alarmarse con el tránsito febril de convoyes policiacos aparatosamente armados, apuntando al transeúnte sin distingo de clase, raza, sexo, edad. Hace siete años esta situación era impensable. Uno transcurría las calles con la afabilidad que otrora disponía la provincia, sin imaginar que algún día las caminatas estarían cortejadas por encuentros repetidos con fusiles en posición de fuego.
Todos saben, aunque a veces no saben que lo saben, que el enemigo declarado no es un enemigo; o mas bien, que el enemigo es un seudo-enemigo. En pocas palabras, la inseguridad –corporeizada en la delincuencia– no es el antagonista del poder: es su mejor aliado. El sociólogo Michel Foucault repara al respecto: “La delincuencia es un instrumento para administrar y explotar [desde el poder] los ilegalismos”.
Cuando un fusil apunta a todas partes indiscriminadamente se puede argüir que existe confusión, paranoia, incertitud. Pero cuando los fusiles apuntan metódicamente a un blanco, es improcedente acusar desorientación o histeria. En este caso, cabe inferir que responde a una operatividad premeditada. Y naturalmente, acá el blanco es la sociedad, sin distingo de clase, raza, sexo, edad. Efectivamente, se trata de una rutina para alcanzar un fin inconfesable: la meta es la universalización de la sospecha, la profundización de la inconexión ciudadanía-gobierno, y la criminalización de todos los actos vitales de un pueblo: transitar un parque, recorrer las calles, detenerse a comer en un sitio a la intemperie, salir del domicilio personal en dirección al trabajo, regresar a casa. No se lleva a cabo una sola actividad, un solo movimiento, que no esté meticulosamente supervisado por el ojo de un cañón.
Mas o menos el mismo proceso han seguido las dictaduras militares en Sudamérica y los fascismos europeos (ahora intensificado en las modernas democracias policiacas). Es una estrategia de asfixia, debilitamiento, asedio sistemático. Allí donde un Estado persigue resueltamente sus fines, que no son más que los fines de un acotado racimo de negocios privados, el binomio criminalización-militarización se erige como el instrumento más confiable en la persecución de agendas anti-sociales: es el recurso perfecto de control social. Foucault insiste: “La delincuencia, con los agentes ocultos que procura, pero también con el rastrillado generalizado que autoriza, constituye un medio de vigilancia perpetua sobre la población, un aparato que permite controlar, a través de los propios delincuentes, todo el campo social”.
Es una estrategia de tres pasos: 1) inauguración de un agente extraño al que se endosan cualidades de leviatán (narco); 2) declaratoria de guerra al presunto advenedizo (fabricación de legitimidad); 3) militarización de la vida pública y las estructuras de seguridad (control de todo el campo social).
En realidad, la militarización es una estrategia para meter freno de mano a ciertos procesos de apertura ciudadana o de ampliación de derechos. La democracia llegó al mundo por decreto del poder. Este proceso despertó expectativas e ilusiones. Era preciso, para el poder constituido, cancelar estas expectativas, y reducir la democracia a una mera formalidad ceremonial. La militarización es la expresión más acabada de esta tentativa de cancelación.
Pero este proceso sirve a ciertos grupos; la cuestión radica en identificar a estos grupos. La Jornada Veracruz documenta una primera pista: “Jefes de Mando de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), se reunieron con empresarios de Xalapa para atender su petición con respecto a aumentar la presencia de fuerza federales en las calles (sic) de las principales ciudades de Veracruz… Los comandantes de la Sedena de los batallones del puerto de Veracruz, Xalapa, Perote y Martínez de la Torre proporcionaron números telefónicos privados a los empresarios, para que en caso un incidente se comuniquen de inmediato y serán atendidos personalmente (sic)” (La Jornada Veracruz 13-XII-2013).
El Estado Constitucional, en contubernio con los cárteles empresariales, manda a la mierda las malditas formalidades que tanto le abruman, sale del closet, y sin rubor se presenta tal como es. El ogro filantrópico no es más filantrópico. El ogro está desnudo… pero armado hasta los dientes. ¡Ahí de aquel que se anime a señalarlo!
Personalmente, me tiene hasta la madre que me apunten un rifle de alto calibre todos los días. Es tiempo de señalar, en sociedad o colectivamente, a ese parasitario ogro desnudo.
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