viernes, 7 de diciembre de 2012

Las buenas intenciones y la pavimentación del infierno

Morena se constituyó como partido, con la firme intención (sincera en el caso de Andrés Manuel López Obrador y de la inmensa mayoría de sus afiliados) de ser un partido diferente de todos los otros partidos electorales de México por su moral y sus usos y costumbres.
 
Desgraciadamente, las intenciones de los fundadores y primeros militantes de un movimiento de masas no bastan para preservar la pureza y la nobleza de su momento fundador. Recientemente, y en nuestro país, ahí está el ejemplo mismo del Partido de la Revolución Democrática por el cual estaban dispuestos a combatir armas en mano, contra el fraude de 1988, centenares de miles de trabajadores mexicanos. Quienes aceptaron entonces de hecho la imposición violenta del gobierno del Innombrable se justificaban creyendo sinceramente que así evitarían el derramamiento de sangre de los sectores populares pero los 500 asesinados poco después, más las decenas de miles de asesinados por los gobiernos siguientes del PRI-PAN, así como los millones que tuvieron que irse del país por falta de trabajo digno, probaron en pocos años que la peor opción posible y sin duda la más sangrienta resultó ser el suicidio de la esperanza que naciera con el PRD en 1988 y la transformación del nuevo partido en uno más del corrupto sistema partidista burgués mexicano. Los demócratas sinceros que dieron origen al PRD jamás pensaron, en efecto, que se transformaría en lo que es hoy y los ex socialistas antiestalinistas que se disolvieron en un partido con programa, estructura y objetivos capitalistas (sin entender que el peor crimen de Stalin y de sus seguidores fue promover y practicar la colaboración de clases a escala internacional y en cada país) pensaban que podrían influir en la orientación del nuevo partido, no que serían digeridos por éste.

La sinceridad y humana fraternidad de los cristianos de las catacumbas eran grandes pero su doctrina se transformó en dogma y, desde el poder religioso e imperial, declaró ilegales a todos los demás cultos, organizó sangrientas cruzadas, instituyó la Inquisición, combatió las ciencias, el libre pensamiento, la democracia, provocó genocidios y, concebida como herramienta de liberación, fue en cambio arma para imponer la peor barbarie. Dejemos entonces las intenciones para los sicoanalistas.

Un partido es, antes que nada, su programa, sus objetivos declarados. Morena no intenta superar al capitalismo: trata de reformarlo sólo en México resucitando el nacionalismo distribucionista y desarrollista y la sustitución de la debilísima burguesía nacional por la acción estatal que ya fracasó en épocas de Echeverría y López Portillo. Morena no es un partido de los trabajadores: es un partido nacionalista, que acepta el capitalismo como su marco natural y que integra a los capitalistas y servidores políticos de éstos en su seno. Morena no está hecho para ser una palanca de transformaciones sociales ni una herramienta para la lucha: es un instrumento meramente electoral, que cree que el mundo se cambia poniendo más papeletas que otros en las urnas e imagina que en las instituciones que disputará, y no en las sedes del capital financiero internacional, se deciden las leyes y las políticas, y piensa, además, que la ocupación de puestos de gobierno equivale a conquistas de posiciones de poder. Morena no se da por misión educar a la inmensa mayoría de los mexicanos –que es conservadora y se abstiene o vota por los partidos del capital– en qué es el capitalismo, cómo combatirlo, cómo preparar las condiciones para superarlo. No opta por ganar las conciencias ni por dar una batalla ideológica porque su ideología misma, como movimiento, es conservadora y confusa. No opta tampoco por las luchas, sino por las movilizaciones electorales, por otra parte convocadas y desconvocadas por su dirigente que, aunque es honesto y luchador, no escucha e interpreta la voluntad de sus dirigidos, sino que los mueve como masa de maniobra. Morena se mueve como si la economía y la lucha política en México estuvieran en otro planeta. Nada, absolutamente nada, de lo que sucede en el mundo –la crisis terrible del capitalismo, con la posibilidad de guerras devastadoras y hambrunas, la respuesta de los trabajadores europeos a esa crisis, lo que está sucediendo en otros países de América Latina, el desastre ecológico y la urgencia de preparar un cambio de tecnologías energéticas para cuando, inevitablemente, se acabe el petróleo– estuvo presente en su congreso nacional ni está presente en sus programas ni en la acción y preocupación de sus dirigentes que, como los del EZLN son, desgraciadamente, nacionalistas estrechos y autistas desde el punto de vista político.

¿Cómo combatir contra los efectos en México de un sistema capitalista que es mundial con una visión que ni siquiera llega a ser regional y que, para colmo, cree natural e inalterable el régimen que nos arrastra cada vez a abismos peores? ¿Cómo impedir el nacimiento de tendencias en Morena cuando hay en él un vasto sector, desorganizado e informe, que busca ligarse a las luchas sociales e intervenir en ellas y, otro que, en cambio, alentado por el carácter electoral del partido, cree que su objetivo es una curul que le dará dinero y posibilidad de carrera? ¿Cómo crear un partido capaz incluso de ganar votos si se convierte apenas en la quinta rueda del carro electoral y no satisface el ansia liberadora y de lucha de, por ejemplo, la juventud organizada en #YoSoy132 ni responde a ninguno de los objetivos urgentes que tienen los trabajadores, que defienden sus conquistas y las de México amenazadas por la ofensiva brutal del capital?

No hablemos pues de las intenciones: discutamos en cambio política, programa, objetivos, métodos de lucha, alianzas sociales, perspectivas mundiales y la construcción de un partido de los trabajadores que México necesita.

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