Morena se constituyó
como partido, con la firme intención (sincera en el caso de Andrés
Manuel López Obrador y de la inmensa mayoría de sus afiliados) de ser un
partido diferente de todos los otros partidos electorales de México por
su moral y sus usos y costumbres.
Desgraciadamente, las intenciones de los fundadores y primeros
militantes de un movimiento de masas no bastan para preservar la pureza y
la nobleza de su momento fundador. Recientemente, y en nuestro país,
ahí está el ejemplo mismo del Partido de la Revolución Democrática por
el cual estaban dispuestos a combatir armas en mano, contra el fraude de
1988, centenares de miles de trabajadores mexicanos. Quienes aceptaron
entonces de hecho la imposición violenta del gobierno del Innombrable
se justificaban creyendo sinceramente que así evitarían el
derramamiento de sangre de los sectores populares pero los 500
asesinados poco después, más las decenas de miles de asesinados por los
gobiernos siguientes del PRI-PAN, así como los millones que tuvieron que
irse del país por falta de trabajo digno, probaron en pocos años que la
peor opción posible y sin duda la más sangrienta resultó ser el
suicidio de la esperanza que naciera con el PRD en 1988 y la
transformación del nuevo partido en uno más del corrupto sistema
partidista burgués mexicano. Los demócratas sinceros que dieron origen
al PRD jamás pensaron, en efecto, que se transformaría en lo que es hoy y
los ex socialistas antiestalinistas que se disolvieron en un partido
con programa, estructura y objetivos capitalistas (sin entender que el
peor crimen de Stalin y de sus seguidores fue promover y practicar la
colaboración de clases a escala internacional y en cada país) pensaban
que podrían influir en la orientación del nuevo partido, no que serían
digeridos por éste.
La sinceridad y humana fraternidad de los cristianos de las
catacumbas eran grandes pero su doctrina se transformó en dogma y, desde
el poder religioso e imperial, declaró ilegales a todos los demás
cultos, organizó sangrientas cruzadas, instituyó la Inquisición,
combatió las ciencias, el libre pensamiento, la democracia, provocó
genocidios y, concebida como herramienta de liberación, fue en cambio
arma para imponer la peor barbarie. Dejemos entonces las intenciones
para los sicoanalistas.
Un partido es, antes que nada, su programa, sus objetivos declarados.
Morena no intenta superar al capitalismo: trata de reformarlo sólo en
México resucitando el nacionalismo distribucionista y desarrollista y la
sustitución de la debilísima burguesía nacional por la acción estatal
que ya fracasó en épocas de Echeverría y López Portillo. Morena no es un
partido de los trabajadores: es un partido nacionalista, que acepta el
capitalismo como su marco natural y que integra a los capitalistas y
servidores políticos de éstos en su seno. Morena no está hecho para ser
una palanca de transformaciones sociales ni una herramienta para la
lucha: es un instrumento meramente electoral, que cree que el mundo se
cambia poniendo más papeletas que otros en las urnas e imagina que en
las instituciones que disputará, y no en las sedes del capital
financiero internacional, se deciden las leyes y las políticas, y
piensa, además, que la ocupación de puestos de gobierno equivale a
conquistas de posiciones de poder. Morena no se da por misión educar a
la inmensa mayoría de los mexicanos –que es conservadora y se abstiene o
vota por los partidos del capital– en qué es el capitalismo, cómo
combatirlo, cómo preparar las condiciones para superarlo. No opta por
ganar las conciencias ni por dar una batalla ideológica porque su
ideología misma, como movimiento, es conservadora y confusa. No opta
tampoco por las luchas, sino por las movilizaciones electorales, por
otra parte convocadas y desconvocadas por su dirigente que, aunque es
honesto y luchador, no escucha e interpreta la voluntad de sus
dirigidos, sino que los mueve como masa de maniobra. Morena se mueve
como si la economía y la lucha política en México estuvieran en otro
planeta. Nada, absolutamente nada, de lo que sucede en el mundo –la
crisis terrible del capitalismo, con la posibilidad de guerras
devastadoras y hambrunas, la respuesta de los trabajadores europeos a
esa crisis, lo que está sucediendo en otros países de América Latina, el
desastre ecológico y la urgencia de preparar un cambio de tecnologías
energéticas para cuando, inevitablemente, se acabe el petróleo– estuvo
presente en su congreso nacional ni está presente en sus programas ni en
la acción y preocupación de sus dirigentes que, como los del EZLN son,
desgraciadamente, nacionalistas estrechos y autistas desde el punto de
vista político.
¿Cómo combatir contra los efectos en México de un sistema capitalista
que es mundial con una visión que ni siquiera llega a ser regional y
que, para colmo, cree natural e inalterable el régimen que nos arrastra
cada vez a abismos peores? ¿Cómo impedir el nacimiento de tendencias en
Morena cuando hay en él un vasto sector, desorganizado e informe, que
busca ligarse a las luchas sociales e intervenir en ellas y, otro que,
en cambio, alentado por el carácter electoral del partido, cree que su
objetivo es una curul que le dará dinero y posibilidad de carrera? ¿Cómo
crear un partido capaz incluso de ganar votos si se convierte apenas en
la quinta rueda del carro electoral y no satisface el ansia liberadora y
de lucha de, por ejemplo, la juventud organizada en #YoSoy132 ni
responde a ninguno de los objetivos urgentes que tienen los
trabajadores, que defienden sus conquistas y las de México amenazadas
por la ofensiva brutal del capital?
No hablemos pues de las intenciones: discutamos en cambio política,
programa, objetivos, métodos de lucha, alianzas sociales, perspectivas
mundiales y la construcción de un partido de los trabajadores que México
necesita.
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