jueves, 20 de marzo de 2014

La transición política ¿fallida? y el autoritarismo reconfigurado en México


De acuerdo con los expertos transitólogos de los años noventa, para poder hablar del paso de un sistema político autoritario a uno democŕatico era necesaria la existencia de tres factores: alternancia política, elecciones limpias y un árbitro electoral legítimo para los votantes. Entrelazados de manera directa, los tres procesos se dieron en el año 2000, cuando la última manzana cayó del árbol. El triunfo de Vicente Fox fue para muchos motivo de euforia ya que para entonces el Instituto Federal Electoral (IFE) gozaba de la confianza de buena parte de la ciudadanía y los comicios de ése año fueron aceptables, comparados con los del pasado y no se diga con el celebrado el año 2012.

Si bien durante la campaña los casos de Los Amigos de Fox y el Pemexgate demostraron que las cosas no había cambiado mucho, el inicio del presente siglo auguraba una nueva era política en México. Héctor Aguilar Camín, distinguido lacayo de los poderosos declaró al día siguiente de la elección que: “...con el resultado de la elección presidencial quedó confirmado que se acabaron los tiempos del "dedazo'' y las sospechas, y quedó validada la eficacia de los órganos electorales en un proceso que calificó de limpio, transparente...” (Jornada, “Estas elecciones son el despertar de México, coinciden intelectuales”, 3/07/00) 
 
Conforme los años fueron pasando, la cruda realidad empezó a imponerse por la fuerza de los hechos y el autoritarismo se fue reconfigurando a cuenta de los gobiernos del PAN, quienes, al mismo tiempo que ratificaban el proyecto económico neoliberal empezaron a modificar elementos significativos de las tradiciones del estado mexicano, como su postura en los foros internacionales. Cómo olvidar el “Comes y te vas” o el empecinamiento del canciller Jorge Castañeda para acompañar a los EEUU en la aventura bélica en Irak, a la que se opuso con éxito el desaparecido Adolfo Aguilar Zínzer, a la sazón representante de México en la ONU. Asimismo, la visita de Fox al Vaticano para besarle la mano al papa confirmó que el 'despertar' de México era en realidad el regreso de una realidad que estuvo siempre allí, a la espera de mejores tiempos para regresar el reloj de la historia.

Después vino el 2006 y el 'haiga sido como haiga sido' que sin duda representó un momento clave para comprender las características de la transición. Quedó demostrado entonces que los fraudes electorales gozaban de plena salud, que los órganos electorales nunca habían dejado de ser cómplices de la farsa democrática y que la política no es otra cosa que la perversión de la voluntad popular expresada en las urnas. Más aún; se incorporaron novedosas tácticas para manipular a los votantes y realizar el fraude a como diera lugar, logrando fortalecer el poder político del duopolio televisivo, el inicio de una etapa en el que éste se convertiría prácticamente en el fiel de la balanza electoral.

Pero además, el sexenio de Calderón reforzó los mecanismos de represión del estado al sacar al ejército a las calles para realizar labores que constitucionalmente le correspondían a los civiles. Semejante política de seguridad fue convenientemente aderezada con reformas a modo que le permitieran al estado arrasar 'legalmente' con los derechos humanos. Se reforzó así la posibilidad de imponer sin cortapisas el proyecto neoliberal que se apoya sobre todo en la sistemática desposesión de recursos naturales, derechos laborales, políticos, civiles, educación de todos aquellos que no poseen grandes dosis de capital político o económico para impedirla.

En ese dinámica, el subsistema electoral empezó a dar muestras claras de su enorme dependencia de los partidos políticos. Las tímidas acciones del IFE en contra del quebranto de las leyes electorales resultaron insoportables para la oligarquía partidista, la cual aceleró el proceso de reformas políticas con la finalidad de amarrarle las manos a los órganos electorales. La conclusión de ése proceso significó la reciente muerte del IFE y el nacimiento del Instituto Nacional Electoral (INE). La centralización política recobró nuevos bríos pues el nuevo mamotreto electoral concentra ahora los procesos electorales estatales y locales. Después de todo, el proceso que le dio vida al IFE fue controlado en todo momento por lass oligarquías partidistas y éstas no estaban dispuestas a que su creación les resultara contraproducente.

La desaparición el IFE demuestra que la celebrada transición política fue en realidad una transición pero no precisamente a la democracia sino a un autoritarismo de nuevo corte, indispensable para contener las reacciones de la población provocadas por la profundización del modelo neoliberal. Al mismo tiempo que reforzaban de manera artificial su legitimidad política, gracias las elecciones compradas, centralizaron el acceso a la política institucional matando cualquier viso de democracia interna en los partidos, los cuales se convirtieron en el mejor ejemplo de la reconversión del autoritarismo, del verdadero contenido de la transición política de los noventa en este país. Uno de los argumentos más comunes, como consecuencia del resultado de las elecciones federales en el año 2000, fue el importante y positivo papel jugado por la izquierda partidista en el proceso. Basta ver las acciones de la izquierda partidista hoy para comprender cual fue la verdadera finalidad de la transición a la democracia: el fortalecimiento de la clase dominante. 
 
Así que si usted cree transitorio lector, que la transición falló a causa de que los políticos no estuvieron a la altura, de que los partidos no dieron el ancho, o incluso de que los votantes no comprendieron su responsabilidad y su papel, le recuerdo que nada pasa en la política de manera fortuita. Las condiciones del sistema político mexicano hoy son la consecuencia directa de los denodados esfuerzos de unos cuantos, quienes lograron engañar a muchos con el cuento del tan esperado arribo de la democracia para aumentar su poder, para aumentar sus ganancias, para alargar la vida de un régimen cada vez menos pudoroso, más cínico, pues hoy son mucho mas fuertes así que para qué disimular. Olvídese de la alternancia, de la legitimidad de las elecciones, del prestigio del árbitro electoral, porque hoy en México estamos más lejos de lograrlos que hace treinta años.

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