Sebastían Endara
Rebelión
Dentro del
debate sobre los aspectos que constituyen el paradigma del Buen
Vivir, se encuentra como tema central el de la dignidad. Sin embargo
existen algunas consideraciones que debieran estar presentes al
momento de definir el lugar que ocupa el término y sus implicaciones
éticas y políticas.
Por un lado, que el Buen Vivir pueda ser
pensado, supone la existencia teórica de las condiciones que
permiten imaginar una dignidad que cuestiona la realidad que no
cumple con sus demandas. La dignidad entonces sería una idea moral
que determinaría el aspecto formal del Buen Vivir en términos de su
aplicación práctica. No interesaría saber mucho el lugar dónde
surge el concepto de la dignidad, sino su concreción efectiva, como
una suerte de realización evidente que la promesa de la modernidad
no pudo cumplir. El concepto de Buen Vivir, tendría una raíz
plenamente moderna, heredera de aquella corriente utópica que señala
a la libertad como la realización histórica de la dignidad.
Por
otro lado, la dignidad como resultado del Buen Vivir, interpelaría
las ideas de dignidad concebidas bajo el ideario moderno cuya
irresolución efectiva formaría parte de problemas cognitivos y de
supuestos teóricos erróneos. El amor-a-sí-mismo, centro primero de
la forma individualista de funcionamiento de la economía política
clásica y origen de un círculo vicioso que propone a la dignidad
individual como sustento ético de la propiedad privada, la
competencia, la acumulación, el desequilibrio, la iniquidad y
finalmente la negación práctica de la libertad, debiera ser
intercambiada por un nuevo concepto de dignidad que no se asiente en
las coyunturas individualistas, sino en las estructuras colectivas.
El amor-a-sí-mismo, sin ser trocado por las fábulas
pseudo-socialistas que anulan cualquier valoración individual, se
convertiría en el subproducto de un concepto históricamente
superior al del amor-a-sí-mismo, el de la solidaridad.
Mirado con
detenimiento el concepto de la solidaridad es el que permite el
surgimiento mismo de la vida. El amor-a-si-mismo no podría
garantizar la vigencia de la vida que requiere la existencia de un
otro con el cual compartir el proceso de realización de la vida. La
solidaridad explicaría el proceso fundamental de organización
colectiva sin anular el amor-a-sí-mismo, sino más bien
resemantizando su significado, no ya como esa especie de abstracción
del sujeto del medio (físico y social) en el cual existe, sino como
común-unidad con aquello que es fundamento de vida. Adicionalmente,
la solidaridad sería una mediación fundamental que da sentido al
espacio físico, a la territorialidad como lugar activo de
estructuración afectiva y simbólica de la vida y en ese sentido la
solidaridad se proyectaría más allá del mero centro antropológico
para extenderse hacia horizontes plurales, de armonía y respeto con
aquello que permite la vida.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=160330
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