La reciente visita a
la ciudad de Xalapa de Rigoberta Menchú, premio Nóbel de la Paz, confirma
la estrategia mediática de un gobierno que parece honrar la frase que
dice: dime de qué presumes y te diré que te falta. A contrapelo de
lo que resulta evidente para cualquier observador medianamente atento,
el respeto a los derechos humanos no ha registrado el menor avance en
el estado sino más bien grandes retrocesos.
Si consideramos a los derechos humanos apoyados en la idea de una vida digna y no simplemente sobrevivir a duras penas, difícilmente se puede creer que Veracruz avanza en ese aspecto. La histeria gubernamental provocada por su poca capacidad de maniobra y enorme desprestigio frente a la población lo obliga a presumir a diestra y siniestra precisamente de lo que carece. Las condiciones de vida de los habitantes del estado que presume ser bello ha empeorado como consecuencia de la pésima administración de Fidel Herrera que para redondear su gestión le heredó el poder al peor de sus discípulos. Javier Duarte, quien debido a debilidad política (la clase política veracruzana lo ve como un arribista improvisado y sin los méritos suficientes para estar donde está) pero sobre todo a su soberbia, inspirada en el franquismo fascista, sólo ha profundizado la debacle y no se ve que las cosas puedan mejorar en lo que queda de su reinado.
En ese contexto la táctica
del infame gobernador consiste en tapar el sol con el dedo de la
comunicación: a fuerza de repetir hasta la náusea que todo va viento
en popa y que el futuro es aun mejor cree que sucederá un milagro. Para ello a echado mano de lo que los especialistas en la mercadotecnia política distinguen como avales, que no es otra cosa que arrimar al gobernante con una figura pública que goza de prestigio y es conocido, para bien o para mal, por amplias capas de la población. Así es como han desfilado en los últimos meses por tierras veracruzanas desde pseudo periodistas como Adela Micha hasta reconocidos académicos y juristas como Manuel González Oropeza, para avalar con su reputación al gobierno de Veracruz. A cambio reciben en público honoris causa o reconocimientos como hijos predilectos y en privado, vaya usted a saber.
De que otra manera se puede entender que una mujer
como Rigoberta Menchú, en su gira (¿artística? pues parece que vino a bailar al son que le tocaran sus anfitriones) afirme cosas como las siguientes: “Veracruz
es un estado con grandes avances en materia de derechos humanos, reconocimiento
a los pueblos indígenas y equidad de género… hay mucha conservación
(sic) natural”
Por si fuera poco, Menchú
descalificó indirectamente las protestas y movilizaciones de sectores
de la sociedad con respecto a la vulnerabilidad de la mujeres frente
a la violencia social al afirmar que: “… yo también fui activista,
hacíamos protestas, y hasta quemamos un llanta, pero no logramos nada…”
A cambio de premios y distinciones (¿será lo único que recibió a cambio de sus defecciones verbales?), la premio Nóbel
declara con ligereza acerca de temas que no conoce pero que son muy
útiles para la estrategia mediática de la alta burocracia local.
Bastante le hubiera
servido a la distinguida guatemalteca leer el informe del Instituto
Mexicano para la Competitividad, que sin ser una institución ajena
a los círculos oficiales afirma sin ambages que Veracruz es una de
las entidades con mayores retrocesos en materia social, financiera y
de salud, por no mencionar los rezagos educativos y la salida de miles
de veracruzanos del estado para buscar mejores oportunidades de vida.
Tal vez al leerlo, la Menchú se hubiera enterado del crecimiento de
las muertes por desnutrición en el estado, sobre todo entre la población
indígena a la que ella dice conocer y defender.
A lo anterior habría
que agregar el crecimiento de la deuda pública, que con las bursatilizaciones
ha cavado un agujero para tapar otro. Un estado endeudado y con recursos
comprometidos por las próximas décadas para pagar el servicio de la
deuda, es un estado sin posibilidades para competir, para impulsar el
desarrollo de la infraestructura y mejorar las condiciones del capital
humano. Un pueblo sin educación, sin salud, sin seguridad en su vida
y propiedades es un pueblo sin motivación para innovar, para ser eficiente
en el uso de los recursos. Pero además es un pueblo que difícilmente puede disfrutar de una vida digna, acorde con el espíritu de los derechos humanos.
Así las cosas
no sorprende que el gobierno del estado programe el aumento del gasto
en imagen y comunicación de 55 millones 700 mil pesos en 2012
a 83 millones 300 mil pesos para el próximo año, es decir un aumento
del 33%. En este sentido se aumenta también el gasto para la representación
del gobierno de Veracruz en el DF, que opera como un lobby de relaciones
públicas con los poderes federales y el Congreso de la Unión, pero
sobre todo con los periódicos nacionales y las televisoras. ¿Será
que se puede gobernar sólo con imagen?
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