A diferencia del pasado triunfo electoral del PRI, donde no hubo festejos
ni celebraciones populares espontáneas o inducidas, el mes de julio
del 2000 fue testigo de la euforia ciudadana por el advenimiento de
la alternancia política gracias al triunfo del PAN. Incluso el ambiente
académico y de analistas ‘serios’ de la política nacional festejó
a su manera, considerando el hecho como el inicio de la modernidad y
la democracia en México. Ahora muchos de ellos prefieren olvidar su
entusiasmo, ocultando mal su alegría por el regreso del parque
jurásico.
En aquel amanecer del nuevo siglo, los estudiosos de la política
consideraron concluida la transición, tomando en cuenta que se cumplían
con el triunfo panista, las condiciones básicas para considerar a México
un país democrático. Las otras dos serían la existencia de un sistema
de partidos estable, competitivo, así como de órganos electorales
autónomos que barnizaban de legitimidad los procesos electorales.
Las condiciones actuales nos enseñan que esas condiciones, si bien
se cumplieron formalmente hace doce años, no fueron suficientes para
seguir manteniendo el optimismo. Los órganos electorales han perdido
buena parte de la legitimidad de la que gozaban; los partidos junto
con los políticos, están hoy peor calificados que la policía (aunque
es seguro que nunca estuvieron en primer lugar en la confianza ciudadana);
y la alternancia provocó un desencanto tal que resulta casi imposible
disociarlo de la pasividad de la población ante la imposición del
copetesaurio.
Sin embargo las cosas han cambiado, para bien o para mal. El relativo
cambio del sistema político mexicano -que Cosío Villegas definió
a partir de la relación entre el presidente y el partido como sus piezas
fundamentales- hoy ya no funciona igual. Tal vez por ello los ganadores
de hoy sueñan con revivir los tiempos de Díaz Ordaz. Pero el horno
ya no está para esos bollos con forma de dinosaurios. El tigre anda
suelto, como dijo Porfirio Díaz antes de subirse al Ipiranga, y no
se ve quien pueda meterlo a la jaula otra vez. Habrá que señalar que
el tigre de hoy no es amarillo con rayas sino verde olivo.
Es por eso que considero que la alternancia en Veracruz, si bien no
sería un parteaguas de la política del estado, aparece como una necesidad
histórica, como una prueba de que los cambios tocan también al territorio
heredado por Santa Anna a la jarana y la marimba. Y lo digo porque en
otro estado tradicionalmente gobernado o explotado (elija usted de acuerdo
a su ideología) por el PRI, como lo es Oaxaca, las cosas parecen alejarse
de la modorra política de décadas, al grado de que algunos añoran
la mano dura mientras que los menos conciben escenarios inéditos aunque
sin soltar las campanas al vuelo.
Lo que se ha visto en Oaxaca es la ausencia de un centro político
fuerte, abriendo nuevos espacios para actores político otrora marginados
por el partidazo y sus integrantes. Pero además, la población empieza
a vivir un mundo desconocido y apenas imaginado en otros tiempos: un
mundo sin el PRIcámbrico. Y esa experiencia difícilmente evitará
que los oaxaqueños empiezan a pensar en construir nuevas condiciones,
nuevas organizaciones, nuevas ideas para enfrentar a los caciques, a
las oligarquías, los dueños del dinero que por generaciones han dominado
la cuan de Juárez. El sólo hecho de haber derrotado al PRI resulta
un desafío, un acto de rebelión, un acto de conciencia y madurez política,
a pesar de sus limitaciones, que los maximalistas no dejan de señalar.
Lo anterior no puede ser pasado por alto en Veracruz por los que han
vivido montados en el macho por más de cincuenta años y por eso están
muy preocupados con la posible y probable alianza entre el PAN y el
PRD, aunque declaren lo contrario. Habrá que decir que ante la
eventualidad de que MORENA se convierta en partido político,
las posibilidades de que la alianza mencionada sea efectiva se reducen
pues buena parte del voto perredista en la entidad se dividiría. Pero
aun así, tarde o temprano la alternancia en Veracruz llegará, con
sus defectos y limitaciones, y las consecuencias serán imprevisibles
pero estimulantes. Y al igual que en Oaxaca será producto de una
acto de conciencia, de rebeldía, de madurez política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario