1º de julio, jornada matutina-vespertina
La contienda electoral transcurre con las habituales “anormalidades” protocolarias –invitadas de rigor al banquete cívico-democrático comicial: decenas de camiones transportando acarreados; “mapaches” merodeando las casillas con la soberbia e indiscreción que confiere la impunidad suscrita desde el poder –una suerte de fuero paracomicial; traslado masivo de grupos afiliados al partido oficial, filtrados selectivamente en casillas, a fin de disminuir los votos de electores no coaccionados; esperas de 8-10 horas para ejercer el derecho incoloro –cortesía de la democracia teatral– de tachar una boleta con sospechoso lápiz deleble; protestas ciudadanas ante la insuficiencia de boletas en casillas, sofocadas toscamente con represión policial; despliegue aparatoso de convoyes militares; funcionarios de casilla prepotentes e incompetentes; módulos para la atención de delitos electorales atestados con denunciantes; brotes de violencia política a granel; agresiones sistemáticas a observadores acreditados e independientes; conatos de bronca en casillas especiales (foráneas); reportes de balaceras en no pocas entidades; robo de urnas en múltiples casillas; ciudadanos frustrados al no poder emitir su voto…
1º de julio, jornada nocturna
Al cierre de la edición comicial, Leonardo Valdés Zurita, presidente del Instituto Federal Electoral, profiere el siguiente mensaje en televisión abierta: “México tuvo una jornada electoral ejemplar, participativa, pacífica… Hoy vivimos la democracia con absoluta normalidad y tranquilidad. Hemos consolidado nuestra democracia electoral”. Más tarde, el licenciado Felipe Calderón, con gesto de júbilo contenido, secunda: “Siempre he creído que cuando hay elecciones libres, quien verdaderamente gana es el pueblo de México… Hoy, México se refrenda como un país de libertades, que ocupa un lugar privilegiado de pleno derecho, en el grupo de naciones democráticas del mundo”. Al filo de las 23:45, tras darse a conocer anticipadamente las cifras preliminares “oficiales” (22.25% de las actas registradas), las televisoras sintonizan un discurso de Enrique Peña Nieto en el auditorio de la sede nacional priista, donde el candidato se autoproclama vencedor indiscutible en los comicios, y pomposamente se declara presidente electo: “Esta es una noche de júbilo, de fiesta y alegría porque los resultados son precisos y claros de que Compromiso por México [sic] ha ganado y con ello ganó México… La mía será una presidencia moderna…” En redes sociales empieza a circular el juicio de la ciudadanía: “Montaje insultante”.
2 de julio
Cientos de miles de personas, predominantemente jóvenes, se manifiestan en las calles de las principales ciudades de la república, lanzando consignas de repudio a los órganos electorales, a las televisoras, al candidato del PRI, y al proceso comicial en su conjunto: “México votó, Peña no ganó”; “Peña, entiende, el pueblo no te quiere”; “Aquí se ve, aquí se ve, que Peña Nieto Presidente no va a ser”; “Televisa, y el PRI, vendieron mi país”; “Ni un fraude más”. La gente desde sus automóviles pitaba en señal de respaldo. Contagiados por el ánimo combativo de los manifestantes, los transeúntes se sumaban a los nutridos contingentes. Padres de familia trasladaban en auto a sus hijos hasta las inmediaciones de los campamentos insurgentes, azuzándoles con un “¡No se dejen!”.
5 de julio
Con un avance parcial en los cómputos distritales, e ignorando el arsenal de irregularidades, el IFE confirma el triunfo virtual del candidato priista. El PRD, partido de oposición, solicita un recuento integral de las actas. El IFE únicamente concede la apertura de un 54% de los paquetes electorales. Más tarde, el “supremo” órgano electoral anuncia que el cómputo –otra vez plagado de inconsistencias– no varía un ápice. Se intensifican las movilizaciones. Los jóvenes toman por asalto las avenidas y plazas públicas en el país. Un banquete de consignas musicalizan las marchas: “Ese recuento, es puro cuento”; “México te quiero, por eso te defiendo”; “Si hay imposición, habrá revolución”. Reaparece la manta que corteja las manifestaciones juveniles desde su emergencia: “Se tardaron, pero qué bueno que ya llegaron. Atentamente, La patria”.
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