
Acaso por esta imposibilidad de renunciar a una larga y conocida pasión, meseros y bartenders de L. C. –incluido un servidor–, hemos conformado un equipo de fútbol que participa –compite con rigor profesional– en el prestigioso torneo sabatino de bares (según especialistas del deporte local, se trata del certamen de más alta exigencia en la ciudad). Gracias al paso perfecto del equipo, L. C. Fútbol Club ha conquistado un numeroso club de fans –distinguidas damas xalapeñas (destaca la más carismática de mis colegas periodistas, Camila Krauss) que cada sábado se dan cita en el templo de la USBI para sumarse a la frenética hinchada y vitorear a sus ídolos en el rectángulo verde. Al son de matracas, cohetes, tambores y cánticos litúrgicos, Rojo, Chiva, Mickey, Rams, Miguelito, Bodoque, Homero, Johnny, Romeo, despliegan un fútbol que, a decir de los relatores eufóricos, supera con creces el jogo bonito de los brasileños, el vistoso estilo flamenco blaugrana, el pragmático catenaccio italiano, el “tuya, mía, te la presto, acaríciala, bésala”. En síntesis, un fútbol visiblemente próximo al más noble capricho de los dioses. Y si alguien duda de la intervención divina en los asuntos del fútbol, recuérdese la incontrovertible sentencia de un viejo periodista alemán: “El mundo es redondo porque Dios es hincha del fútbol”.
En el marco de las jornadas “Poesía a patadas” del festival Cosmopoética, efectuado en Córdoba (al sur de España), el catalán Mario Cuenca Sandoval observó: “Todos los temas que la poesía trata, están presentes en el fútbol… el fútbol es lírica, épica, mística, sátira, romance, sensibilidad y, sobre todo, inteligencia”.
Se sabe que a raíz de la inédita emergencia del fenómeno L.C. F.C., más de una xalapeña se ha convertido a la “única religión que no tiene ateos” (Galeano): el fútbol. Camila, lideresa de la porra oficial del equipo, poeta de vocación, sugirió, atinadamente, en su laureado artículo Meseros echan la cáscara, el siguiente axioma: “Patear es lo importante”.
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