Fue por ello que Manoel Castells, conocido estudioso de las nuevas tecnologías de la información, calificara al EZLN como una guerrilla informacional. Por primera vez, gracias a la existencia de Internet, un movimiento social de esta naturaleza superó la censura, difundiendo a todo el mundo sus ideales y su objetivos, neutralizando la campaña de difamación orquestada desde el poder y echando abajo la posibilidad de borrarlo del mapa para siempre. Carlos Salinas tuvo que decretar una amnistía no por respeto a los indígenas chiapanecos sino para proteger su imagen internacional y a su engendro preferido: el TLCAN.
El estado había perdido un elemento clave para el control de las sociedad, el monopolio de la información, que le permitía manipularla para favorecer los intereses de sus patrones. La sociedad, por su parte, aprendió de la experiencia zapatista y poco a poco, conforme Internet comenzó a popularizarse, la empezó a utilizar para articular una información alternativa a la generada por los medios de comunicación, pilares fundamentales de la dominación. Si bien el papel de la televisión, la radio y la prensa se ha fortalecido -el poder cada vez depende mas de ellos para imponer el control social- la capacidad de los ciudadanos para evadir el control de la información también ha crecido.
Tanto así, que en nuestros días algunos han llegado a relacionar directamente el éxito, por ejemplo, de las revueltas en Egipto con Facebook, lo cual me parece exagerado aunque sin negar la importancia de las redes sociales en el derrocamiento de Mubarak. Por otro lado, los estados nacionales y sus gobiernos no ignoran lo anterior, al grado de que el primer ministro de Inglaterra, David Cameron, propuso la aprobación de una ley por la cual el gobierno tendría la facultad de obligar a las compañías de telecomunicaciones, en particular las que ofrecen servicios de telefonía móvil e internet, para apagar sus señales en momentos de crisis política o rebeliones populares como la que recientemente sucedió en Londres.
Resulta evidente la razón por la cual los gobiernos desconfían de las redes sociales. Por un lado, debilitan su capacidad para controlar la información -como resultado directo de la posibilidad real de que cualquier ciudadano pueda generar información alternativa y crítica; por el otro, fortalece el potencial autogestivo de la sociedad, abriéndole los ojos a una nueva realidad, a una nueva concepción de la vida social, de la política, donde los gobiernos son vistos como parte del problema y no como parte de la solución. Y esto representa, sin duda, un peligro mayor para los poderosos que la pérdida del control del a información.
No se puede negar que los integrantes de las redes sociales deben asumir un código ético que defina los límites de su libertad para producir información pero habrá que tener cuidado con satanizar a las redes sociales con el objetivo de controlarlas. Eso sólo nos llevaría a un clima de mayor intolerancia, acentuándose el clima de violencia en el que vivimos y bloqueando cualquier posibilidad de que la sociedad enfrente sus problemas sin depender totalmente del poder político institucional. La tentación es grande y crecerá conforme se masifique el uso del Internet, téngalo por seguro aterrorizado lector.
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