La polarización social en los Estados Unidos ha venido creciendo como consecuencia de los problemas económicos que han enfrentado desde los años setenta pero que se agudizaron con el crack de 2009. Al igual que los sucesos del 11 de septiembre en Nueva York, la quiebra detonada por la caída del mercado inmobiliario demostró que el sueño había acabado, que su lugar privilegiado en el sistema mundial empezaba a ser cosa del pasado.
La respuesta del estado fue previsible en su determinación de atacar el problema saneando a los bancos con dinero público y dejando en la indefensión a los deudores de la banca. Cientos de miles de personas perdieron su casa y el gobierno no hizo nada. Un FOBAPROA, pero en el corazón del sistema, provocó una crispación política que se materializó en los incendiarios discursos de los líderes políticos y también por las acciones de ciudadanos integrados a sectas políticas con una carga racista y discriminatoria cada vez más audaz.
La matanza de Arizona se inscribe en este contexto de crisis económica y agudización del conflicto político, lo que se refleja en acciones extra institucionales, violatorias del derecho a la vida y de la tolerancia. La tragedia se distingue de las acciones xenófobas cotidianas porque estuvo dirigida contra los políticos institucionales críticos de las reformas antiinmigrantes. La representante demócrata de Arizona en el congreso de Arizona, Gabrielle Giffords, había denunciado meses atrás la existencia de un mapa de ‘blancos electorales’ divulgado por Sarah Palin -figura prominente en el grupo ultra conservador Tea Party- en donde pedía a sus seguidores apuntar contra los congresistas opositores. El mapa fue retirado de la página web después de la matanza, claro, lo que demuestra que establecieron su relación con la matanza.
Las investigaciones apuntan cada vez más a considerar que el hecho fue planeado y que su ejecutor tenía relación con los grupos ultraconservadores. Esto demuestra que los discursos supremacistas pueden ser muy efectivos para ganar votos en las elecciones pero tiene un costo social innegable. No creo que los notables del Tea Party lo ignoren. Tal vez por ello sus declaraciones posteriores a la matanza no convencieron a nadie. En todo caso, la estrategia discursiva ultraconservadora probó ser eficaz y no creo que vayan a dejar de utilizarla. Muchos votantes expresarán su descontento castigando a los candidatos que son señalados por sus simpatías con los migrantes pero eso difícilmente hará que la economía mejore.
Todo lo anterior puede reducirse a discutir si la libertad de expresión es absoluta o si debe considerar las consecuencias de legalizar expresiones y manifestaciones que atentan contra la propia sociedad. ¿Estará la libertad de expresión por encima de la sociedad? No lo creo pero parece que los vecinos del norte tendrán que pensar en eso. Las libertades absolutas no existen en las sociedades contemporáneas y a final de cuentas su fin último es permanecer vivas, nada está por encima de éste principio. Permitir los discursos de odio en nombre del respeto a una libertad cívica es no comprender que la libertad de expresión está para mantener viva a la sociedad y no para pervertirla, para aniquilarla.
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