Opiniones cargadas de moralidad, de resentimiento, de interés, de lucha, de hambre de justicia, venganza, dolor (la lista es larga), todas externan al menos una pequeña parte del infierno o de la ambición de la cual surgen.
La palabra lleva consigo de antemano su carga de violencia. Antes fueron el grito y el rugido; en algún extraño momento del devenir de la naturaleza, un misterioso capricho quiso que el hombre fuera capaz de expresarse a través de un medio que le posibilitó una infinita variedad de matices, eufemismos de la animalidad.
El lenguaje desde que surge ya es problemático, problemático en el sentido de que manifiesta la necesidad y la petición de resolver un algo. Si el hombre pudiera permanecer en absoluto reposo y calma, la comunicación saldría sobrando.
Teniendo en cuenta esta básica circunstancia desde la cual surgen nuestras necesidades de expresión, me comentaba un amigo cercano que la opinión debiera estar librada de moralidad, de esa afanosa necesidad de diagnosticar problemas y de prescribir recetas terapéuticas, cáncer de las filosofías y de las reflexiones.
Frecuentemente, quien hace uso de la palabra se sube a una tribuna desde la cual, con ensimismamiento desmesurado, pretende hacer del universo los dolores y sufrimientos que son suyos, (No ha de negarse la empatía). Ocurre frecuentemente que quien quiere dar una explicación del mundo termina explicándose a sí mismo.
Ciertos poetas y literatos, quizá sabedores de su condición finita y subjetiva y de la responsabilidad de ser consejero, se remiten a narrar y describir historias de las cuales eligen ser sólo la voz narradora, afanándose minuciosamente en desaparecer del texto mismo. Ser sólo el medio es su pretensión.
Caprichosamente estos procederes parecen ser elecciones personales, caminos solitarios e individuales. Quien busque en ellos la nueva clave o el símbolo, piedra angular de las certidumbres y verdades del mundo, sólo repetirá un eterno rito. Tanto como el de aquel que, ajeno a la duda y la reflexión, seguirá ejerciendo el don de la lengua con un máximo de voluntad y un mínimo de razón.
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