Por: Rafael de la Garza Talavera
En aquél ya lejano 12 de octubre de 1992, la sensación de
manifestarse en el zócalo de la ciudad de México resultaba a todas luces contradictoria.
Por un lado ya estaba presente la idea de que la fecha no podía ser ni
celebración ni mucho menos exaltación de una supuesta fusión de culturas, que
sólo procuró suavizar su contenido eminentemente colonialista y por ende
racista. Por el otro, a cientos de kilómetros de allí, en San Cristóbal de las
Casas, se estaba llevando a cabo una manifestación que cambiaría el escenario
político del país y del mundo para siempre. Se enfrentaron así dos interpretaciones
que marcaron la decadencia de la primera y el progresivo fortalecimiento de la
segunda.
Ya desde en 1892
el ideario del hispanoamericanismo se colocó en la agenda de España, que frente
a la pérdida de sus colonias pretendió restablecer la relación a través de la
tradición cultural y religiosa impuesta por el desaparecido imperio,
estableciendo que la grandeza de los pueblos americanos se debía a dicho
legado. Dicha operación ideológica tuvo una doble finalidad: legitimar la
alicaída monarquía española frente a sus súbditos y refuncionalizar la relación
con sus antiguos dominios en Latinoamérica.
A partir de 1913 el hispanoamericanismo eligió el 12 de
octubre como el Día de la Raza, por iniciativa de Faustino Rodríguez-San Pedro,
abogado y político español que sirvió a Alfonso XIII en diversos ministerios y
que en ese año presidía la Unión Iberoamericana. Sobra decir que los gobiernos
liberales en la región impulsaron la propuesta con entusiasmo, dada su interpretación
negativa de la herencia cultural de los pueblos originarios para el logro del
Orden y el Progreso.
En México surgió así oficialmente el “Día de las Américas”,
que sería sustituido después de la revolución como el “Día de la Raza”, colocando
al mestizaje en el centro de las celebraciones para apartarse del contenido racista
del hispanoamericanismo. Tanto José Vasconcelos como los muralistas Diego
Rivera y José Clemente Orozco jugarían un papel fundamental para cimentar el
nuevo contenido de la fecha, reivindicando lo que posteriormente sería reciclado
por los impulsores de la idea del encuentro de dos mundos pero ocultando el
evidente conflicto. Vasconcelos escribiría La Raza Cósmica y los muralistas lo reproducirían
de manera destacada en el mural de Palacio Nacional y en la Preparatoria
Nacional respectivamente.
Por su parte, en el reino español se modificó la
celebración, cambiando el Día de la Raza por el de la Hispanidad en 1958 y
luego por el de Fiesta Nacional de España en 1987, dejando claro que, a pesar
de la intención inicial de ser una celebración que incluyera a los latinoamericanos,
su esencia era y es la celebración de la monarquía, la iglesia católica y el
ejército de España por encabezar una gesta supuestamente civilizatoria.
La celebración del quinto centenario en 1992 modificó
ligeramente el sentido pero no el objetivo de las celebraciones. La propuesta
de la delegación mexicana en la reunión celebrada en Santo Domingo en 1984 para
la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América fue el
origen de la idea del Encuentro de Dos Mundos. Y si bien enfrentó críticas
tanto de los defensores de la idea tradicional como de la que no veía nada que
celebrar, dado el genocidio que siguió a la llegada de Colón, la Unesco apoyó
la propuesta mexicana.
En todo caso el contexto del quinto centenario estuvo
marcado por el inicio del neoliberalismo y la globalización como puntas de
lanza para la apertura de los mercados latinoamericanos a los capitales
españoles. La refuncionalización obedeció así a una lógica económica que hoy
resulta evidente con la aparición de las inversiones depredadoras del ambiente
y de los territorios de los pueblos originarios con empresas como Iberdrola o
Repsol, al grado que dicho proceso parece más una reconquista que una etapa de
colaboración y respeto mutuo.
Pero además, la fallida operación ideológica -que no
económica- que marcó la celebración del supuesto encuentro
de dos mundos hace 28 años fue confrontada directamente desde su nacimiento por
buena parte de los pueblos originarios al sur del Rio Bravo, sin mencionar que
en EE. UU han sido derrumbadas varias estatuas de Colón en los últimos meses. Las
manifestaciones y acciones llevadas a
cabo ayer en México no dejan lugar a dudas que el significado del 12 de octubre
se ha modificado radicalmente gracias a su lucha por más de cinco siglos.
El EZLN, en su comunicado del 5 de octubre, entre otras
cosas anuncia su viaje alrededor del mundo, empezando por Europa, y declara: “… después de recorrer varios rincones de
Europa de abajo y a la izquierda, llegaremos a Madrid, la capital española, el
13 de agosto de 2021 -500 años después de la supuesta conquista de lo que hoy
es México-. … Iremos a decirle al pueblo de España dos cosas sencillas: Uno:
que no nos conquistaron. Que seguimos en resistencia y rebeldía. Dos: que no
tiene por qué pedir que les perdonemos nada”
Con esta declaración se cierra finalmente un ciclo que
inició en el siglo XIX y que procuró ocultar lo que debemos celebrar el 12 de
octubre. Los pueblos originarios de América han logrado romper el cerco
ideológico, una vez más, para recordarnos que siguen aquí, que resisten y se
rebelan. No queda más que acompañarlos, no solo para ser testigos de su
emancipación y el reconocimiento de su existencia, sino para crear un mundo
donde quepan muchos mundos.
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