No es desconocida la acción pastoral católica con fines políticos. Esa acción tiene antecedentes milenarios. Y está preñada de conocimientos logísticos, discursivos, operativos etc., que más de algún mandatario de Estado debe añorar. Más no se puede ignorar que la actual cúpula de la Iglesia católica arreció esa acción, con resultados políticos notoriamente óptimos. Francisco es el operador estrella de esa acción concertada. Y los éxitos no son pocos. Por cierto que América Latina tiene prohibido olvidar –independientemente de simpatías religiosas o políticas personales– que en otra época esa acción desembocó en escenarios de colonización e inquisición fratricida.
En sólo tres años de “gestión”, el Papa Francisco consiguió posicionar a la Iglesia en foros, espacios e instancias políticas otrora vetadas para la curia romana. Cabe recordar que Jorge Mario Bergoglio desempeño un papel protagónico en el restablecimiento de relaciones diplomáticas Estados Unidos-Cuba, que constituye un esfuerzo histórico para poner fin a más de medio siglo de enemistad entre los dos gobiernos; encabezó una jornada mundial en oposición a la guerra en Siria, y contribuyó a sembrar un cuestionamiento categórico en relación con los planes militares e intervencionistas de EU y Francia en el país árabe; allanó el terreno para una reconciliación milenaria entre la Iglesia católica romana y la ortodoxa rusa; promovió encuentros con líderes espirituales ajenos a la órbita católica, como aquella reunión que sostuvo con el actual presidente de Irán Hasán Rouhani, un político chiita de ideología islamista moderada; normalizó las relaciones con China –donde “más de 99 por ciento no son católicos”; y en su visita a México, logró transgredir el precepto constitucional de laicidad y recibir un trato de jefe de Estado, cosechando así la primera visita de un pontífice a la sede del poder ejecutivo mexicano (aunque es cierto que en esto último tiene más responsabilidad el anfitrión oficial).
Dice el refrán que “a río revuelto ganancia de pescadores”. Fue un acierto redondo la histórica elección del jesuita argentino, que por cierto es el primer Papa no europeo en mil 300 años. En el contexto de la crisis de Estados Unidos, que algunos analistas consignan como el fin de una era unipolar y el advenimiento de la multipolaridad, la Santa Sede apostó por recoger los cascajos de un orden derruido. Francisco representa esa voluntad del Vaticano por recuperar el poder de influencia que alguna vez invistió, en una coyuntura donde una multiplicidad de centros de autoridad se disputan el timón de los cambios civilizatorios en curso. Pero la Iglesia sabe que ese mando sólo es asequible en comunión con otros grupos de poder. Esto explica el carácter genérico de las críticas que profiere Francisco en relación con el desempeño de la clase política y el empresariado. El discurso del jerarca católico apunta a la renovación moral de las élites, y no a una condena de la persistencia del elitismo o a un distanciamiento de la Iglesia con los poderes constituidos.
No es accidental que a los actos de la gira papal en México solamente asistieran personajes notables e influyentes –empresarios, funcionarios públicos de alto rango, dueños de los medios de comunicación–, contraviniendo flagrantemente el discurso pastoral socialmente sensible del dirigente católico. Al respecto, Emiliano Álvarez de Morena observa: “Vemos con preocupación la aceitada logística gubernamental y la connivencia de los medios de comunicación con la administración de Peña Nieto para hacer creer a la sociedad católica –que en México se estima que es cerca del 87 por ciento de la población– que las causas del gobierno son las mismas que las de Jorge Bergoglio”.
Llama la atención la polivalencia del discurso de Francisco, cuya fortaleza radica justamente en las múltiples interpretaciones que permite, y que coincidentemente llega a tener eco entre los círculos progresistas así como entre los cónclaves políticos más recalcitrantemente conservadores. Es cierto que el actual jefe de la Iglesia católica ha dado muestras de sensibilidad social en sus discursos, y de cierta oposición a la anuencia del clero católico con el poder y los poderosos. Sin embargo esos discursos rara vez atienden situaciones concretas, y esa retórica ambigua, que no es fortuita, abona a la anestesia política de ciertos sectores de la sociedad católica.
Por añadidura, este comportamiento tiene su correlato en las trayectorias internas de la Santa Sede. Hasta ahora no ha habido reparación para las víctimas de pederastia sacerdotal, ni castigo para los perpetradores con sotana. De acuerdo con algunos testimonios, la comisión pontificia de previsión de delitos sexuales, creada por el propio Francisco, es sólo una cortina de humo para seguir encubriendo a los abusadores sexuales. Juan Carlos Cruz Chellew, víctima de abuso clerical, dice: “La Santa Sede es un nido de víboras… El Papa no ha cumplido sus promesas, tiene un discurso muy bonito, pero no ha cambiado nada, al contrario, ha empeorado. Han creado una estructura vaticana para aplicar protocolos que sigan encubriendo a los abusadores y protegiendo a sus superiores”.
En su visita a México, otra omisión que invita a poner en tela de juicio la presunta benevolencia desinteresada o socialmente comprometida del pontífice es el silencio en torno a dos siniestros nacionales de alto impacto e interés para la sociedad mexicana: los 43 desaparecidos de Iguala y los feminicidios de Juárez. La omisión no fue sólo discursiva, sino también por acción resuelta. Lucía Baca, integrante de la Plataforma de Víctimas de Desaparición en México relata: ‘‘Intentamos llegar a él, pero fue imposible… Me di cuenta que el Papa estaba secuestrado por el gobierno mexicano, porque tienen miedo de que nos acerquemos y le platiquemos todo lo que ha pasado en el país… ya que ha sido un Papa crítico y solidario, teníamos esperanzas de que aquí diera un mensaje fuerte. Sólo mencionó a la violencia de forma genérica; parece que en el discurso también desaparecieron a nuestros hijos’’ (http://www.jornada.unam.mx/2016/02/19/opinion/005a1pol).
La acción pastoral de Francisco está teñida de claroscuros. Por un lado, la creciente presencia del pontífice en tribunas y episodios de gran calado político, y por otro, los silencios, omisiones e incurias en relación con temas sociales ásperos, sugieren que la presente agenda programática e ideológica del Vaticano responde más a un esfuerzo concertado por recuperar influencia en la arena política internacional, que a una iniciativa genuina de cambiar en forma y fondo los destinos de la Iglesia católica.
Cabe refrendar lo sostenido en otra ocasión: “Parece que el nombramiento de un latinoamericano tiene como finalidad contener la ola de conversiones en la región que concentra la población católica más nutrida del mundo –cerca del 42 por ciento. La Iglesia echa mano de un cardenal argentino para frenar el estallido de conversiones, poner en marcha una política de reevangelización global y regional, y revitalizar la influencia política del Vaticano, especialmente en la América católica”.