sábado, 9 de enero de 2016

La sucesión en Veracruz y el presidencialismo mexicano.


Es probable que una de las modificaciones irreversibles del sistema político mexicano en los últimos treinta años tenga que ver con el carácter del presidencialismo mexicano, particularmente en su poder para imponer a sus candidatos en los gobiernos de los estados. Y no me refiero a los triunfos de la oposición, que iniciaron con la famosa concertacesión que el salinato operó en Baja California para asegurarse la lealtad del PAN, sino con los de su propio partido.

Con aquella negociación, Carlos Salinas le pagó al PAN el favor de no unirse a la protesta neocardenista, allanándole así el camino a Ernesto Ruffo Appel en 1989 para inaugurar la etapa de la alternancia en los gobiernos estatales, que a la postre culminaría con la llegada del PAN a Los Pinos en el año 2000. Dicha negociación demostró que el poder presidencial ya no correspondía a los cánones del sistema político posrevolucionario y los años venideros confirmaron que el presidente y el partido dejaron de ser las piezas fundamentales, tal como lo señalaba Daniel Cosío Villegas en los setentas.

Con el voto de castigo al PRI, que le dio la presidencia a Vicente Fox, la vieja máxima que afirmaba que virrey no pone a virrey se intensificó. En aquéllos años en que los transitólogos no paraban de pintarnos un futuro ‘democrático’ en sesudas y bien pagadas investigaciones, el gerente-presidente no pudo imponer ni siquiera a los candidatos de su propio partido a las gubernaturas, mucho menos los de otros partidos. La pérdida de poder del presidente se derramó en parte a los gobiernos estatales y dio pie para que los sesudos en cuestión anunciaran el fin del presidencialismo, o cuando menos su debilitamiento en aras de modernizar políticamente al país.

Algunas de las facultades metaconstitucionales señaladas por Jorge Carpizo en su estudio sobre el presidencialismo mexicano se empezaron a debilitar desde el sexenio de Salinas pero cobró fuerza a partir 1997, cuando el PRI perdió la mayoría en el congreso federal. Sin duda que los sexenios panistas aceleraron aún más la tendencia pero el proceso de la pérdida de poder presidencial tuvo que ver sobre todo con el desmantelamiento del estado de bienestar y el creciente poder de las corporaciones internacionales para intervenir en la definición de la política económica. En el plano interno, la movilización social concomitante con la imposición de las recetas neoliberales también contribuyó al debilitamiento del presidencialismo aunque no logró detener la neoliberalización del país.

Los procesos mencionados, volviendo al tema, rompieron entonces con el privilegio presidencial de imponer gobernadores, quienes se convirtieron entonces en los factores de poder claves para comprender las sucesiones en los diferentes estados de la república. Y aunque algunos sigan pensando que el presidencialismo regresó por sus fueros con Peña Nieto, la verdad de las cosas es que el presidente interviene pero no lleva mano como antaño. Bueno, ni a su propio partido le puede imponer condiciones a su gusto; de que otra manera se explica la llegada de Manlio  a la presidencia del PRI nacional. Tal vez en el estado de México pueda imponer candidato sin oposición en 2018, pero está por verse como llega a su último año de gobierno. Para como va…

En todo caso, todo lo anterior viene a cuento con respecto a la sucesión en Veracruz pues si bien el gobernador Duarte no es el único factor de poder que interviene en la batalla cuenta en su haber con el control del presupuesto estatal, que a final de cuentas es el elemento central en el desarrollo de las campaña;, sobre todo la que se da fuera de los tiempos legales de los procesos electorales (programas sociales, apoyos, decretos y un largo etcétera) y en su resultado por supuesto. Con los órganos electorales locales sometidos, la inmensa mayoría de los medios de comunicación alineados, la alianza generosa con las FF. AA., la oposición fragmentada -incluyendo a las candidaturas independientes, of course- y como ya se dijo, el presupuesto (incluidos préstamos de emergencia), cuesta trabajo pensar que el gobernador no lleva mano en el proceso. 

Así que le sugiero a mis tres lectores que tomen en cuenta lo anterior para que participen en las quinielas con buenas posibilidades de ganar. No se haga ilusiones pensando que la señal viene de Los Pinos, o que Don Beltrone es el fiel de la balanza, o que el hijo predilecto de Nopaltepec es la mano que mece la cuna. Todos los mencionados están sentados en la mesa pero insisto, el que lleva mano, para bien o para mal, es el gobernador en turno. A menos que un escándalo mayor acabe con la débil legitimidad que tiene en el estado en las próximas dos semanas, ésa será la dinámica que defina la sucesión. Claro, a la mayoría de los veracruzanos les da igual quien salga (seguirán padeciendo las calamidades que nos distinguen a nivel mundial) y supongo que las especulaciones que acabo de escribir también.

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