Es probable que una de las modificaciones irreversibles
del sistema político mexicano en los últimos treinta años tenga que ver con el
carácter del presidencialismo mexicano, particularmente en su poder para
imponer a sus candidatos en los gobiernos de los estados. Y no me refiero a los
triunfos de la oposición, que iniciaron con la famosa concertacesión que el
salinato operó en Baja California para asegurarse la lealtad del PAN, sino con
los de su propio partido.
Con aquella negociación, Carlos Salinas le pagó
al PAN el favor de no unirse a la protesta neocardenista, allanándole así el
camino a Ernesto Ruffo Appel en 1989 para inaugurar la etapa de la alternancia
en los gobiernos estatales, que a la postre culminaría con la llegada del PAN a
Los Pinos en el año 2000. Dicha negociación demostró que el poder presidencial
ya no correspondía a los cánones del sistema político posrevolucionario y los
años venideros confirmaron que el presidente y el partido dejaron de ser las
piezas fundamentales, tal como lo señalaba Daniel Cosío Villegas en los
setentas.
Con el voto de castigo al PRI, que le dio la
presidencia a Vicente Fox, la vieja máxima que afirmaba que virrey no pone a
virrey se intensificó. En aquéllos años en que los transitólogos no paraban de
pintarnos un futuro ‘democrático’ en sesudas y bien pagadas investigaciones, el
gerente-presidente no pudo imponer ni siquiera a los candidatos de su propio
partido a las gubernaturas, mucho menos los de otros partidos. La pérdida de
poder del presidente se derramó en parte a los gobiernos estatales y dio pie
para que los sesudos en cuestión anunciaran el fin del presidencialismo, o
cuando menos su debilitamiento en aras de modernizar políticamente al país.
Algunas de las facultades
metaconstitucionales señaladas por Jorge Carpizo en su estudio sobre el
presidencialismo mexicano se empezaron a debilitar desde el sexenio de Salinas
pero cobró fuerza a partir 1997, cuando el PRI perdió la mayoría en el congreso
federal. Sin duda que los sexenios panistas aceleraron aún más la tendencia pero
el proceso de la pérdida de poder presidencial tuvo que ver sobre todo con el
desmantelamiento del estado de bienestar y el creciente poder de las
corporaciones internacionales para intervenir en la definición de la política
económica. En el plano interno, la movilización social concomitante con la
imposición de las recetas neoliberales también contribuyó al debilitamiento del
presidencialismo aunque no logró detener la neoliberalización del país.
Los procesos mencionados, volviendo al tema,
rompieron entonces con el privilegio presidencial de imponer gobernadores, quienes
se convirtieron entonces en los factores de poder claves para comprender las
sucesiones en los diferentes estados de la república. Y aunque algunos sigan
pensando que el presidencialismo regresó por sus fueros con Peña Nieto, la
verdad de las cosas es que el presidente interviene pero no lleva mano como
antaño. Bueno, ni a su propio partido le puede imponer condiciones a su gusto;
de que otra manera se explica la llegada de Manlio a la presidencia del PRI nacional. Tal vez en
el estado de México pueda imponer candidato sin oposición en 2018, pero está
por verse como llega a su último año de gobierno. Para como va…
En todo caso, todo lo anterior viene a cuento
con respecto a la sucesión en Veracruz pues si bien el gobernador Duarte no es
el único factor de poder que interviene en la batalla cuenta en su haber con el
control del presupuesto estatal, que a final de cuentas es el elemento central en
el desarrollo de las campaña;, sobre todo la que se da fuera de los tiempos
legales de los procesos electorales (programas sociales, apoyos, decretos y un
largo etcétera) y en su resultado por supuesto. Con los órganos electorales
locales sometidos, la inmensa mayoría de los medios de comunicación alineados,
la alianza generosa con las FF. AA., la oposición fragmentada -incluyendo a las
candidaturas independientes, of course- y como ya se dijo, el presupuesto (incluidos
préstamos de emergencia), cuesta trabajo pensar que el gobernador no lleva mano
en el proceso.
Así que le sugiero a mis tres lectores que
tomen en cuenta lo anterior para que participen en las quinielas con buenas
posibilidades de ganar. No se haga ilusiones pensando que la señal viene de Los
Pinos, o que Don Beltrone es el fiel de la balanza, o que el hijo predilecto de
Nopaltepec es la mano que mece la cuna. Todos los mencionados están sentados en
la mesa pero insisto, el que lleva mano, para bien o para mal, es el gobernador
en turno. A menos que un escándalo mayor acabe con la débil legitimidad que
tiene en el estado en las próximas dos semanas, ésa será la dinámica que defina
la sucesión. Claro, a la mayoría de los veracruzanos les da igual quien salga
(seguirán padeciendo las calamidades que nos distinguen a nivel mundial) y
supongo que las especulaciones que acabo de escribir también.
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