sábado, 19 de diciembre de 2015

El fin de la transición al neo autoritarismo y la constitución de la ciudad de México.



Ya pocos niegan que la transición democrática en México fue una quimera o mejor dicho, una reconfiguración autoritaria del sistema político para que el neoliberalismo sentara sus reales en el país. Hasta los transitólogos más entusiastas de la farsa iniciada en los ochenta y que tuvo como punto álgido el año de 1997, reconocen que en realidad no hubo tal, o que sus resultados están muy lejos de cubrir las expectativas que generó a finales del siglo pasado.

Fue precisamente en 1997 cuando culminó una etapa del proceso que instaló el neo autoritarismo maquillado con institutos y tribunales electorales. Después de décadas en la que los habitantes de la ciudad de México fueron ciudadanos de segunda, cercenadas sus libertades políticas gracias a la figura de la regencia, votaron para elegir en las urnas al primer jefe de gobierno. Faltaba entonces otorgarle soberanía plena a la ciudad más importante del país, dotándola de una constitución que expresara el acuerdo político indispensable para arribar a la mayoría de edad como territorio político.

Sin embargo, el triunfo arrollador del PRD en aquéllos años fue el pretexto para que el PRI y el PAN se hicieran de la vista gorda, manteniendo la conculcación de derechos políticos para los capitalinos. Tuvo que llegar un arribista de la política al gobierno de la ciudad, como lo es Miguel Mancera, para que las elites políticas abrieran la mano y votaran en el congreso de la unión la reforma política para hacer posible la integración de un constituyente que diera vida a un nuevo orden político en la ciudad de México.

Gracias a la colaboración sin cortapisas con la política y objetivos de la presidencia por parte de Mancera, los dueños del congreso federal dieron luz verde para iniciar el proceso que culminó hace unos cuantos días, definiendo las reglas del juego para la conformación del constituyente capitalino en 2016. Pero desconfiados de la ciudadanía defeña, el cártel partidista que mantiene el poder en las cámaras -incluido ahora el PRD-  decidió dar un paso más para recordarnos la naturaleza y el carácter de eso que se llamó transición democrática.

Frente a la fuerza de MORENA en el Distrito Federal, el cártel partidista decidió minimizar la voluntad popular estableciendo reglas de elección para conformar el constituyente que nos  recuerdan que la tendencia a escamotearle derechos políticos a los capitalinos sigue gozando de buena salud, a pesar de que sus impulsores la señalen como una reforma histórica que… bla bla bla. Pero por si esto fuera poco, el cártel en cuestión pretende relanzar al PRI en la capital para recuperar lo que ha perdido en las urnas por décadas. Para ello necesita reducir a su mínima expresión la voz de la oposición, violentando como tantas veces el voto popular con maniobras legales y preparar el campo para el regreso del dinosaurio.

Para empezar, el 60% de los diputados constituyentes se obtendrán del resultado electoral pero no se incluirán a los ganadores sino que se utilizará el método de la representación proporcional. Sobra decir que la sobre representación será un factor importante en la conformación del 60% de los constituyentes, burlando de manera burda el voto popular. El porcentaje restante, o sea el 40%, será repartido entre los integrantes del cártel partidista el cual, a falta de votos ganados en la urnas, los elegirá por el célebre sistema del dedazo.  La  designación del resto  se obtiene de la siguiente manera: 14 diputados designados por la Cámara de Diputados; 14 por el Senado; 6 por el presidente de la república; y 6 por el jefe de gobierno del D.F.

Si tomamos en cuenta el perverso mecanismo de cuotas por medio del cual las cámaras designan a consejeros electorales, magistrados y demás fauna sobra decir quiénes serán los favorecidos.  Si a éstos se suman los designados por el presidente y por el jefe de gobierno tendremos que prácticamente 40 diputados estarán bajo el control de la presidencia; pero faltan los que ‘ganen’ por el método de representación proporcional, que podrían superar los treinta; la suma no deja lugar a dudas de quien será el que domine el congreso constituyente. El presidente contará con setenta diputados y seguramente me quedo corto, tomando en cuenta que Los Pinos desean contar con la mayoría calificada que le otorgue el control absoluto, evitando polémicas y conflictos para planchar la constitución en lo oscurito.

Así las cosas, el último eslabón de lo que se conoció como la transición democrática, la soberanía política de la ciudad de México, confirma que aquélla no fue más que un ajuste del sistema político para reconfigurar el cártel partidista y mantener el poder autoritario para imponer el neoliberalismo. La democracia liberal mexicana, haciendo gala de su proverbial gatopardismo, culmina así un ciclo infame que ha sumido el país en la miseria y la violencia. La reforma política de la ciudad de México es sin duda la última vuelta de tuerca del neo autoritarismo mexicano. Que lo festejen los integrantes del cártel político; los capitalinos no tiene nada que festejar y el resto de los mexicanos menos.

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