viernes, 29 de noviembre de 2013

Revolución mexicana

Camilo González

(Valga el espacio para hacerle llegar a mi hermosa Madre, Elsa de León, mis mejores deseos hoy en su cumpleaños; 'ora por acá' -decimos en nuestro Pueblo Viejo- te felicito y canto...) 

Si después de la devastación provocada por los años de la guerra de independencia el imperio de Iturbide no logró sostenerse ante la falta de recursos y las presiones de los Estados Unidos (Monroe y Poinsett) así como de Francia y España (Napoleón y los realistas españoles y criollos), después del porfiriato las mismas condiciones, incluso empeoradas de la mayoría de la población nacional, que en ciertos aspectos ya tenía una identidad nacional, hicieron sucumbir al régimen. 

Como en casi todo momento posterior a la conquista española del imperio mexica, las decisiones de los gobiernos en turno están contempladas para cumplir con los programas que impone el desarrollo internacional del sistema económico mundial. 

Antes y después de la Convención de Aguascalientes, Villa y Zapata eran los caudillos nacionales. El imperio de la ley constitucional que impuso Carranza, y luego el de las armas que impusieron tanto Obregón como Calles, y en algún momento el propio Cárdenas, estuvieron apegados a las necesidades internacionales de la producción, que en el siglo XX recayó indiscutiblemente en los Estados Unidos, que justamente en la segunda posguerra mundial, cumplieran poco más de cien años de haber anexado la mayoría de su territorio ya sea comprado o bajo la guerra, como usualmente acostumbran adueñarse de las cosas, los territorios o las personas (los “estados”).

De esta manera, la lección de la revolución mexicana fue la de que la imposición, nuevamente, del régimen liberal ahora adaptado a un presidencialismo constitucional moderno, innovador, que llegaría a ser metaconstitucional -y por qué no, metafísico también, parafraseando al difunto Carpizo- permite una mayor expansión por un lado del mercado interno -futuro mercado del capital transnacional- y por el otro lado, del mercado externo, al extraer con mayor facilidad -ventajas, incentivos de los gobiernos locales- las materias primas y mano de obra necesaria. 

Rescata Arsinoé Orihuela (http://bit.ly/18caWQn) en ladignavoz.net la reseña que hace Pedro Salmerón del libro que escribe Martí Batres, y que da cuenta clara sobre la estadística del modelo neoliberal fallido (http://bit.ly/1b9PmLQ). 

Los números no mienten: el antiguo sistema nacionalista de producción -sustitución de importaciones- creó un mejor escenario nacional. Sin lugar a dudas, las condiciones de las posguerras lo permitieron, como permitieron en su época la independencia nacional, gracias a los arduos esfuerzos de Napoleón por conquistar Europa, y acabar con su ejército en el invierno ruso. Aquél ímpetu estatista lo llevó a encargar los asuntos del imperio en la península ibérica (y por ende en América) al que muchos califican de su desobligado hermano, pero que la historia le ha dado el papel de gran libertador de América. 

De esta forma, los últimos tres procesos políticos que han conformado al estado mexicano (la revolución constitucionalista, el nacionalismo priista y el modelo neoliberal) estuvieron impulsados por los intereses del capital internacional. No por nada Pemex, a la fecha, mantiene inversiones privadas en México y coinversiones en el extranjero, a pesar de lo que la Constitución dice. Es evidente el papel que durante la guerra fría y en los últimos años ha jugado México como patio trasero de los Estados Unidos. Doctos intelectuales de gustos refinados y paladares exigentes han planteado un futuro para México de anexión, similar al de Texas en la década de los 40, del siglo diecinueve. 

Me parece que no es la solución que necesitamos.

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