El
aniversario del movimiento social conocido por la historia oficial como la
revolución mexicana me obliga a reflexionar sobre su doble significado: la idea
del triunfo de los derechos sociales y del estado de bienestar, piezas claves
para renovar el rol económico subordinado, sobre todo de Estados Unidos; por el
otro, la participación popular inscrita para siempre en la memoria colectiva de
las mayorías.
El
triunfo de la fracción constitucionalista significó el realineamiento del país
en el sistema mundo, estableciendo una relación mucho más cercana con los
vecinos del norte, que estaban cerca de convertirse en el estado hegemónico, lo
que se tradujo en el paulatino sometimiento que ha desembocada en una franca
anexión de hecho. Con ello se demostró que el nacionalismo fue una trampa
ideológica para cohesionar el apoyo popular en torno a un proyecto elitista y
excluyente, apoyado en un estado de bienestar que hoy es sólo un recuerdo. Por
eso les resulta incómodo al presidente en turno y sus socios, difícil de
digerir tomando en cuenta que fueron ellos los que instalaron el modelo en los
años treinta; concentrados hoy en mantener viva la herencia salinista, que
declaró muerta a la revolución para de instaurar el ‘modelo’ neoliberal, prefieren
ignorar las cicatrices del pasado. Después de todo son el ‘nuevo’ PRI.
La
desaparición del ejido, el apoyo a la educación privada en detrimento de la
pública y la ofensiva despiadada contra los derechos de los trabajadores en las
últimas tres décadas demuestran claramente que se ha dado vuelta a la página de
la historia. Sin embargo, el estado no puede cancelar los festejos pues sería
riesgoso ignorar el valor que la mayoría de la sociedad mexicana le atribuye al
conflicto social, que provocó más de un millón de muertos. Lo festejan a
regañadientes, tergiversando los hechos y tratando de manipular la memoria
colectiva para eliminar la idea de que los movimientos sociales son el motor
del cambio social, la expresión más acabada de las aspiraciones de las y los
mexicanos. En esta ocasión, el gobierno priísta decidió realizar una pantomima
de diez minutos, en la cual rindió homenaje a la cúpula militar y cercenó de manera
arbitraria el contenido popular de la celebración. Por primera vez en la
historia, el zócalo capitalismo fue escenario de la entrega de ascensos y
condecoraciones a miembros de las fuerzas armadas en medio de un operativo de
seguridad que afectó incluso a miles de personas en el aeropuerto, que no
pudieron salir de la ciudad.
La
conformación de un estado de bienestar que tuviera poder económico para hacer
realidad, a chuecas o derechas, las principales demandas de la revolución
mexicana de 1910: reparto de tierras, educación gratuita y laica además de
derechos laborales acordes con el espíritu de la constitución de 1917, hoy es
una opción descartada por el grupo peñista. Para que recordar una época de la
historia que hoy es sistemáticamente ignorada para imponer precisamente su
deshaucio. La nacionalización del petróleo en 1938 le aseguró al estado los
recursos necesarios para construir escuelas y carreteras, mantener vigentes las
pensiones y el servicio médico a los trabajadores, subsidios al campo, para
conformar la autosuficiencia alimentaria sin depredar el ambiente. En otras
palabras: hacer efectivos los derechos sociales contenidos en el pacto de 1917,
sin olvidar los límites del modelo, darle vida a la revolución.
En
tiempos en que se está a punto de regresar a una situación anterior a los años
treinta, en la cual el control de la industria energética estaba en manos de
las compañías extranjeras, es mejor limitar como se pueda las celebraciones anuales
de la revolución evitando así que sean utilizadas para reivindicar los derechos
que en nuestros días, uno tras otro con las reformas de la llamada segunda
generación neoliberal, ha ido cancelando el grupo en el poder. Con la venta de
PEMEX, el estado renuncia a la posibilidad real de mantener los derechos
sociales vigentes. Más aun, el modelo pretende cubrir el huevo financiero con
más impuestos, Negar la herencia de la revolución mexicana, o sea de los
derechos sociales, resulta hoy para muchos una discusión superada y actuando en
consecuencia la ningunean y mistifican.
Sin
embargo, es precisamente esa herencia la que no hay que perder de vista. El
significado fundamental de la llamada revolución estriba en la certeza de que
la participación política de las mayorías es fundamental para definir el rumbo
de una república, para el mantenimiento de la salud pública. La división del
norte y el zapatismo fueron la expresión más clara de los ideales populares y
hoy representan el pilar de la memoria colectiva de este país.
Por
lo tanto, conmemorar el aniversario del alzamiento popular iniciado en 1910
tiene que colocar en el centro del análisis la intervención de los trabajadores
del campo y la ciudad en la cosa pública, su derecho a tener derechos, sus
aspiraciones de construir una sociedad más justa y humana. Reivindicar esa
herencia es el mejor homenaje que le podemos hacer a todos los que participaron
en la bola; manteniendo vivos sus ideales, sus convicciones podremos
reconfigurar el destino de nuestra sociedad. De otro modo seguiremos a la
deriva, amarrados al barco decadente de los Estados Unidos que nos llevará a
olvidar quiénes somos y para donde queremos ir. Por eso este veinte de
noviembre se grita con fuerza ¡Viva Emiliano Zapata! ¡Viva Francisco Villa!
No hay comentarios:
Publicar un comentario