Al observar el espectro de las
ideologías en pugna en el mundo contemporáneo salta a la vista la fuerza que ha
venido cobrando el discurso anarquista, sobre todo entre la juventud, lo que
explica en parte la satanización que las buenas conciencias y sus altavoces,
los medio de comunicación, han llevado a cabo. Sin caer en la apología o en el
ninguneo convendría preguntarse: ¿Cuáles son las causas de este fenómeno? ¿Por
qué parte de la juventud en el mundo enarbola sus principios y se define como
anarquista?
Con la intención de alimentar el
debate me gustaría abordar la cuestión a partir de la relación del anarquismo
con la violencia, el consumismo y la política. No omito señalar que el
anarquismo no es una propuesta homogénea y constante en el espacio y en el
tiempo. De hecho, al entrar en materia, lo primero que aparece es una
diversidad tanto en los siglos XIX y XX como en el actual. Además, el
anarquismo representa una ideología ajena al nacionalismo y por lo tanto
plenamente internacionalista desde sus inicios. Sin embargo, un análisis más
cuidadoso revela ciertos elementos comunes que articulan el discurso y las
propuestas a lo largo de sus dos siglos de existencia en el universo de las
ideologías.
La relación del anarquismo con la
violencia parece ser el aspecto más polémico, que ha sido utilizado desde el
siglo XIX para descalificarlo, tanto por los conservadores como por los
liberales. Es un lugar común asociar de manera automática al anarquismo con la
violencia irracional, primitiva, la ausencia de un orden político. El girondino
Brissot en 1793 definía los rasgos de la anarquía como: “Leyes que no se
cumplen, autoridades ignoradas, y carentes de fuerza, delitos impunes, ataques
a la propiedad, violación de la seguridad del individuo, corrupción de la
moralidad del pueblo, ausencia de constitución, de gobierno, de justicia: he
aquí los rasgos de la anarquía” Dadas las circunstancias, al leer la cita cuesta
trabajo no asociarla más bien con el estado liberal contemporáneo y no tanto
con el anarquismo. Como afirmé en otro
lado, la matriz de la violencia social reside en el orden capitalista y en las
labores de control social del estado para imponer el robo y la depredación. Dentro
de la tradición anarquista -que no niega la relativa aceptación de la violencia
como recurso revolucionario- nos encontramos con el pensamiento de personajes
como Tolstoi, Thoreau o incluso Gandhi, que si bien no se definieron como
anarquistas, coinciden claramente con buena parte de sus principios y valores. Más
aún, parte de la crítica que hacen los anarquistas del siglo XIX a Marx y su
idea de la dictadura del proletariado estriba precisamente en la violencia
instrumental, en la naturalización de la coerción como forma de liberar a la
sociedad de la desigualdad. En este orden de ideas, la crítica a la violencia
matriz del capitalismo explica en parte el fortalecimiento del anarquismo como
ideología contemporánea.
Al mismo tiempo, la idea de llevar
una vida sencilla, orientada a satisfacer las necesidades básicas que
posibiliten una vida creativa orientada por el ser y no por el tener,
representa otro de los elementos atractivos para el mundo de hoy, ahogado por
el consumismo enajenante, que favorece la acumulación de capital a costa de la
salud humana y el saqueo de los recursos naturales. Al respecto, Proudhon
distingue entre pauperismo y pobreza, en donde el primero es la típica
condición de indigencia mientras que en la segunda el ser humano obtiene con su
trabajo lo necesario para satisfacer sus necesidades. La vida de lujos y
abundancia material está lejos de ser una meta para el anarquismo ya que sería
un obstáculo evidente para acercarnos a una vida plena, digna del espíritu de
la humanidad. Sin caer en el ascetismo, la pobreza resulta ser más una virtud
que un defecto, que abre la posibilidad de ser libre de necesidades impuestas
por el mercado. El rechazo a la indigencia no se materializa en la sed de
riquezas y lujos, sino en la búsqueda de una vida plena y basada en el trabajo
libre. El rechazo al lucro por parte del anarquismo expresa claramente esta
idea y resulta a todas luces muy atractiva para una juventud empobrecida, que
en lugar de sufrir por ello encuentra un motivo para afirmarse en su condición
de excluido para enfrentar el poder.
Pero donde me parece que reside
buena parte del atractivo del anarquismo para los jóvenes es en la ineficacia
de las instituciones liberales, en particular de los partidos políticos y de la
democracia liberal, para resolver los problemas que enfrentamos en la
actualidad. Al definirse como apolítico e incluso como antipolítico, el
anarquismo se aparta de las discusiones inherentes a la democracia electoral,
oponiéndose sobre todo a la tiranía de las mayorías, recurso mistificador de la
dominación de unos pocos sobre los muchos. Este aspecto ha provocado la mayor
parte de las críticas al anarquismo, tanto de la derecha como de la izquierda
liberal, incluyendo a la socialdemocracia y al comunismo. Empero, en realidad
esta postura se refiere más bien a la política institucional, liberal y
republicana, que mas que acabar con la desigualdad la reproduce, que mas que
impulsar la libertad, se la concede sólo a los poderosos. La crítica al poder
político se funda en la certeza de que no es posible desbancar el sistema
político actual a través de la política institucional. Sólo por medio de la
acción directa, en la que los individuos actúan sin necesidad de ser
encuadrados en una organización vertical y dirigida por una autoridad, el
anarquismo encuentra las posibilidades de construir una sociedad libre. La
lucha permanente, en cualquier lugar y en cualquier situación, representa sin
duda el eje fundamental del anarquismo. La soberanía de la persona se sitúa en
el centro de todo su discurso, lo que en mi opinión caracteriza a la razón de
ser de la política, o mejor dicho, de la
contrapolítica.
Por todo lo anterior, y como ha venido
sucediendo a lo largo de dos siglos, el anarquismo va y viene pero no
desaparece. Está siempre presente en la búsqueda de una humanidad libre y
dinámica, tal vez hoy más que nunca.
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