El estado-nación, como lo conocieron las generaciones precedentes, o como lo describiera la siempre grisácea e inexacta teoría política, está en proceso de expiración: acudimos a su accidentado fenecimiento. Pero no hace falta rasgarse las vestiduras. Todas las instituciones o autoridades que rigieron los estadios civilizatorios pretéritos están en estado acelerado de pudrimiento o mutación –llámese iglesia, matrimonio, estado, familia. La advertencia ya había sido emitida: la modernidad erosionaría todas las actividades e instituciones sagradas, a cambio de una concesión, que en términos católico-apostólico-romanos correspondería a una especie de pacto con el diablo –la libertad de comercio, la libertad de perseguir el fin egoísta, en provecho, según la torcida teoría, del bienestar común. En vocabulario cristiano, el apotegma luciría así: “haz el mal para hacer el bien”. (No cabe duda que Adam Smith se las tronaba con especial ímpetu). O como dicen en nuestros días las juventudes encandiladas con la ideológica treta entrepreneur: “Yo quiero ser rico para ayudar a la gente pobre”. En este contexto de transmutación, degradación a gran escala, los valores también sucumben al efecto arrollador de la modernidad, más duramente castigados por la posmodernidad: el esfuerzo, el respeto, el pudor, nadie los premia ni practica; el éxito es la única divisa, sin consideración de los medios utilizados .Y si existe un ámbito señaladamente afectado por esta naciente axiología, con todas las implicaciones que arrastra para la vida pública, es el de la política. El estado-nación que conocieron nuestros ascendientes, orientado a la gestión de la producción, el adiestramiento de la fuerza de trabajo, la cohesión material e inmaterial, ha capitulado en favor de la versión decantada de la polis proto-selvática: el estado nacional de competencia, orientado a la desposesión por apropiación, a la caridad filantrópica, al abaratamiento de la mano de obra nacional, al desgarramiento de la sociedad, a la producción de imaginarios fragmentarios. En este renglón, el de la devaluación de la política, el estado, los valores, Veracruz puja con fuerza y exclama sin empacho: “¡Adelante!”
Un hambriento, un voto: “¡esto es oro puro!”
Todo el mundo sabe que el PRI-Estado compra votos, elecciones, voluntades. 84 años encumbrados en el poder lo avalan. (Inclúyase los doce de Acción Nacional). Se sabe que los programas asistenciales se usan invariablemente con fines electorales. Que las leyes electorales (así como todas las demás) se violan con frenesí. Pero pocas veces se captura in fraganti a los operadores de la defraudación electoral, quizá porque otrora la discreción era un valor inviolable en el modus operandi del octogenario tricolor. Pero fieles a la recomendación de Gloria Trevi, y acaso afectados por el “efecto arrollador de la modernidad”, los priistas se soltaron la greña.
La semana anterior se filtró un video que exhibe a funcionarios del círculo íntimo del gobernador veracruzano confabulando para desviar los recursos de programas federales, en particular los provenientes de la proto-teletónica cruzada nacional contra el hambre, a favor del Partido Revolucionario Institucional. La fórmula de la estrategia electoral en puerta consiste en “ganarle al PAN el padrón de los abuelitos… y el padrón de Oportunidades”. En suma, que cada hambriento o adulto mayor constituya un voto para la causa priista. Véase la franca e impúdica conversación de los coordinadores operativos en jefe: “No es fácil comprar una elección, el ir y comprar votos, porque hay que saber a quién comprárselos. Y lo han visto y lo han vivido y lo hemos visto todos los que sabemos de esto: No es fácil porque a veces damos el dinero a quien no nos va a responder o al menos nos agarran de pendejos” (Pablo Anaya Rivera). Salvador Manzur Díaz remata, aunque lacónico, con más optimismo: “Entonces es realmente oro molido lo que tenemos en la mano, hay que aprovecharlo” (Proceso).
El nuevo PRI o “aguanta Rosario”
Erosionadas todas las formas y formalidades, el nuevo PRI se pasea en foros y tribunas sin su antiguo atuendo de pudor. Para muestra, un par de chascarrillos de nuestra pricámbrica juventud:
1) En plena tribuna parlamentaria, el diputado federal por el distrito IX de Veracruz, Fernando Charleston, confesó con lujo de inusitada franqueza: “No caigamos en provocaciones amigas y amigos. Esto que pasa en una entidad de nuestro país pasará seguramente en las otras trece entidades donde habrá elecciones”.
2) Ante el aluvión de amonestaciones que recibió la secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles Berlanga, con motivo de las corruptelas de su programa anti-pobreza en Veracruz, Enrique Peña Nieto, en un arrebato de cínica despreocupación, refrendó su respaldo a la reina del triunvirato partidario con un: “Aguanta Rosario”.
Libertad de prensa o licencia para matar
Los agravios contra los periodistas en la entidad veracruzana no cesan. En el preludio del aniversario del asesinato de Regina Martínez, antigua corresponsal de Proceso en Veracruz, las amenazas contra el gremio se intensifican. A las sistemáticas hostilidades contra periodistas en la entidad, se suman las recientes amenazas de muerte al reportero Jorge Carrasco Araizaga, denunciadas por el semanario Proceso. Mientras ciertos funcionarios del gobierno de Veracruz sostienen que en el estado “hay 100% libertad de expresión garantizada”, un estudio elaborado por la Asociación Mundial de Periódicos y Editores de Noticias contradice terminantemente la entusiasta versión oficial. De acuerdo al organismo internacional, en Veracruz los periodistas “no sólo se enfrentan al riesgo que conlleva cubrir (informativamente) al crimen organizado, sino también al de ejercer su profesión bajo un régimen de hostil intolerancia… se sabe que en muchos casos, el crimen organizado actúa bajo los dictados del gobierno local” (Proceso).
Si se coacciona con dinero el voto, porque no coartar con terror la libertad.
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