Para los que pensaron que el movimiento estudiantil
en Xalapa se batía en retirada después del reflujo de las protestas
antes, durante y después de las elecciones federales, el cierre de
las instalaciones de la unidad de Humanidades de la Universidad de Xalapa
el dos de octubre pasado representa seguramente una desagradable
sorpresa. Dicha acción confirma que los estudiantes no quitan el dedo
del renglón en su búsqueda por la ampliación y democratización de
la participación política en el país y por la dignificación de las
universidades.
Inscrito en el contexto de protestas estudiantiles
en Chile, España, Argentina, por mencionar los más recientes, el movimiento
estudiantil en Xalapa sigue dando de qué hablar. Y a pesar de
las descalificaciones y amenazas, los estudiantes de sociología, pedagogía,
historia y antropología sentaron al rector Arias Lovillo para dialogar
y presentarle sus demandas en un ambiente de respeto y cordura dignas
de los jóvenes universitarios.
La reacción de las autoridades universitarias, en
un primer momento, no fue la más adecuada más preocupados por mantener
el principio de autoridad que por servir a la comunidad que dicen representar.
Con el argumento de que no existía un pliego petitorio definido, el
rector simplemente se cruzó de brazos y se atrincheró en una postura
común en este tipo de conflictos: no al diálogo hasta que los paristas
entreguen las instalaciones. Habrá que mencionar que dicho argumento
más parece producto de la ignorancia o de la mala fe ya que, por ejemplo,
el movimiento estudiantil de 1968 –hoy integrado a la historia oficial
con la esperanza de despojarlo de su naturaleza contestataria y rebelde-
no contó con un pliego petitorio hasta casi un mes después del incidente
que agravió a los universitarios. Resulta por lo tanto inadmisible
que se haya descalificado los estudiantes de Humanidades con semejante
argumento.
Otro argumento que se esgrimió para negarle
legitimidad al paro fue que eran una minoría; que la mayoría no estaba
de acuerdo aunque nunca se organizaron para manifestarse en ese sentido.
Se apelaba a una mayoría fantasma, indiferente al conflicto. Sobra
decir que los movimientos no dependen de los números sino de los principios
y las demandas que promueven. A nadie se le ocurre hoy descalificar
las manifestaciones de apoyo al movimiento del ’68 en Xalapa porque
la mayoría no se manifestó públicamente en aquéllos años. Al contrario,
hasta libros se han publicado recordando la gesta en estas tierras.
El movimiento estudiantil xalapeño confirma entonces
que los jóvenes no se van a quedar callados a pesar de la imposición
y el reflujo de #Yo Soy 132. De hecho, el paro confirma lo que ya se
veía venir: el #Yo Soy 132 en Xalapa –que por cierto no manifestó
públicamente su posición con respecto al paro- ha sido rebasado claramente
por los estudiantes indignados. Tal vez así se comprenda mejor que
el movimiento #132 no está compuesto sólo por los miembros ‘formales’
sino sobre todo por la masa estudiantil y juvenil indignada. Fueron
éstos últimos los que engrosaron las marchas y manifestaciones a
lo largo del proceso electoral pasado y que están poniendo en práctica
un acuerdo general: la lucha no termina con la imposición.
Ante la anomia generalizada, producto del aumento
del desempleo y la desigualdad así como la militarización del
país, resulta cada vez más evidente que uno de los sectores más dinámicos
para expresar la indignación general es el de los estudiantes y jóvenes.
Sus demandas lo confirman. No a la simulación; si a la democratización
y dignificación de la educación pública.
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