Derrotada la
aventura imperial napoleónica en 1815, los conservadores ingleses y
franceses se dieron cuenta que detener,
o incluso regresar los cambios sociales, resultaba contraproducente a todas
luces pues alimentaba el conflicto social y las rebeliones, con lo que se ponía
en riesgo la buena marcha de los negocios. Dos siglos después, la derecha
española parece haber olvidado que la ‘transición política’ le abrió la puerta
a los socialistas al gobierno para que la derecha y la monarquía siguieran
mandando. Y vaya que les funcionó por más de veinte años, al grado de que en
México los especialistas en la democracia la ponen como ejemplo de una
transición exitosa y claro, democrática. Qué ironía que hoy por hoy, ambos
países estén gobernados por la derecha, en una profunda crisis económica y con
una tendencia muy marcada a aumentar impuestos y cercenar derechos sociales con
el garrote en una mano y la constitución en la otra. ¿Final feliz?
Los recortes y
apretones de cinturón al gasto público en el reino de España están cobrando
víctimas a diestra y siniestra. Por un lado la sumisión de Rajoy a los
designios de los banqueros alemanes está provocando una avalancha de despidos,
desahucios, suicidios, crisis familiares, embargos… Las mayorías están
enfrentando una terapia de shock para
mantener los privilegios de unos cuantos, entre los que se distingue por
supuesto la familia real y toda su corte de terratenientes y militares, pero que
es la otra víctima evidente de la política económica del Partido Popular.
Habrá que decir
que la monarquía también ha contribuido para acrecentar el número de personas
opuestas al régimen. La irrefrenable ambición de enriquecimiento de Juan Carlos
acabó convirtiendo a la familia real en un bufete de gestores comerciales y de
negocios que, dado que se mueve en la ilegalidad sistemáticamente, acabó pasándole
la factura, en particular a su yerno Iñaki Urdadangarín, quien enfrenta
cargos por desfalco y corrupción pero sobre todo visibiliza el hecho del enorme
enriquecimiento de la familia real gracias a su influencia en el gobierno y su
relativa impunidad.
Pero además, el rey parece seguir viviendo en un mundo en el
que puede hacer lo que quiera sin enfrentar las consecuencias, cuando la
situación es precisamente la contraria. Ya desde su altercado con el presidente
Chávez se mostró ajeno al protocolo que exigen las reuniones de jefes de
estado. Pero su viaje a Botsuana para matar elefantes podría ser una muestra
más clara de esta esquizofrenia real. Justo en el momento en que la crisis
económica estalla con toda su fuera en España el jefe del estado se encuentra
matando animales protegidos a costa del erario y, para rematar, se cae y se
fractura la cadera, lesión por excelencia de la senilidad. Los actores
políticos institucionales, tan bien acomodados al régimen llegaron a sugerir
la idea de que Juan Carlos debería abdicar para poder llevar la vida que desea
y dejar los asuntos de estado a su heredero.
Y los tropezones han estado a la orden del día, desde los
literales como el de principios de
agosto hasta los virtuales como el
reciente video en donde manotea y reconviene a su chofer enfrente de las
cámaras. Resulta inevitable relacionar semejantes accidentes con la decadencia
no sólo de su persona sino también de la monarquía como institución. La lista
de pifias y muestras de rechazo por parte de la sociedad española es larga y la
de los escándalos del rey aun más larga. El texto de Pascual Serrano De los escándalos sexuales
al "Caso Urdadangarín" me
parece un excelente recuento porque al mismo tiempo que ofrece una panorámica
de los escándalos subraya la complicidad de los medios de comunicación y de
buena parte de la clase política española, no se diga la iglesia católica o los
duques, barones y demás fauna. Después de todo están plenamente conscientes de
que sus privilegios sólo serán maximizados en una monarquía, por lo que
obstaculizan y criminalizan cualquier intento de cambio significativo, aun
dentro de los márgenes de una economía capitalista.
Y es aquí en donde la derecha y el PP se dan un tiro en el
pie. Al agraviar sin miramientos con un ¡Qué se jodan! a los pueblos de España
para mantener las cosas como están aunque ya no den para más, simplemente
legitiman la rebelión. Y en un contexto como ése sólo hace falta un
actor/catalizador que acelere el descontento y al mismo tiempo lo alimente.
Juan Carlos de Borbón está apoyando todas las medidas económicas tomadas por el
gobierno de Rajoy y declarando a favor de ellas.
Recientemente se reunió el Consejo Empresarial para la Competitividad (CEC), compuesto por
los beneficiarios de las políticas de ajuste y que, sobra decirlo, seguirán
como si ellos no tuvieran nada que ver con la crisis actual como: César Alierta
(Telefónica), Francisco González (BBVA), Isidre Fainé (La Caixa), Ignacio
Sánchez Galán (Iberdrola), Pablo Isla (Inditex), Antoni Brufau (Repsol),
Isidoro Álvarez (El Corte Inglés), Juan Roig (Mercadona), Florentino Pérez
(ACS), Rafael del Pino (Ferrovial) y José Manuel Entrecanales (Acciona). Según
la nota “El objetivo del CEC es aportar propuestas que ayuden a la recuperación de la economía española,
la mejora de la competitividad y el fortalecimiento de la confianza
internacional en España.” Nótese que cuando se habla de la economía española se
refieren a sus negocios y no a los de todos los habitantes del país; cuando
hablan de competitividad se planean las reformas necesarias para bajar
salarios, reducir derechos sociales y aumentar impuestos; cuando hablan de
confianza del mundo se refieren a que el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional confíen en el gobierno español y Rajoy cómo conductores de los
programas de ajuste económico. Lejos está Juan Carlos en estas reuniones con
los causantes de la debacle financiera de convocar a un referéndum o un
plebiscito para conocer la opinión de las mayorías. Más bien está preocupado de
salvar a los banqueros para salvarse él.
Dicen que la razón por la cual apresaron a Luis XVI en
Varennes fue por disfrazarse para ocultar su verdadera identidad; tal vez si
hubiese ido vestido de acuerdo a su rango no se hubieran atrevido. En todo
caso, el hecho de haber intentado huir -abandonando a su reino para salvar su
poder- fue un golpe mortal para la monarquía francesa como institución, a pesar
de la restauración y los dos imperios. ¿Por qué no pensar que los continuos
tropiezos de Juan Carlos y su desprecio por las consecuencias, mas la inhumana
política económica de Rajoy abonarían al creciente desprestigio de la monarquía
española y su eventual desaparición para abrirle el paso a la república? Si
agregamos la
decadencia de la iglesia católica en España y su complicidad tradicional
con la monarquía, estamos frente a una situación en la que todo el prestigio
ganado por Juan Carlos, a chuecas o a derechas, con el intento de golpe de
estado de Tejero está evaporándose y de paso debilitando as aún la viabilidad
del régimen.
La derecha española mientras tanto atiza el fuego sin darse
cuenta de que el costo político de los ajustes económicos no sólo le afecta al
PP y su gobierno sino al régimen en su conjunto, con el rey a la cabeza. No se ve que vaya a cambiar el rumbo de la política
económica a corto plazo; en la medida en que se vayan asentando los recortes y
aumentando el desempleo y la precariedad el descontento crecerá aun más. Y tal
vez entonces, en un afán desesperado por salvar sus privilegios, los dueños del
dinero en España le abrirán la puerta a la república para que pase por encima
del cadáver de la monarquía y finalmente se cierre el trágico e infame periodo
que inició con el golpe de estado encabezado por el ejército y la iglesia y que
aun no finaliza, a pesar de transiciones pactadas o tal vez, precisamente por
eso.
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