(Primera parte)
Uno de los temas
que más se ha discutido a lo largo de nuestra vida independiente como nación ha
sido, sin duda, el del papel del Estado en la educación. Como consecuencia del
monopolio que ejerció la Iglesia para educar a la población, a lo largo de los
tres siglos de la Colonia, se consideró natural que dicha institución
controlase el proceso educativo. Aun en nuestros días, una de las demandas más
recurrentes de las autoridades eclesiásticas y de las organizaciones afines es
lo que llaman, la libertad de la educación, entendida ésta como la posibilidad
de que sea incorporada la enseñanza católica en las escuelas públicas; se
considera que el alumnado, predominantemente católico, ve coartada sus
libertades al impedírsele recibir dicha educación en al aula. Este argumento
deja de lado el hecho de la existencia de la enseñanza privada, buena parte de
la cual es controlada por grupos religiosos, y de la libertad de los padres y
madres de familia para inscribir a su descendencia en cualquiera de ellas. En
todo caso la discusión no es nueva, pero es evidente la importancia que se le
atribuye a la educación y el sitio estratégico que tiene en el desarrollo de la
sociedad. Este conflicto podría ser resumido en dos ideas dominantes en
relación con al educación y la sociedad: la educación es un problema privado o
una problema público.
En efecto, al
tratar de contestar la pregunta objeto de este breve ensayo, es necesario
considerar que la sociedades contemporáneas, y en particular la mexicana, se
debaten entre caracterizar la cuestión educativa como parte de la esfera
privada o de la esfera pública. Por lo tanto, el objeto de éstas líneas es
describir los argumentos que defienden, tanto los defensores de una o de otra
idea, para invitar a la reflexión y aportar elementos que coadyuven a que el
lector o lectora se formen una opinión propia.
Empezaré con los
argumentos más utilizados por los defensores de la educación como parte de la
esfera privada. El argumento central es muy sencillo: la educación y sus
contenidos deben ser supervisados y aprobados por los padres de familia desde
la perspectiva de los valores y religión que profesan en el hogar. De otro
modo, los progenitores verán menoscabado su derecho a decidir sobre sus hijos y
el ejercicio de su libertad para decidir lo que es mejor para su familia.
Una de las
organizaciones más activas en la defensa de la educación, como parte de la
esfera privada, es la Unión Nacional de Padres de Familia, que en su página de internet ofrece un
diagnóstico revelador de las ideas principales con las cuales defienden su
postura al respecto:
Sabiendo que la libertad de Educación en México es
precaria y que no está reconocida en la constitución, ni recibe apoyo alguno
por parte del gobierno y que la Calidad de la Educación es pobre, este proyecto
busca el que se reconozca y apoye el derecho de los padres para educar a sus
hijos de acuerdo a sus principios y convicciones, y que haya Libertad de
Educación para todos, con un sistema educativo que promoviendo los valores
universalmente aceptados, eleve la Calidad de la Educación para que, además de
atender el desarrollo integral de la persona, compita favorablemente en el
Concierto Mundial de Naciones.[1]
El diagnóstico se
basa en los siguientes argumentos: la precaria libertad en la educación, que además no está reconocida en la Carta
Magna y por lo tanto no recibe apoyo oficial, así como su falta de calidad.
Frente a tal panorama se reivindica sólo una cosa: que los padres puedan educar
a sus hijos de acuerdo a sus principios y convicciones, que no son otros que
los universalmente reconocidos -léase los valores católicos. Sólo así el
alumnado podrá desarrollarse integralmente y ser competitivo en el mundo. En
otras palabras, la educación en México es deficiente básicamente porque limita
la libertad en la educación. Se podría deducir de lo anterior que la calidad de
la educación está directamente relacionada con los valores promovidos, con el
nivel de participación de los padres de familia y no necesariamente con la
calidad y actualidad de los contenidos específicos de los programas de
estudios. O sea, la escuela está para
reproducir los valores familiares; lo demás es lo de menos.
Hay otro argumento que está estrechamente ligado al
anterior y que se utiliza mucho a la hora de elegir una institución para
realizar estudios profesionales: la educación privada fomenta la
competitividad. El desarrollar las habilidades necesarias para competir es uno
de los valores más importantes que debería impulsar la educación. Así, el
individuo que ingresa a una institución privada y paga para ser admitido,
concibe a la educación como una inversión, que podrá recuperar al terminar sus
estudios e integrarse al mercado laboral, basándose en su capacidad para
competir con otros. Ya que el mercado se rige por la competencia, es necesario
que el individuo comprenda y desarrolle las habilidades necesarias en la
escuela para, posteriormente, moverse con soltura en su vida profesional. Y
esto sólo se puede lograr si, y sólo si, el individuo invierte en ello; sólo si
compite con otros para obtener honores y privilegios. Si el individuo paga más,
o sea, invierte más, podrá aspirar a obtener mejores ganancias en el futuro. La
calidad de la educación, desde esta perspectiva, está directamente relacionada
con la posibilidad de recuperar la inversión con creces y no necesariamente con
la interiorización de valores, a no ser el de la ganancia material como
sinónimo de éxito.
Como se ve, los argumentos anteriores, si bien , forman
parte de la idea de que la educación privada es superior a la pública, no
necesariamente coinciden con respecto a los valores promovidos. El valor
fundamental en el seno familiar no es la competencia sino la cooperación; pero
en el mercado laboral sucede exactamente lo contrario. De este modo queda
expuesto que la idea de la educación, como problema específico de la vida
privada, contiene contradicciones ya que para unos los central es la educación
de valores mientras que para otros lo primordial es la educación para la
competencia, en donde lo importante es ganar, aun a costa de los demás.
Desde la perspectiva de la preeminencia de la esfera
pública, que define a la educación como un problema social, voy a describir dos
argumentos que ilustran sus perspectivas.
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