La reciente sexta Cumbre
de las Américas demostró claramente que los EE.UU. han perdido presencia
y capacidad para imponerse como el factor decisivo en el futuro de la
región. Las derrotas militares en Irak y Afganistán han llamado más
la atención que el declive de su presencia en Latinoamérica, que me
parece mucho más significativo en términos geopolíticos, tanto
por sus enormes reservas de recursos naturales y por ser el espacio
geográfico en el que se aplicó el espíritu del Destino Manifiesto,
clave para que EEUU se convirtiera el centro del sistema mundo por más
de tres décadas.
En la opinión pública
internacional es común hoy encontrar opiniones que apunta al reconocimiento
de la decadencia yanqui; la pregunta recurrente no es ya si EEUU está
en decadencia sino que región lo sustituirá y sobre qué bases. El
realineamiento de los integrantes del sistema mundo es hoy el acontecimiento
geopolítico que más llama la atención de especialistas, políticos
y periodistas.
En este sentido, la
sexta Cumbre de las Américas fue calificada por algunos observadores
especializados como una revuelta generalizada contra el liderazgo de
EEUU, particularmente contra la cuestión del manejo del narcotráfico
como en la producción de armas y entre países como Brasil y la India.
Si se acepta que el control de la guerra contra el narcotráfico y los
acuerdos militares -como el Plan Colombia o el Plan Mérida- así como
el monopolio de la producción de armas en el continente representan
dos de los mecanismos más importantes para el mantenimiento de la dominación
yanqui en la región no queda más que reconocer que la debacle es real
e imparable.
Raúl Zibechi propone
cinco razones para explicar el deterioro del control de EEUU en la región
latinoamericana: el fracaso de la política antidrogas y el bloqueo
a Cuba; el debilitamiento de la OEA y el fortalecimiento de UNASUR;
la pérdida de su liderazgo comercial, sobre todo en; el crecimiento
de las inversiones de China; y el fin del monopolio de las alianzas
militares. (La Jornada, 20-04-12) Ante semejante escenario, el analista
uruguayo define una perspectiva poco halagadora para la vigencia de
la doctrina del Destino Manifiesto en su otrora patio trasero.
Las razones expuestas
no son tendencias en formación si no hechos consumados. Pero me parece
que hay un obstáculo evidente en el realineamiento geopolítico de
nuestra América (José Martí dixit): el vergonzoso sometimiento de
la clase dominante en México a la precaria hegemonía yanqui. Resulta
doloroso observar cómo mientras en Sudamérica está en juego un proyecto
para que las naciones puedan definir con mayor grado de autonomía su
futuro, en México los dueños del dinero (y sus intelectuales orgánicos)
sigan empecinados en amarrarse a una economía en declive con el objetivo
de subsidiarla, a costa del empobrecimiento y el aumento de la violencia
generalizada, a cambio de migajas.
Habrá que asumir
que el sistema mundo está cambiando por lo que resulta fundamental
empezar a mirar hacia el sur y dejar de mirar sólo al norte. Con esto
no quiero decir que hay que ignorar a los EEUU si no que es indispensable
redefinir nuestra relación. El proyecto histórico geopolítico original
para nuestra América en el siglo XIX no era seguir sometidos a Europa
o aliarnos a los EEUU para cambiar al amo. El proyecto original era
fortalecer las alianzas entre los pueblos latinoamericanos para ofrecer
un frente común contra el colonialismo. Lo dijeron Bolívar y Martí.
De ello depende que México y el resto de los países latinoamericanos
salgan del hoyo en que están metidos hoy para construir una perspectiva
esperanzadora para los próximos cien años.
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