El ejército es sin lugar a dudas una de las instituciones de mayor tradición en nuestro país, y de una forma u otra, ha participado de manera determinante en los procesos de formación del Estado que conocemos ahora. La mayor parte de los gobiernos instaurados a partir de la guerra de Independencia y hasta la década de los 40’s se vieron apoyados por el ejército, ya sea en su totalidad o por una parte importante de éste. Basta con decir que no es hasta 1946, es decir, mas de treinta años después del estallido de la Revolución Mexicana, que la presidencia de la República es ocupada por un civil, Miguel Alemán Valdés.
Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo pasado las fuerzas armadas han sido utilizadas recurrentemente para realizar labores policíacas, de vigilancia y de control sobre la población.
La ocurrencia de hacer intervenir al Ejército en una guerra en principio perdida no ha ocasionado más que lo que en términos militares se conoce como escalada, es decir un aumento gradual en la violencia empleada por ambas partes, resultante obviamente en más pérdidas humanas por ambos lados, mientras que la comercialización de drogas se mantiene intacta.
Aunado a esto, las violaciones a los derechos humanos por parte de militares son repetidas y no hay nada que hacer al respecto, puesto que acusar a las tropas de algo semejante solo puede ser calificado de antipatriótico. Apenas ayer se sabía de un periodista a quien se le incauto su cámara fotográfica por tomarle fotos a un convoy militar en Boca del Río.
Fenómeno semejante se vivió en los Estados Unidos a partir de la invasión a Afganistán. “Apoyar a las tropas” se convirtió en la frase preferida de todos aquellos a favor de mayores impuestos y de reducciones al gasto público, entiéndase educación, servicios de salud y seguridad social, y hay de aquel que tuviese la osadía de criticar la invasión. “Quien no está con nosotros, está contra nosotros”.
Esperemos que no llegue el momento en que se nos acuse de estar con los Zetas si criticamos el hecho de que el Ejército patrulle nuestras calles, lo cuál no hace mas que aumentar el caos vial ya existente en nuestra ciudad.
Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo pasado las fuerzas armadas han sido utilizadas recurrentemente para realizar labores policíacas, de vigilancia y de control sobre la población.
La ocurrencia de hacer intervenir al Ejército en una guerra en principio perdida no ha ocasionado más que lo que en términos militares se conoce como escalada, es decir un aumento gradual en la violencia empleada por ambas partes, resultante obviamente en más pérdidas humanas por ambos lados, mientras que la comercialización de drogas se mantiene intacta.
Aunado a esto, las violaciones a los derechos humanos por parte de militares son repetidas y no hay nada que hacer al respecto, puesto que acusar a las tropas de algo semejante solo puede ser calificado de antipatriótico. Apenas ayer se sabía de un periodista a quien se le incauto su cámara fotográfica por tomarle fotos a un convoy militar en Boca del Río.
Fenómeno semejante se vivió en los Estados Unidos a partir de la invasión a Afganistán. “Apoyar a las tropas” se convirtió en la frase preferida de todos aquellos a favor de mayores impuestos y de reducciones al gasto público, entiéndase educación, servicios de salud y seguridad social, y hay de aquel que tuviese la osadía de criticar la invasión. “Quien no está con nosotros, está contra nosotros”.
Esperemos que no llegue el momento en que se nos acuse de estar con los Zetas si criticamos el hecho de que el Ejército patrulle nuestras calles, lo cuál no hace mas que aumentar el caos vial ya existente en nuestra ciudad.
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