lunes, 19 de noviembre de 2012

Corrupción: síntoma crónico de un cuerpo enfermo

La sabiduría convencional aduce que el problema primario de este país es la corrupción; una suerte de mal endémico que crece, se reproduce y profundiza como la raíz de un árbol vetusto que agrieta, deforma y lesiona el asfalto, y cuya única solución es la amputación violenta del sujeto en cuestión. En esta lógica autorreferencial, unilateral e instrumental del problema, las conclusiones suelen caer en un barranco argumentativo fatalista: el mexicano es corrupto por naturaleza, y la corrupción es un aspecto cultural inherente a la “esencia” de este pueblo. A menudo se escucha decir, en un arrebato de obcecación típicamente anti-didáctica, que sólo el exterminio de los mexicanos resolvería de raíz el problema de la corrupción. 

 Cabe decir, no obstante, que esta ideologización despreciativa de lo “nacional”, visiblemente pedestre y obtusa, se nutre e invoca desde el poder constituido, y se suma al compendio de trapacerías que en México y allende sus fronteras se esgrimen –con dolo– para referirse a un presunto “carácter nacional”. Embriagados de colonialismo intelectual, especialistas mexicanos instruidos en el extranjero en distintas disciplinas ofrecen conferencias magistrales, ponencias, simposios, donde las más de las veces –aunque unos con más grandilocuencia que otros– arriban casi mecánicamente a la coronación de la misma conclusión, la “misma gata” pero esta vez sin revolcar: a saber, que el problema de México es la corrupción. En todo programa de gobierno figura en lo más alto de los propósitos retóricos el combate a la corrupción, como una especie de anexo complementario al combate a la pobreza e inseguridad. Pero, es precisamente en nombre del combate a la corrupción, pobreza e inseguridad que el Estado justifica sus fechorías sistemáticas, su modus operandi destructivo. 

Es nuestra obligación discrepar con las razones que esboza, no sin matices doctrinarios, la autoridad, especialmente cuando se trata de una autoridad ilegítima, marcadamente corrupta (aquí si cabe el calificativo). “Disentir de la justificación [e ideas] que aduce el poder es la primera manifestación de una oposición contra él. Es la ruptura del consenso social que invoca el poder” (Luis Villoro). 

La corrupción es más bien síntoma y no causa de los conflictos que acusa el país. En un país cuyas instituciones se rigen jerárquica y capitalistamente, la generalización del abuso –la prerrogativa meta jurídica– es un corolario natural. Y, naturalmente, allí donde la escasez es más pronunciada, ya sea por exacción colonialista, expoliación tributaria, depredación imperialista, latrocinio intraelitista, o déficit productivo (que no pereza, subdesarrollo, mediocridad, o cualquier otra cualidad negativa atribuida a los países más pobres), la disputa por los recursos y el acceso a bienes asume una forma más “sucia”, indecorosa, deshonesta, máxime cuando declina el colaboracionismo y se pondera el más vulgar de los valores liberales: la competitividad. El amiguismo, el influyentismo, el clientelismo, el latrocinio llano, modalidades de corrupción consuetudinaria, son más toscas y visibles en el contexto de un capitalismo rudimentario, imperativamente atrasado. Pero sólo alcanzan a evidenciar el pudrimiento del cuerpo social: México es un cuerpo enfermo; la corrupción es tan sólo el síndrome más persistente, el efecto secundario manifiesto, no la causa latente de los males. 

Nadie se ocupa de los problemas originarios, que son más bien una suerte de violencia fundacional, catalizadores de la corrupción: a saber, la jerarquización de un pueblo; la primacía de una clase social; la conformación de una sociedad con base en el privilegio y no el derecho; la auto-inmolación de la soberanía en nombre del progreso; la desvalorización del mundo humano en razón de la sobrevaloración de las cosas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Viejo viejo dice;

La única solución para méxico y para todo el mundo esta en la exclusión inmediata del actual liberalismo capitalista, como sistema terrorista que se sigue poniendo en evidencia día a día desde antes de la revolución francesa. Todos los gobiernos que estén cometiendo el delito de lesa patria,traicionando la letra y el espíritu de los derechos humanos, de sus respectivos pueblos, deben ser derrocados con la conquista de la calle, y sometidos a juicios sumarísimos.No hay más solución.Ya lo dijo la vieja vieja:"mas vale morir de pie que vivir de rodillas"