Maximiliano López
La
política mundial presenta un cuadro complejo y difuso en las primeras décadas
del siglo XXI. Si la década del ochenta y la del noventa se amparó en un
panorama más homogéneo, reflejado en la expansión progresiva e imparable del capitalismo
tardío y la democracia liberal, los primeros decenios del actual siglo están demostrando
que, ese modelo, sin competencias sistémicas, pero con críticas y experiencias
heterogéneas, se encuentra en un estado de lento pero constante declive que
conducirá, inevitablemente, a una nueva reconversión del sistema económico y
político.
El
tercer espíritu de capitalismo[i] pasó
de un momento de auge durante las décadas de los ochentas y noventas para luego
iniciar un periodo de lenta caída en los dos mil, primero en los países
periféricos y luego, con gradual pero constante y creciente fuerza, en los
países centrales. Este espíritu fue alimentado en base a las críticas hacia el
capitalismo precedente e incorporó, en un contexto de crisis del consenso del
segundo espíritu basado en el modelo capitalista de bienestar social, algunas
de las demandas de los movimientos críticos y contraculturales de los sesentas
y setentas al mundo de la economía y el trabajo, en especial los relacionados a
la crítica artista[ii].
La
incorporación de elementos de la crítica artista
anuló los reclamos de la crítica social,
pues las declinantes y estancadas experiencias del socialismo real, sumado a la
poca funcionalidad que ofrecía un agotado modelo de bienestar occidental tanto
a las fuerzas capitalistas como a las nuevas e intermedias generaciones de la
clases trabajadora y profesional y a las economías nacionales, posibilitó la
emergencia de una sociedad en la cual el Estado comenzó a retroceder al igual
que los sindicatos, y en donde el capital privado creció y sus representantes
comenzaron a dictar con una inusitada fuerza el destino de los trabajadores,
con un apoyo cada vez más activo de una clase profesional y unos sectores
medios diferenciados de otros sectores medios no tan en contacto con esos
capitales beneficiados. El hartazgo significativo de las bases (en especial,
las generaciones jóvenes) hacia cuestiones relacionadas a las características
opresivas y moralistas del viejo capitalismo terminaron dando el consenso que
faltaba a la emergencia del tercer espíritu.
Algo
notable en esa época de cambios, fue el desarrollo trágico que tuvieron las
fuerzas de izquierda y el sindicalismo en Europa Occidental, pues luego de una
etapa de cierta concordancia e influencia significativa dentro de los distintos
sistemas políticos, ante la crisis del capitalismo de posguerra y la emergencia
del modelo tardío, en ese hiato entre la caída de un modelo y el ascenso de
otra configuración del sistema económico, los partidos comunistas endurecieron
su crítica social al capitalismo más allá del reformismo eurocomunista[iii]
que abrazaron en los setentas y pusieron en un segundo plano a la crítica
artista, y, por el otro, los partidos socialistas (o socialdemócratas) de
Francia, España, Italia y Alemania, comenzaron a acercarse, en forma gradual, a
la tesis neoliberales emergentes y las reformas de mercado, en especial, luego
de algunos intentos por darle respiración artificial al procedimentalismo del
segundo espíritu del capitalismo. La izquierda de carácter reformista,
representada en partidos, movimientos e intelectuales, comenzó a ver con buenos
ojos el surgimiento del nuevo espíritu capitalista por la incorporación de
elementos, conceptos, herramientas y prácticas del universo social y
comunitario[iv]
así como de la crítica artístico-cultural. Ello fue así no solo en el
sub-universo socialdemócrata sino también en las corrientes internas del
eurocomunismo que, de carácter más liberal, se escindieron de las posturas
reacias a abrazar la transformación económica y social que comenzaba a operar.
Los
sindicatos, por su parte, en el caso de los más poderosos y hegemónicos,
también comenzaron a despegarse de la postura del ala dura de la izquierda e
iniciaron un proceso de despolitización de su discurso y sus reclamos. Más allá
de que no veían como algo conveniente la imposición gradual de nuevas reglas de
negociación, avizorando ya una cancha torcida a favor del mundo empresarial en
contraposición con las condiciones más o menos igualadas en el capitalismo
keynesiano, las aceptaron por la razón que una parte nada desdeñable de la
clase trabajadora y profesional las aceptó, en un principio, de buena gana.
Ante una represión solapada del Estado y el riesgo de sumar causas para una
desindicalización que, de todas maneras, se fue dando de manera inexorable,
gracias a la multiplicación de herramientas de control laboral y salarial bajo
la órbita empresarial y un Estado orientado a empoderar a ese sector, y en una
situación nebular y desconcertante ante la velocidad de los cambios, no
tuvieron otra opción.
En
otros lados del mundo, como en América Latina, algunos Estados-nación experimentaron
la entrada al tercer espíritu del capitalismo a sangre y fuego. No se trató de
un cambio dado en un marco democrático o partidocrático sino que, más bien, se
posibilitó por el poder de las armas y la violencia estatal. Así han sido los
casos de Chile y Argentina, por ejemplo, considerados los más virulentos,
aunque en todo el continente se registró una represión visible contra las
fuerzas alineadas a la crítica social y/o defensoras del modelo de bienestar.
No solo los movimientos políticos de izquierda y nacional-populares fueron
perseguidos y reprimidos, también los sindicatos y la clase trabajadora han
sido brutalmente oprimidos como punto de partida para allanar el terreno donde
se implementarían las primeras reformas de mercado. En Latinoamérica y otras
regiones periféricas del mundo, las políticas tendientes a posibilitar la
emergencia del tercer espíritu del capitalismo, que se asentarían no tanto en
los setentas y ochentas como si sucedió en los noventas ya bajo gobiernos
democráticos constitucionales, se dieron gracias, además de a la formación de
un consenso entre el poder económico y político proclive a la puesta en marcha
de tales reformas, que hizo mella, a través del reforzamiento propagandístico,
en sectores medios dentro de un contexto social y económico deteriorado, a la
movilización del aparato militar y policial de esos Estados , por entonces, burocrático-autoritarios.
Una estructura de poder estatal, por antonomasia, del segundo espíritu del
capitalismo.
La
fórmula del capitalismo tardío fue adoptada tanto por fuerzas conservadoras
como progresistas. Los reclamos y banderas de mayor libertad y autonomía fueron
asimilados por el poder económico y puestos en función de la reducción del poder
del Estado y los sindicatos así como de sus funciones sociales. La coalición
que sustentó y aún sigue sustentando este espíritu es amplia e incluye a una
gran variedad de actores políticos, sociales y económicos. Los partidos del
orden que sostenían el poder en los Estados-nación así como los movimientos,
partidos y coaliciones aspirantes a cumplir ese papel, comprendieron que, para
materializar esa ambición en el nuevo escenario, tenían que reformarse, pactar
con el mundo empresarial (en especial, aquel con conexión internacional) y los
organismos de crédito multilaterales e instrumentar las políticas de
modernización económica así como también reconocer los nuevos modernismos
sociales bajo coordenadas de carácter neoliberal. Muchas organizaciones del
mundo sindical, al igual que partidos políticos aspirantes a encabezar las
coaliciones de orden en los tiempos del tercer espíritu del capitalismo, ya sea
seducidos consciente o inconscientemente, por inercia o bien obligados por las
circunstancias planteadas en esta reconversión de la economía y la sociedad, se
vieron imbuidos en un proceso de profesionalización y tecnificación que los
alejó de las bases contribuyendo a generar nuevas desigualdades y profundizar
las pre-existentes en el mundo del trabajo y la economía.
La
libertad y la autonomía puestas al servicio del capital, más allá del consenso
inicial dado por amplias capas del sistema político y unos sindicatos
desconcertados por la intensidad de estas nuevas medidas, sin el marco de
desplazamiento y negociación que ostentaban en el capitalismo de posguerra frente
al aceleramiento en la velocidad de movimiento de las fuerzas capitalistas,
dieron como resultado, en el corto plazo, un empeoramiento de las condiciones
laborales y un acrecentamiento sin precedentes del poder económico, orientado
hacia un proceso de concentración y transnacionalización del mismo.
La
caída del socialismo como modelo político, social y económico como horizonte
alternativo, posibilitó el rápido ascenso de este capitalismo que incorporó las
críticas en cuanto a la faceta opresiva y burocratizada del modelo de bienestar
para auto transformarse, incinerando, paso a paso, en algunos países (los que
abrazaron con fuerza esta doctrina), mas y, en otros (donde las fuerzas ligadas
a las instituciones de bienestar y la protección social y laboral aún persisten
y tienen una nada despreciable capacidad de maniobra) menos, tanto sus
funciones opresivas como protectoras en materia de beneficios para las clases
medias y bajas. En general, se dio un marco en el que se potenció la capacidad
creativa en el mundo del trabajo, también fomentada por una espectacular
evolución tecnológica, pero en el que también se precarizó la vida de un
conjunto importante de la población mundial, fragmentándola y despojándola de
herramientas orientadas al logro de un cierto control colectivo sobre las
fuerzas que operan por encima de ella. La mayor autonomía e individualismo
devino en mayor presión y peores condiciones laborales, mientras que la masa de
trabajo se acrecentó pero no así el nivel salarial.
“El balance, desde el punto de vista del trabajo, de
las transformaciones del capitalismo a lo largo de los últimos decenios no es,
por lo tanto, demasiado glorioso. Aunque no cabe duda de que los jóvenes
asalariados de hoy, que no han conocido los antiguos modos de producción del
trabajo, no los habrían soportado más de lo que lo hicieron sus mayores, que se
rebelaron contra estos dispositivos en 1968, contra las jerarquías de la década
en 1960 y contra su autoritarismo y moralismo, y aunque resulta evidente que en
numerosos casos el enriquecimiento de tareas, el desarrollo de las
responsabilidades en el trabajo y las remuneraciones en función del mérito han
satisfechos deseos importantes de los asalariados, no podemos dejar de señalar
tampoco las numerosas degradaciones que han marcado desde hace veinte años la
evolución de la condición salarial.” (Boltanski
y Chiapello, 2002)
Sin
embargo, con el pasar de sucesivas crisis tanto en el mundo periférico como el
central, fueron surgiendo reacciones así como también ha ido condensándose
críticas hacia este espíritu. No obstante, el poder, la inserción en la vida
cotidiana y la velocidad de desplazamiento de las fuerzas emanadas del tercer
espíritu del capitalismo así como la fractura social provocada por este hacen
que ellas se encuentren siempre en un estado de fragilidad y desventaja.
“Cabrá referirse a las dificultades a las que se
enfrentan sindicatos y partidos en lo que atañe a la carencia de modelos de
análisis y argumentos sólidos y oponibles, a causa de la descomposición de los
esquemas ideológicos admitidos hasta el momento, que descansan, en su mayor
parte, en una representación de la sociedad en términos de clases sociales. Los
dispositivos de representación (en el sentido de las representaciones que son
al mismo tiempo sociales, estadísticas, políticas y cognitivas) que contribuían
a dar cuerpo a las clases sociales y que les conferían una existencia objetiva
tienden a deshacerse, sobre todo bajo el efecto de los desplazamientos del
capitalismo, lo que lleva a numerosos analistas a considerar obsoleto este
principio de división. Tales cuestionamientos facilitan en cierto modo la
reconstrucción de la crítica social porque hacen hincapié en el mundo tal y
como es, pero tienen también como efecto inmediato la deslegitimación de los
resortes ideológicos tradicionales y, por lo tanto, la acentuación de la crisis
de la crítica.” (Boltanski y Chiapello, 2002)
Hay
que comprender tanto las consecuencias lesivas para amplios sectores sociales
como las conquistas relativamente beneficiosas para determinados segmentos de
la sociedad, en especial por el lado de los reconocimientos de carácter
cultural y civil. Por un lado, las condiciones sociales y laborales siguieron
un curso de precarización y empobrecimiento, además de una notable
diferenciación entre diferentes segmentos de las clases medias y bajas[v],
aumento de la incertidumbre para los sectores socio-económicos subalternos
sujetos a frecuentes inestabilidades en el mercado laboral, falta de protección
por parte de instituciones públicas y sindicales, etc. y por otro lado,
reconocimiento de sectores y banderas de la sociedad civil (minorías étnicas,
de género, DD.HH., ecologismo, etc.) que antes no eran debidamente reconocidos
en cuanto grupos con su propia forma de ver la sociedad y tradiciones.
Críticas, reacciones y movimientos
Tanto
la crítica como las reacciones al tercer espíritu del capitalismo, si bien se
manifiestan con cierta intensidad, son de carácter difuso. No es que haya una
ideología unificada contraria y, a la vez, complementaria, al mismo (como la
URSS en la Guerra Fría) o haya uno o dos sistemas ideológicos, políticos y
económicos (como el fascismo y el real socialismo cuando el modelo de
capitalismo con bienestar y Estado protector no terminaba de tomar forma entre
la gran depresión del treinta y el final de la Segunda Guerra Mundial) que
compitan con él. No hay modelos
alternativos de donde asimilar y copiar instituciones, programas, etc. Tampoco
hay una crítica social y artística consolidada debido a, como mencionamos, el
poder ubicuo del actual espíritu. Con grandes empresas transnacionales en
distintos rubros que traspasan el poder de más de la mitad de los
Estados-nación del mundo. Pero si existen un conjunto de experiencias surgidas
con el objetivo de mejorar la calidad de vida en esas sociedades donde fracasó
en su variante neoliberal. Visiones por derecha e izquierda y de raigambre
popular-territorial que, en su mayoría, no proponen un sistema económico
alternativo, pero si reformas que morigeren características elementales. Opciones
que, en su mayoría y de alguna manera u otra, buscan expandir el derecho al
capitalismo sobre los sectores de la sociedad que se sienten afuera o al borde
de la exclusión.
En
los dos mil, las reacciones al tercer espíritu del capitalismo se han visto en
América Latina y otras partes del mundo periférico, como la Rusia post-soviética
y pos-neoliberal, regiones sacudidas por crisis provocadas en el marco del
esquema económico neoliberal donde se dieron movimientos y gobiernos que
implementaron gracias a, paradójicamente, un contexto económico beneficioso
para estos países emergentes, medidas tendientes a reorganizar al Estado en sus
funciones protectoras a nivel social y laboral. Posteriormente, en la segunda
década del siglo XXI, la crítica y el desencanto hacia el capitalismo tardío
fue tomando fuerza en el corazón de occidente (Europa Occidental y EEUU), pues
allí existe una sensación de hartazgo hacia la política económica de
precarización laboral y hacia un sistema político que está siendo desbordado por
nuevas opciones que surgen desde los márgenes como consecuencia de una crisis
de representatividad.
Las
figuras tradicionales de la política, sean del ala izquierda o derecha del
espectro político, liberales, conservadores o socialdemócratas, dejan un vacío
que está siendo ocupado por fuerzas emergentes y periféricas, las cuales
representan a esos sectores sociales que se sienten desplazados por las fuerzas
tradicionales, cuyas elites dirigentes se encuentran más cerca del
establishment económico consolidado por el tercer espíritu del capitalismo,
mientras que en otros casos, hay corrientes partidarias internas disputando esa
dirigencia tradicional y proponiendo un cambio de dirección en las mismas.
Los
nuevos partidos y movimientos sociales son un reflejo de la sociedad
descontenta. Pueden representar una ideología clara o se manifiestan como
apolíticos. Lo cierto es que, en la mayoría de las experiencias, se tratan de
fuerzas anti-establishment que se oponen a la coalición entre los partidos
tradicionales del sistema político y la elite del poder económico de carácter
globalizador, y en contraposición a la agenda globalista, proponen una de
carácter proteccionista en lo económico y soberanista en lo político. Rescatan
banderas del segundo espíritu del capitalismo y, en algunos casos, rechazan el
cosmopolitismo y la complejidad adquiridos por la sociedad civil al igual que
la inscripción de esos derechos que reflejan esa diversidad, mientras que, en
otros casos, se proponen hacer una síntesis entre la instalación de una agenda
en sintonía con la crítica social al
tercer espíritu, la resignificación de banderas e instituciones del segundo
espíritu y ciertas conquistas así como reclamos pendientes de cristalizarse del
lado de la crítica artista.
Puede
vislumbrarse en ese tipo de fuerzas políticas y sociales una reacción por
derecha, de carácter nacionalista/conservador popular, ante el tercer espíritu
del capitalismo. Que buscan, o al menos lo aparentan, una cierta reivindicación
en materia social y económica con los sectores desfavorecidos por las reformas de
mercado (consolidación y mejora del empleo) pero, contradictoriamente, bajo un
discurso anti-estado (en algunos casos como el de Trump) y en desmedro del
reconocimiento a la diversidad de una sociedad compleja, conformada por
minorías de distinto orden (étnico, de género, etc.), ubicando a la inmigración
y las minorías junto a la desindustrialización y la precarización laboral bajo
una misma vara ajusticiadora como causa de los males que se ciernen sobre un
país y las capas sociales más golpeadas por el tercer espíritu del capitalismo.
Se tratan de fuerzas sustentadas por sectores considerados abandonados por la
elite política y económica que mira y actúa más en función a lo que sucede en
un nivel transnacional que en base a las necesidades de las capas medias y
bajas de la población, en especial las originarias del país donde actúan y
operan estos partidos, a las que apuntan, en reiterados casos, con un discurso
neofascista, anti-moderno y post-moderno a la vez, usando el recurso retórico
del engrandecimiento del ser nacional en detrimento de las minorías de todo
tipo.
También
existe una reacción y una crítica por izquierda, aunque esta se da en menor
medida en el mundo desarrollado, a diferencia de las experiencias que aún
tienen lugar en, por ejemplo, América Latina. Fuerzas de carácter nacionalista,
progresista y popular que, a través de la constitución de coaliciones, plantean
una agenda redistributiva en el plano social y económico así como el
reconocimiento de diversas formas de reproducción social y económica que, si
bien en la actualidad no se encuentran por su mejor momento a causa del declive
de experiencias políticas significativas en los últimos años frente a un
reimpulso del reformismo de mercado producto del surgimiento de nuevas
coaliciones de carácter neoliberal, siguen ostentando una gravitación nada
desdeñable.
En
este escenario, los partidos tradicionales, en especial los considerados de
centro-izquierda, se encuentran obligados a reconvertirse en sintonía con las
necesidades y demandas de cambio social y económico. Algunos partidos en el
mundo han tenido la capacidad de hacerlo y salir airosos, otros, se encuentran
en el arduo proceso. Podemos poner como ejemplo a los partidos de carácter
socialdemócrata en Europa que transitan un debate interno entre dos grandes
líneas, por un lado los que proponen seguir con una agenda de índole neoliberal
progresista y por el otro, los partidario de orientar a estas estructuras
políticas a posiciones más cercanas a sus bases y las banderas fundacionales,
abandonando la postura proclive a continuar con las reformas de mercado típicas
del tercer espíritu del capitalismo en mezcolanza con el reconocimiento y
expansión de derechos ciudadanos y empoderamiento de minorías en la sociedad
civil. En sí, buscan mantener lo segundo y abandonar la doctrina económica
neoliberal. Continuar las conquistas en materia de derechos y expansión de
ciudadanía, lo que consideran bueno e inclusivo del globalismo, y desandar el
camino de las reformas que minan la protección laboral y social que aún queda
de los Estados de bienestar de posguerra. Es una postura más de alerta y en
guardia que la mantenida por las líneas neoliberal-progresistas que dirigieron
este tipo de partidos entre los ochentas, noventas y dos mil, que asumieron las
medidas de corte neoliberal como un camino inevitable a transitar, aunque no
sin defender, en la medida de lo que creían posible o vislumbrar algún tipo de transformación que
mantuviera y alargara la existencia de, las instituciones protectoras y
ejecutoras de derechos sociales y laborales surgidas durante el segundo
espíritu del capitalismo. Estas contradicciones y luchas internas están
haciendo a la vieja socialdemocracia transitar por aguas peligrosas, pues su
representatividad no cesa de reducirse frente a opciones nacionalistas, como en
Reino Unido, que toman parte de sus banderas y agrupaciones nuevas
pertenecientes a la nueva izquierda, como en España y Grecia, o al centro, como
en Francia.
Las
opciones abroqueladas en el marco del tercer espíritu del capitalismo, y que no
reniegan del mismo al punto de buscar reformas que lo orienten hacia una
transfiguración significativa, también presentan una cierta renovación, la cual
hace que el consenso alrededor del modelo neoliberal siga en pie. Hay una fuga
hacia adelante tanto desde el neoliberalismo conservador como el neoliberalismo
progresista que reside en el empuje de las fuerzas tradicionales renovadas,
como lo ha sido en el partido demócrata estadounidense con la coalición
liderada por Barack Obama entre 2008 y 2016, o bien de fuerzas políticas
nuevas, como la formación encabezada por el ex socialista francés Emmanuel
Macron, con chances de imponerse a la ultranacionalista Marine Le Pen en las
elecciones francesas de este año. Allí, todo parece indicar que, en un marco
inédito dentro del cual una elección se polarizará entre dos fuerzas no
tradicionales y consideradas contrarias a la elite política cohabitada por conservadores
gaullistas y socialistas, una gran coalición de carácter neoliberal progresista,
liderada por un nuevo movimiento, se impondría sobre la reacción por derecha al
tercer espíritu capitalista. Y este se alejaría un tanto más del peligro que
supuso la victoria electoral de Donald Trump, erigido pieza central de la
reacción de carácter nacionalista conservador popular.
La
dinámica política y económica mundial parece prefigurar un siguiente espíritu
capitalista de carácter más pragmático y menos dogmático que el basado en la
visión neoliberal. No significa que el neoliberalismo como doctrina se
encuentra herido de muerte, pues el constante surgimiento y revitalización de
fuerzas que han incorporado esa visión parece no cesar. Sin embargo, ya no se trata
de EL modelo, sino que, desde hace unos años a la actualidad, viene figurándose
una realidad en la que es tan solo una forma de ver la sociedad y la economía más,
la cual sigue siendo dominante, sí, pero debe coexistir con otras maneras de
construir el poder político, social y económico que obedecen más a
características y matices del territorio donde emerge como de la composición
social, política y económica de las elites, capas intermedias y bases que
constituyen las coaliciones gobernantes y/o dominantes, así como también del
peso de las agendas de cada uno de esos componentes en la agenda general que
buscan implementar. Ecuaciones, que se interrelacionan y complementan, no sin
conflictividad social de por medio, con otras ecuaciones, que pueden dar como
resultado dominante una continuidad del tercer espíritu del capitalismo con más
reformas de mercado y más cosmopolitismo a través de coaliciones encabezadas
por nuevos movimientos o viejos partidos reconvertidos de carácter neoliberal progresista
y/o conservador, o una reforma por derecha o izquierda que coloque, tan solo discursivamente
o en la práctica, en el centro de la agenda la crítica social a este tercer espíritu capitalista y desempolve conceptos,
instituciones y herramientas del segundo espíritu en lo concerniente a
políticas de protección económica y/o social que, sin embargo, pueden diferir
en forma significativa sobre cuestiones culturales (la crítica artista) ligadas a derechos que reflejen
el empoderamiento de minorías, cosmovisiones alternativas y cuestiones como el
medio-ambiente.
[i]Luc Boltanski y Eve Chiapello, en El Nuevo Espíritu del Capitalismo, basándose en el análisis
weberiano, establecieron una división histórica del capitalismo, por sus formas
y contenidos, en tres etapas o espíritus. El primero tuvo lugar a en el siglo
XIX y la primera mitad del siglo XX, el segundo espíritu se desarrolló entre el
final de la Segunda Guerra Mundial y el segundo lustro de los setentas,
mientras que el tercero emergió a principios de los ochentas y sigue
sosteniéndose en la actualidad.
[ii] La Crítica artista, junto
a la crítica social, son los
elementos centrales, en la tesis de Boltanski y Chiapello, a partir de los
cuales, en tanto fuentes de modernismo social, político y económico, el
capitalismo se reinventa en forma constante. Mientras la crítica social está
asociada a las nociones de igualdad social y solidaridad, la crítica artista se
relaciona a los reclamos de libertad y autonomía.
[iii] El eurocomunismo fue un
movimiento reformista que se dio entre finales de los sesenta y los setentas en
varios de los partidos comunistas de Europa Occidental (en especial de los más
importantes, como los partidos comunistas francés, italiano y español, entre
otros) como una forma de diferenciarse del socialismo real de la URSS y los
países bajo su influencia en Europa Oriental. Una especie de tercera vía entre
el capitalismo y el modelo soviético en la cual la democracia multipartidista
era aceptada de manera táctica y estratégica por estos partidos para llegar al
poder y de ahí, promover transformaciones en consonancia con sus programas de
cambio social y económico de carácter marxista. Sugerían que el comunismo
debería ser considerado un elemento de preponderancia en las democracias
capitalistas occidentales y también que los partidos y movimientos de tinte
liberal o no-comunistas deberían ser aceptados en los sistemas políticos del
socialismo real.
[iv] El tercer espíritu del capitalismo no solo se ha nutrido de la
crítica artista contra los elementos opresivos, moralistas y burocráticos del
capitalismo de bienestar, a la vez que de las banderas de un cambio cultural
orientado a la liberación y a la vida “autentica” (movimientos feministas,
homosexuales, antinucleares y ecologistas), también se benefició e incorporó la
crítica a las jerarquías de ese tipo de capitalismo, desarrolladas por sindicatos
progresistas, y asimiló, a través de los departamentos de Investigación y
Desarrollo del mundo empresarial, las investigaciones realizadas por sociólogos
próximos al movimiento autogestionario sobre los funcionamientos del trabajo
colectivo en diferentes experiencias basadas en la autogestión como los kibutz
israelíes, las comunas chinas y las empresas autogestionadas del socialismo
yugoslavo.