Si se definió a la patología
electoral como un esfuerzo crítico para mostrar los signos de la
enfermedad crónica o mejor dicho genética del subsistema electoral,
resulta imposible no detenerse para analizar las campañas negras y
su funcionalidad para la democracia liberal. Y es que no sólo siguen
presentes en prácticamente todas las elecciones sino que además
definen la dinámica desde el inicio hasta el cierre. En otras
palabras desvían la atención de la problemática real para
concentrase en las supuestas virtudes y defectos de los candidatos,
vaciando de sentido dialógico las campañas para convertirlas en un
espectáculo de golpes bajos y mentiras estratégicamente divulgadas
en los medios masivos de comunicación.
El punto de inflexión que fortaleció
el uso de las campañas negras en México podría establecerse en la
elección de 2006, cuando Felipe Calderón, en medio de su campaña
para la presidencia de la república decidió contratar a un conocido
despacho español que reconfiguró el camino colocando en el centro
de su estrategia la descalificación sistemática hacia el puntero en
aquél momento y que se resumió en la frase: AMLO es un peligro
para México.
El triunfo de Calderón por una
diferencia ínfima abrió el camino para que las campañas negras se
consolidaran como el camino ideal para disolver diferencias
porcentuales en las preferencias del voto, incorporando un elemento
central en la eficacia de la descalificación de los candidatos
opositores: el apoyo de los medios masivos de comunicación. Sin
éstos últimos las campañas negras perderían mucha fuerza y
difícilmente lograrían su objetivo. En nuestros días el
ciberespacio se ha convertido en el espacio preferido de las guerras
de lodo debido a la falta de regulación de dicho medio en las
elecciones pero esto no ha desplazado al duopolio televisivo como
actor privilegiado en las contiendas electorales.
La dinámica de las campañas negras
no se limita a desacreditar las propuestas del adversario; va más
allá, sobre todo concentrándose en su vida privada, sus hábitos
sexuales, propiedades, deslices oratorios y lo que se acumule. Las
comparaciones con ideas o personalidades desprestigiadas por los
medios de comunicación es un recurso frecuentemente utilizado; fue
el caso de la comparación entre AMLO y Hugo Chávez en el 2012, que
aprovechó la campaña en boga en esos momentos de los medios de
comunicación internacionales en contra de la revolución bolivariana
y su dirigente principal.
Además, las campañas negras, al
concentrarse en atacar la imagen de los candidatos opositores impiden
cualquier posibilidad de que las demandas de los votantes se coloquen
el centro del discurso y que los candidatos dialoguen a partir de
esas demandas para definir su posición y su eventual curso de acción
una vez que se conviertan en los ganadores. El ruido generado por los
vituperios y ataques impide que el votante participe efectivamente en
los procesos electorales promoviendo sus intereses entre los
candidatos y valorando sus capacidades para eventualmente seleccionar
el destino de su voto. La sistemática descalificación del
adversario por medio de la mentira, la sospecha y la exageración
coloca en el centro de las campañas al candidato, o mejor dicho a
su imagen pública y no precisamente a su proyecto político.
De acuerdo con los expertos en la
mercadotecnia política, el candidato debe ser posicionado como un
producto, una mercancía con atributos virtuales que resulte
atractiva para los clientes-votantes, quienes elegirán en función
de ésa imagen virtual, creada para singularizar al candidato en
relación con sus adversarios. Es por eso que las campañas negras se
concentran en la imagen del adversario para lograr resultados
favorables . La batalla se concentra en contaminar la imagen y los
atributos del opositor, pues sólo así podría derrotarlo. En este
sentido, articular una campaña propositiva, con principios y cursos
de acción, pasaría por alto el hecho de que los votantes están mas
concentrados en la imagen y atributos personales de los candidatos y
menos en sus propuestas, que en realidad ocupan un lugar subordinado
a quien lo dice y no a qué dice.
Evidentemente, la dinámica de las
campañas negras empobrece claramente el discurso político pero
también al votante y a su concepción de la política ya que, dadas
las estrategias de la mercadotecnia electoral, consume lo que esa
disponible en el mercado sin poner mucha atención en las propuestas
y estrategias seguidas por los candidatos frente a la problemática
social. Este hecho refuerza la visión caudillista del poder, tan
cara a nuestra cultura de la política, basada en la esperanza de que
un hombre providencial es la única posibilidad de solucionar
problemas. Primero el personaje y luego las ideas; el votante se
pregunta ¿será el candidato capaz de resolver el problema? en lugar
de si su propuesta es relevante, significativa.
Los que afirman que las campañas
negras refuerzan la competencia electoral omiten las consecuencias de
vaciar de sentido el discurso político, ensimismados en el carácter
personalista de la política, del candidato-producto; ignorando que
el espíritu de la competencia en la democracia liberal, en teoría,
va más allá de las personas para colocar en el centro la
confrontación de ideas y proyectos. Los partidos políticos, por su
parte, deben su creciente desprestigio a esta obsesión de calificar
al candidato como la piedra filosofal del cambio social, dejando de
lado las plataformas ideológicas y la declaración de principios
ideológicos. Los votantes están condenados así a ser mudos
testigos de la guerra de lodo entre candidatos y seguir las denuncias
y vituperios con una morbosidad acicateada por los medios de
comunicación. Al final, las campañas negras se convierten así en
una de las patologías más visibles de los procesos electorales,
contribuyendo sistemáticamente al deterioro de la política, al
empobrecimiento de la participación electoral y a la creciente
certeza de que la democracia liberal sólo sirve a los poderosos que
cuentan con recursos suficientes para defenestrar a los candidatos
que se atrevan a oponerse a sus intereses.
Esta insistencia en vaciar de
contenido a las campañas demuestra el temor de esos poderosos a la
confrontación libre de ideas en la plaza pública que podrían poner
en entredicho sus planes de dominación Al respecto sería
recomendable revisar la coyuntura política en Venezuela para
constatar de primera mano el poder y perversión de las campañas
negras, obsesionada por desbancar a un gobierno producto del voto
popular.