La aparición de
nuevos partidos en el escenario electoral confirma que la democracia electoral
mexicana sigue en picada. Las críticas se han concentrado en el dinero que se
les asignará para echar a andar sus maquinarias y en la mínima ampliación de la
representación política, pues los grupos tradicionalmente excluidos mantendrán
dicha condición. En realidad, el problema de fondo en este tema es que los
nuevos partidos mantendrán el autoritarismo y el caciquismo en sus prácticas
internas, tal y como lo hacen los partidos dominantes, contribuyendo así a la decadencia del sistema político en su
conjunto. Pero sobre todo que sólo por medio de la política institucional se
puede lograr un cambio real de las estructuras de dominación.
Por lo que
respecta a los recursos públicos que recibirán en el segundo semestre de este
año, los nuevos partidos no incrementarán el gasto del Instituto Nacional
Electoral (INE) pues dichos recursos saldrán de la bolsa asignada a todos los
partidos con registro. Pero además y aceptando sin conceder lo anterior, si se
toma en cuenta el costo total anual del subsistema electoral en México, los 96
millones de pesos que se repartirán, entre agosto y diciembre de 2014, el Movimiento
de Regeneración Nacional (Morena), el Partido Humanista (PH) y el Partido
Encuentro Social (PES) son una bicoca. Al presupuesto anual del INE en 2014 de
11,834 mdp, que incluyen los 4 mil mdp
que le tocan a los partidos, habría que sumarle el del Tribunal Electoral de
Poder Judicial de la Federación (TEPJF) que rebasa los 2,488 mdp. En total
serían 14,322 mdp, sin contar el costo de los tribunales y los institutos electorales
estatales. Lo que recibirán los partidos nuevos no llega ni al uno por ciento
de ésa cantidad.
Resulta un poco
más consistente el argumento de que los nuevos partidos difícilmente ampliarán
la representación política de los votantes mexicanos ya que, efectivamente,
cuesta trabajo creer que partidos como el PES o el PH -ligados a fracciones del
sector conservador del país- promoverán demandas distintas a las que impulsa el
Partido Acción Nacional (PAN), el Partido Verde (PVEM) o el propio Revolucionario
Institucional (PRI) como leyes anti aborto, anti diversidad sexual o todo lo
que tenga que ver con la entrega de recursos naturales a las transnacionales.
Por su parte, Morena podría considerarse en este aspecto más activo en términos
de ampliar la representación de grupos sociales marginados de la política
institucional. No se puede olvidar que el proceso de su creación contó con el
apoyo de grupos que no estaban incluidos en el Partido de la Revolución Democrática
(PRD). Empero,, tampoco se puede negar que buena parte de las bases de Morena
salieron del PRD para seguir a López Obrador. De hecho la estrategia política
del nuevo partido de la izquierda electoral apuesta más a sumar militantes
decepcionados con el liderazgo de los chuchos y su apoyo a Peña Nieto que ha
motivar una mayor participación de los grupos tradicionalmente marginados de la
política electorera.
En todo caso, los
nuevos partidos abonarán a las prácticas antidemocráticas que caracterizan la
vida interna de todos los partidos políticos. Tanto el PH como el PES,
inspirados en ideologías conservadoras, difícilmente empujarán en la dirección
contraria pues al igual que los otros partidos chicos estarán mucho más
concentrados en lograr alianzas con los partidos grandes para sobrevivir,
obligándose a imponer a la base los acuerdos en la cúpula y al reparto de
beneficios entre los mejor colocados en la pirámide dirigente. Del otro lado
del espectro ideológico, Morena podrá contar con una militancia más afín a la
democracia interna pero tendrá como límite el liderazgo de López Obrador que,
si bien ha declarado que no aprobará alianzas con los partidos que suscribieron
el Pacto por México, hará todo lo posible por controlar las designaciones de los
candidatos a gubernaturas, senadurías y diputaciones, lo que convertirá a
Morena en un partido autoritario como todos los demás, aun promoviendo demandas
populares y opuestas al pactismo gangsteril del PRI y sus socios.
Resulta poco arriesgado afirmar entonces que los nuevos partidos reproducirán la lógica de sistema político
mexicano: simulación, autoritarismo y manipulación política. Más aún, seguirán
intentando convencer a la población de que sólo por medio de la política
institucional, de elecciones viciadas de origen, será posible detener el aumento
de la desigualdad, la violencia y la discriminación rampantes. En eso, más que
en ninguna otra cosa, los nuevos partidos son más de lo mismo.
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