viernes, 29 de enero de 2016

La recaptura de El Chapo y la urgencia de inyectar legitimidad a la estrategia de seguridad anti-drogas

En otra entrega se vaticinó un par de escenarios hipotéticos, uno de los cuales falló parcialmente, pero que no resta fuerza a la lectura general. Se dijo: “La fuga de El Chapo anuncia básicamente dos escenarios: uno, la inminente muerte del capo; y dos, el triunfo de la Iniciativa Mérida o Plan México y la consolidación de la agenda de seguridad estadounidense en territorio nacional”. El Chapo no fue abatido, más si recapturado e inmovilizado políticamente. E incluso ahora el gobierno mexicano anuncia que va tras El Mayo Zambada, el compadre del capo de tutti de capi sinaloense. El asunto de la extradición, tan abusivamente tratado en la prensa, tiene una relevancia política menor.  Es evidente que el propósito es neutralizar al Cartel de Sinaloa, en particular, y “desfragmentar” la cartelización del narcotráfico en México, en general, como hicieron en Colombia tras la desarticulación de los Cárteles de Medellín y Cali.

Después del desastre más o menos conscientemente orquestado, se avecina una reconfiguración de las estructuras criminales que involucra más una estrategia de naturalización de la criminalidad y el narcodinero, y menos la conflagración con los grupos del crimen organizado, señaladamente los cárteles. Algunos analistas en Colombia incluso sugieren que el modelo organizacional del “cártel” es un subproducto de las redes criminales hemisféricas cuyo comando anida en los corrillos del poder estadounidense, y cuya discursividad (la narrativa del “cártel” que atormenta o produce dolor a las familias) tiene altos contenidos de ficción. A juicio de esos analistas, el cártel es sólo un grupo de operadores al servicio del poder criminal enquistado en las estructuras formales de poder. Por cierto que esa narrativa es la base en torno al cual se articula el relato de la “disputa entre los cárteles”, que es altamente rentable políticamente porque invisibiliza a los agentes privados o estatales que intervienen decisivamente en la narcotrama. 

El Chapo es una figura transitoria, cuya utilidad está en curso de expiración. La guerra contra el narcotráfico está transitando a otra etapa. No es que ahora la estrategia cobre eficacia o que estemos cerca de testimoniar la efectividad de esa estrategia. La estrategia sigue su curso pero ahora con formas actualizadas. Y una de las prioridades en esta etapa es la de inyectar legitimidad a la estrategia anti-drogas, que por cierto es tan estadounidense y anti-mexicana como Donald Trump. Acerca de esta nueva etapa, pero en relación con el caso colombiano, el investigador Max Gil Yuri ilustra un escenario tristemente factible para México: “Con el cuento de que tenemos un enemigo, esta sociedad ha sido diezmada, intimidada, se ha vuelto una sociedad muy autoritaria, muy favorable a la eliminación de todo lo que consideran una amenaza, así sea un niño de la calle, un desplazado, un habitante de calle, un drogadicto. Aquí hay una acción de asesinato, y la gente dice ‘ah, mejor’. Eso es limpieza. Es terrible lo que eso significa. Esto ha jugado un papel crucial en la construcción de lo que uno puede llamar una ‘sociedad contrainsurgente’ y una ‘sociedad autoritaria’”.

La aprehensión de El Chapo abre un nuevo ciclo en la guerra contra el narcotráfico, que de ninguna manera amenaza la industria de la droga ni el predominio de la criminalidad en la gubernamentalidad nacional. El nuevo ciclo apunta a una mayor legitimación e invisibilización de la mancomunidad Estado-crimen. También acerca de Colombia, el escritor Roberto Saviano hace notar: “Colombia representa una matriz de la economía criminal, y sus transformaciones muestran toda la capacidad de adaptación de un sistema en el que permanece fija una única constante: la mercancía blanca. Los hombres pasan, los ejércitos se disgregan, pero la coca queda. Ésta es la síntesis de la historia colombiana”. 

En la historia del narcotráfico nacional también está calculada la desaparición de los cárteles y la reconfiguración del crimen organizado. Pero una cosa es segura: la droga y el lucro en torno a la droga permanecerá. El propio Chapo lo dijo en la infelizmente polémica entrevista con Sean Penn: si su negocio desapareciera, el comercio y el consumo de narcóticos a escala mundial no cambiaría. 

Después de la recaptura de El Chapo, múltiples portavoces de Washington se deshicieron en elogios hacia el gobierno mexicano, destacando a veces sin rubor la participación de agencias estadounidenses en la operación: “Saludamos la valentía mostrada en la captura (DEA)”; “La captura es un golpe para el sindicato (sic) internacional del tráfico de drogas y una victoria para los ciudadanos de México y Estados Unidos… Felicito al gobierno de México y saludo la aplicación de la ley mexicana” (Loretta E. Lynch, procuradora general de Estados Unidos); “El Departamento de Justicia de Estados Unidos se enorgullece de mantener una relación estrecha y eficaz con nuestros colegas mexicanos. Esperamos continuar nuestro trabajo en conjunto para garantizar la seguridad y la seguridad de todo nuestro pueblo…”

La estrategia anti-drogas en México sigue su curso, transfigurando parcialmente su fisonomía, pero con la mira bien colocada en los objetivos reales aunque no declarados: la configuración de una “sociedad contrainsurgente”, la militarización de la seguridad, y la naturalización e invisibilización de la mancomunidad Estado-crimen. 

La recaptura de El Chapo es una acción estatal de legitimación, y el primer acto de un ciclo inédito en la misma trama oprobiosa de las redes criminales México-Estados Unidos. 


sábado, 23 de enero de 2016

Progresismo, populismo y neoliberalismo: escenarios para México. 1/3



Los pasados treinta años y las transformaciones que se ha desarrollado en dicho periodo en América Latina comprenden claramente las consecuencias del fin del ciclo histórico  dominado por el Estado benefactor en las sociedades de la región. A partir de los años treinta del siglo pasado, las naciones latinoamericanas iniciaron un proceso de modernización que transformó a los viejos estados liberales, obligándolos a incorporar sectores sociales tradicionalmente ajenos a las discusiones políticas para impulsar el desarrollo capitalista sobre las bases de la industrialización y la modernización de la producción de materias primas.

Las ideas sufrieron así una serie de cambios que abrieron el paso a ideologías, señaladamente el nacionalismo y el populismo, indispensables para definir el curso de la acción política y económica necesario para la modernización de los aparatos estatales que coordinaran los esfuerzos por potenciar el desarrollo económico de los países latinoamericanos, incorporándolos así a los nuevos patrones de acumulación estimulados desde los países centrales del sistema-mundo.

No fue sino hasta con el agotamiento del patrón de acumulación fordista que el espectro ideológico se modificó sustancialmente, colocando a la democracia liberal en el centro del nuevo modelo político, para armonizarlo con un nuevo modelo de desarrollo que exigía una menor regulación estatal de la economía, mayor apertura al mercado mundial y el rompimiento de los acuerdos corporativos con los actores económicos como los sindicatos nacionales.  El nacionalismo pasó a un segundo término y surgió un populismo renovado, que servía igual a gobierno de izquierda como de derecha, así como una postura relativamente radical para sustituir el viejo discurso de la izquierda socialista: el progresismo. Todo ello en medio del resurgimiento del liberalismo clásico del siglo XIX, ahora con el nombre de neoliberalismo. La articulación del neopopulismo, el progresismo y el neoliberalismo con los proyectos e intereses de los diferentes actores sociales, políticos y económicos de los países de América Latina representa sin duda un fenómeno que ha sido objeto del análisis político  para explicar el surgimiento de nuevas mayorías para formar gobiernos pero también para comprender la crisis de representación que se expresa en el enorme desprestigio e ineficacia de los partidos políticos para enfrentar los conflictos que afectan a millones de personas en la región.

Para comprender las causas y las consecuencias de la conformación de las luchas electorales en América Latina y su relación con nuevos discursos ideológicos será necesario entonces definir el concepto de ideología, el significado del populismo, el progresismo y el neoliberalismo a la luz del fortalecimiento de un nuevo modelo de desarrollo, conocido genéricamente como modelo neoliberal. Sólo entonces será posible aprehender con más detalles los conflictos políticos que se desarrollan en la región y los escenarios que se prefiguran en esta coyuntura en México.

El concepto de ideología, surgido de las cenizas de la revolución francesa, ha adoptado una gran variedad de significados asociados a conceptos como producción de significados, vida cotidiana, clase social, falsedad, dominación, intereses sociales, sentido, discurso, entre los principales.  Se mueve en un rango que va de lo racional a lo irracional, del engaño a la representación de intereses, del discurso a la acción. En todo caso, la ideología es un concepto histórico que aparece con las luchas modernizadoras de la Ilustración que estrechamente vinculadas con  la aparición de ideas políticas legitimadoras de tales transformaciones. 

Al final un elemento central del concepto tiene que ver con la idea de legitimidad y de transformación. Se justifica su uso en medio de la aparición de una visión de mundo, la modernidad, que coloca en el centro la naturalización de la idea de cambio como parte integral del desarrollo de las sociedades humanas. De acuerdo con la escuela del sistema-mundo, la revolución francesa fue la coyuntura en la cual aparecen el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo que se distinguen en relación con el ritmo de los cambios: desde la limitación máxima, pasando por las reformas graduales hasta el cambio inmediato. Su influencia se extiende a lo largo de dos siglos, hasta la caída del Muro de Berlín en 1989, después de los cuales pierden gradualmente su poder legitimador, lo que abre la puerta a transformaciones que para algunos significó el fin de las ideologías mientras que para otros sólo fue el inicio de un proceso de resignificación frente a la cancelación de la modernidad tal como se la concibió desde el siglo de las luces. 

Simplificando, la ideología se refiere a la construcción de un proyecto, de una ruta de acción para llegar a un futuro que no necesariamente pertenece exclusivamente a una clase social determinada pero que se encuentra limitada por las condiciones histórico-sociales en la que se desenvuelve. Es por tanto, al mismo tiempo acción y aspiración, que lejos de ocultar exhibe, en un contexto contingente, la confrontación permanente de intereses diversos que prefigura la aparición de nuevas ideologías, ajenas al ciclo liberal capitalista iniciado con la revolución francesa.

sábado, 16 de enero de 2016

El ‘Chapo’ Guzmán ¿bandolero social o corporación internacional?

En la entrevista realizada para la revista estadounidense Rolling Stone, Joaquín “Chapo” Guzmán afirmó  que el negocio del narcotráfico no depende de su persona pues este seguirá funcionando independientemente de quien o quienes lo dirijan. Esto no resulta novedoso si se toma en cuenta el hecho de las críticas recurrentes a la estrategia del gobierno mexicano y estadounidense, caracterizada por la búsqueda y detención de los grandes capos. Sobra decir que su falta de eficacia para contener el narcotráfico, no se diga para desaparecerlo se ve conmpensada por el impacto mediático de encarcelar o abatir a las cabezas de los cárteles.

En este sentido, si el propio capo se reconoce como líder de una empresa ¿por que es visto por millones de personas como un bandolero social, o cuando menos como una persona capaz de modificar el mundo en que vivimos? Al menos eso fue lo que le pidó cándidamente Kate del Castillo en 2012, cuando le envió un mensaje que entre otras cosas decía: Hoy creo más en el Chapo Guzmán que en los gobiernos que me esconden verdades aunque sean dolorosas, quienes esconden la cura para el cáncer, el sida, etc. para su propio beneficio y riqueza…. ¿No estaría padre que empezara a traficar con el bien? Con las curas para las enfermedades, con comida para los niños de la calle.”

La cita pone en evidencia el enorme desprestigo de los gobiernos pero sobre todo, la posibilidad concebida por una ciudadana común (aunque sea famosa por su carrera como actriz, puesto que expresa lo que muchos piensan en su fuero interno) de que un empresario pueda ser la solución a los problemas que vivimos. Y digo empresario aunque sus actividades sean ilegales; la línea que separa los negocios legales de los ilegales no parece estar claramente definida y el apetito de ganancias la borra frecuentemente.

El bandolero social es un concepto utilizado por las ciencias sociales para analizar la existencia de personajes, surgidos en ambientes rurales principalmente, que se rebelan ante las transformaciones que el desarrollo del capitalismo impone a comunidades y territorios, trastocando valores y formas de vida mantenidas a veces por siglos. En el fondo, el bandolero social, siguiendo a Eric Hobsbawn (Rebeldes primitivos), es un individuo que encabeza la defensa de la tradición frente a la imposición de valores que desarticulan profundamente las relaciones sociales tradicionales. Es por lo tanto, conservador en esencia, asumiendo personalmente la defensa de la tradición que la población común profesa pero no se atreve a manifestar públicamente y mucho menos para enfrentarse directamente a las instituciones del estado, sobre todo la policía y el ejército.

De acuerdo a lo anterior ¿cómo puede confundirse a una corporación internacionl con un bandolero social? Resulta evidente que el Chapo Guzmán se asume como empresario y no tiene la menor intención de promoverse como adalidad de los pobres y marginados del mundo, aunque le seduzca la posibilidad de modificar su imagen negativa por medio de una película.

Se puede comprender que muchos de sus empleados y sus familias lo consideren como un salvador, dadas las circunstancias económicas prevalecientes. Pero bastaría con revisar las duras condiciones de trabajo o la posibilidad de acabar en un fosa común por cualquier sospecha así como la sed de ganancia que le da vida a ese tipo de trabajo, para descartar semejante posibilidad. No se diga la constante negociación que los capos realizan con los gobiernos y los políticos para proteger sus rutas mercantiles o incluso para colaborar con las fuerzas del orden para desaparecer a activistas inómodos al estado. La estructura estatal y los cárteles han intercambiado servicios para su propio beneficio al grado de que hoy hablar de narcoestado no resulta una exageración. Remember Ayotzinapa.

Tal vez el problema de la popularidad del nativo de Badiguarato, Sinaloa, tenga más que ver con la fascinación que ejerce un personaje que parece desafiar públicamente a los gobiernos corruptos y echa mano de lo que sea para lograr y mantener fama y fortuna. ¿No es acaso el premio mayor promovido desde el poder y la cultura capitalista? ¿No es ésa a recompensa para los que se ‘esfuerzan’, para los que eluden las reglas o crean las propias para sarisfacer necesidades, sean éstas la que sean? Bajo esta lógica se podría incluso comprender por que la gente admira a Steve Jobs o a Bill Gates, distinguiéndoles como individuos modelo. Lo mismo sucede con el Chapo, fiel seguidor de la lógica capitalista y su piedra filosofal: la ambición desmedida.


Y ésa es la lógica que anima la existencia de la narcocultura, que haciendo apología de la violencia y la aparente racionalidad de la ganancia, así como de la temeridad y creatividad de los narcotraficantes, difnde la especie de que los capos son buenas personas o cuando menos tienen el potencial para serlo, y que si se decidieran a sembrar el bien otro gallo nos cantara. En el fondo esta recurrente confusión apunta a confirmar la enorme crisis de legitimidad en la que está inmerso el estado liberal y su aparato democrático electoral en México y, al mismo tiempo, la enorme fuerza que ha cobrado en nuestra sociedad la sacralización del dinero. Ambas cuestiones, no está por demás decirlo, están estrechamente relacionadas.

sábado, 9 de enero de 2016

La sucesión en Veracruz y el presidencialismo mexicano.


Es probable que una de las modificaciones irreversibles del sistema político mexicano en los últimos treinta años tenga que ver con el carácter del presidencialismo mexicano, particularmente en su poder para imponer a sus candidatos en los gobiernos de los estados. Y no me refiero a los triunfos de la oposición, que iniciaron con la famosa concertacesión que el salinato operó en Baja California para asegurarse la lealtad del PAN, sino con los de su propio partido.

Con aquella negociación, Carlos Salinas le pagó al PAN el favor de no unirse a la protesta neocardenista, allanándole así el camino a Ernesto Ruffo Appel en 1989 para inaugurar la etapa de la alternancia en los gobiernos estatales, que a la postre culminaría con la llegada del PAN a Los Pinos en el año 2000. Dicha negociación demostró que el poder presidencial ya no correspondía a los cánones del sistema político posrevolucionario y los años venideros confirmaron que el presidente y el partido dejaron de ser las piezas fundamentales, tal como lo señalaba Daniel Cosío Villegas en los setentas.

Con el voto de castigo al PRI, que le dio la presidencia a Vicente Fox, la vieja máxima que afirmaba que virrey no pone a virrey se intensificó. En aquéllos años en que los transitólogos no paraban de pintarnos un futuro ‘democrático’ en sesudas y bien pagadas investigaciones, el gerente-presidente no pudo imponer ni siquiera a los candidatos de su propio partido a las gubernaturas, mucho menos los de otros partidos. La pérdida de poder del presidente se derramó en parte a los gobiernos estatales y dio pie para que los sesudos en cuestión anunciaran el fin del presidencialismo, o cuando menos su debilitamiento en aras de modernizar políticamente al país.

Algunas de las facultades metaconstitucionales señaladas por Jorge Carpizo en su estudio sobre el presidencialismo mexicano se empezaron a debilitar desde el sexenio de Salinas pero cobró fuerza a partir 1997, cuando el PRI perdió la mayoría en el congreso federal. Sin duda que los sexenios panistas aceleraron aún más la tendencia pero el proceso de la pérdida de poder presidencial tuvo que ver sobre todo con el desmantelamiento del estado de bienestar y el creciente poder de las corporaciones internacionales para intervenir en la definición de la política económica. En el plano interno, la movilización social concomitante con la imposición de las recetas neoliberales también contribuyó al debilitamiento del presidencialismo aunque no logró detener la neoliberalización del país.

Los procesos mencionados, volviendo al tema, rompieron entonces con el privilegio presidencial de imponer gobernadores, quienes se convirtieron entonces en los factores de poder claves para comprender las sucesiones en los diferentes estados de la república. Y aunque algunos sigan pensando que el presidencialismo regresó por sus fueros con Peña Nieto, la verdad de las cosas es que el presidente interviene pero no lleva mano como antaño. Bueno, ni a su propio partido le puede imponer condiciones a su gusto; de que otra manera se explica la llegada de Manlio  a la presidencia del PRI nacional. Tal vez en el estado de México pueda imponer candidato sin oposición en 2018, pero está por verse como llega a su último año de gobierno. Para como va…

En todo caso, todo lo anterior viene a cuento con respecto a la sucesión en Veracruz pues si bien el gobernador Duarte no es el único factor de poder que interviene en la batalla cuenta en su haber con el control del presupuesto estatal, que a final de cuentas es el elemento central en el desarrollo de las campaña;, sobre todo la que se da fuera de los tiempos legales de los procesos electorales (programas sociales, apoyos, decretos y un largo etcétera) y en su resultado por supuesto. Con los órganos electorales locales sometidos, la inmensa mayoría de los medios de comunicación alineados, la alianza generosa con las FF. AA., la oposición fragmentada -incluyendo a las candidaturas independientes, of course- y como ya se dijo, el presupuesto (incluidos préstamos de emergencia), cuesta trabajo pensar que el gobernador no lleva mano en el proceso. 

Así que le sugiero a mis tres lectores que tomen en cuenta lo anterior para que participen en las quinielas con buenas posibilidades de ganar. No se haga ilusiones pensando que la señal viene de Los Pinos, o que Don Beltrone es el fiel de la balanza, o que el hijo predilecto de Nopaltepec es la mano que mece la cuna. Todos los mencionados están sentados en la mesa pero insisto, el que lleva mano, para bien o para mal, es el gobernador en turno. A menos que un escándalo mayor acabe con la débil legitimidad que tiene en el estado en las próximas dos semanas, ésa será la dinámica que defina la sucesión. Claro, a la mayoría de los veracruzanos les da igual quien salga (seguirán padeciendo las calamidades que nos distinguen a nivel mundial) y supongo que las especulaciones que acabo de escribir también.