Acuñada
por Maquiavelo para explicar las medidas extraordinarias que aplica
un gobernante para mantener su poder, la razón de estado se
justifica gracias a la idea de que la existencia del estado es un
valor que está por encima de los derechos sociales o individuales.
Así, el estado puede justificar sus acciones independientemente de
que sean legales o ilegales, legítimas o ilegítimas. Soporte del
estado liberal contemporáneo para mantener la dominación
capitalista, la razón de estado no es otra cosa que la justificación
de la violencia institucional, de los crímenes de lesa humanidad, de
la corrupción y los fraudes electorales (recuérdese el fraude
patriótico de 1988).
Utilizar
el concepto de razón de estado para comprender las acciones del
gobierno encabezado por Enrique Peña Nieto, sin el afán de
justificarlo, puede servir para comprender la dinámica de la
respuesta estatal a la desaparición de los 43 estudiantes
normalistas de Ayotzinapa y de la ejecución extrajudicial de seis
estudiantes, a los que hay que sumas 40 heridos, algunos de ellos de
extrema gravedad. Lo que está en juego no es solamente la maltrecha
legitimidad de Peña Nieto y su grupo para mantenerse en el poder,
coordinando y beneficiándose de la venta de los recursos naturales y
humanos. Además está en juego la legitimidad de las fuerzas
armadas, actor clave en la noche de Iguala pero también actor clave
en la política exterior estadounidense, materializada en el Plan
Mérida y el Tratado del Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN). Frente a la pérdida de popularidad de Peña Nieto y la
creciente ola de protestas a lo largo y ancho del país, las fuerzas
armadas devienen un actor central para mantener condiciones mínimas
para mantener el saqueo y el robo sistemático.
De
las investigaciones realizadas por el Grupo Interdisciplinar de
Expertos Independientes (GIEI) para esclarecer los hechos en Iguala y
Cocula hay un elemento que se destaca: el papel que jugó el
ejército. Si bien no existen pruebas fehacientes de la participación
directa del 27 Batallón de Infantería, del informe presentado por
el GIEI se infiere que el comandante a cargo del mencionado batallón,
coronel José Rodríguez Pérez, estuvo al tanto de todas los
detalles de la operación efectuada por fuerzas policiacas locales.
En el resumen
ejecutivo del Informe Ayotzinapa el GIEI señala que, de acuerdo
al “... un documento oficial de Protección Civil de la
coordinación de Chilpancingo se señala que no tienen acceso a
información a partir del C-4 en ciertos momentos esa noche porque la
comunicación está intervenida por Sedena” y
se agrega que en varios momentos del ataque a los estudiantes
estuvieron presentes efectivo del ejército y la policía federal.
Las
reiteradas peticiones del GIEI para entrevistar a elementos del 27
Batallón han sido ignoradas sistemáticamente por el gobierno
federal, lo que sin duda pretende evitar cualquier filtración de
información en lo relativo a la presencia y accionar de los
elementos en cuestión. Pero en el resumen ejecutivo del GIEI se
establece que, dado el número de efectivos policiacos fue necesaria
la coordinación de los operativos, es decir, de un mando central que
diera las órdenes. Tomando en cuenta el protocolo de seguridad
vigentes en el país, la coordinación de los mandos policiacos viene
desde los cuarteles por lo que resulta bastante probable que dicha
coordinación fuera realizada por mandos militares o que, al menos,
ellos estuvieron al tanto de todo a lo largo del operativo dejando
que se desarrollaran los acontecimientos sin que interviniera para
proteger a los estudiantes.
Si
a lo anterior se agrega que el GIEI sugiere que el móvil del ataque
a los estudiantes fue el tráfico de drogas (el quinto autobús
contenía droga en tránsito a la frontera) las consecuencias de
involucrar al ejército en el operativo son enormes. No sólo habría
coordinado las acciones de la policía para operar el ataque sino que
además lo hizo para proteger los negocios del narco, cosa que no
sería una novedad en la historia del narcotráfico en México. Baste
recordar al otrora todopoderoso zar del narcotráfico, el general
José de Jesús Gutiérrez Rebollo, quien aplicó dicha estrategia a
favor del Cártel de Juárez a finales de los noventa, para presentar
resultados en la supuesta lucha contra el narcotráfico y que a la
postre significó su caída y encarcelamiento.
Todo
lo anterior apunta a señalar al ejército como un actor clave en los
sucesos del 26 de septiembre de 2014. La 'verdad histórica' no tiene
otro objetivo que deslindar a los mandos militares de cualquier
intervención en el operativo, a pesar de que estuvieron enterados de
la situación todo el tiempo y de su largo historial de corrupción y
tráfico de influencias. La razón de estado, en este caso, está
dirigida a proteger a una institución clave del estado mexicano para
mantener al país alineado a la dinámica militarista para mantener
el saqueo de sus recursos naturales. En el contexto de la cuarta
guerra mundial es indispensable para el estado mexicano proteger a
costa de lo que sea -incluso del desprestigio creciente del entramado
institucional y de los partidos políticos, así como de la
popularidad de Peña Nieto y su grupo- la imagen de las fuerzas
armadas. De ellas dependen cada vez más para mantenerse en el poder.
Y ésa si que es una verdad histórica del estado liberal en México
y en el mundo.
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