Camilo González
“Y para el tamaño de los retos de México, no importa lo que se haga, nunca será suficiente para trabajar más a favor de los mexicanos”, decía Carlos Salinas en la famosa entrevista con Jorge Ramos. A pesar de que la segunda parte de la frase es casi ininteligible y no se sabe si la pronunció en un sentido positivo o negativo, la primera parte sí que se entiende: “El tamaño de los retos de México”.
Tampoco sabemos a cuáles retos se refería el expresidente durante esa entrevista, pero lo cierto es que año con año se nos acumulan dos o tres nuevos retos de buen tamaño. Que el país ya no va a crecer. Que el peso se nos volvió a desbarrancar. Que se escapó el que tenía que estar adentro y que está adentro el que no tenía que estar ahí.
En suma, el ciudadano mexicano ya no sabe si seguirles llamando “retos” o ya de plano dejar de lado el eufemismo para decirles “problemas”, porque el reto parece evocar algo que uno se propone superar, y un problema es algo en el que de repente uno ya está enredado.
En 2015, México tiene una población de alrededor de 120 millones y contando. Es, al mismo tiempo, una sociedad muy desigual en la que un pequeño sector de la población controla gran parte de los recursos y la mayoría se tiene que repartir el resto de una u otra forma. Al igual que el número de habitantes, el índice de desigualdad (que podría equipararse al coeficiente de Gini) no está congelado ni estático: está aumentando. Es decir, cada vez hay más pobres y los que ya eran pobres, son cada vez más pobres. Y cada vez hay menos ricos, y los que todavía son ricos son cada vez más ricos.
En un espectáculo bizarro, la miseria coexiste con la opulencia en el enorme escenario del territorio nacional y en medio de sus pantagruélicos recursos naturales. Para dimensionar, Austria, una de las sociedades más prósperas de Europa y con un nivel de desigualdad mucho, mucho menor al de México, tiene sólo 8.5 millones de habitantes.
En la Utopía de Tomás Moro me encontré con pasajes en que el célebre filósofo habla de las corruptas sociedades europeas del Renacimiento. Es curioso, pero en cada párrafo en que se describen los problemas de la Inglaterra y de la Francia del siglo XVI se asoma México entre líneas. En verdad resulta sorprendente la similitud de algunas situaciones políticas y sociales que se describen en este libro de hace cinco siglos y lo que vemos en el periódico hoy en día.
Por último, ¿qué es una distopía? Pues al contrario de una utopía, es una sociedad indeseable. Partimos de la premisa de que tanto la utopía como la distopía son ficticias y de algún modo “irrealizables”, pero en la realidad esto parece aplicar únicamente a la utopía, que nunca se cumplió en rincón alguno del globo terráqueo. No así la distopía, que vemos cumplirse día a día en las noticias.
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