Recientemente el consejero presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova Vianello, hizo una serie de comentarios burlescos y peyorativos hacia grupos indígenas que reflejan una clara reproducción del pensamiento cotidiano de la clase política mexicana, en donde la segregación no es tomada en serio, ni tampoco manifiesta la sensibilidad de los grupos menos favorecidos ante temas de alto impacto como Ayotzinapa, la discriminación racial, la violación de derechos sociales, la corrupción, la violencia o la crisis de representatividad política que atañe a nuestra nación plural y multicultural.
A raíz de lo anterior –y porque se tiene evidencia en audio–, surgió una cadena viral sobre los comentarios realizados. Pero más allá de las críticas sobre lo dicho, esta acción refleja de manera superflua en un entorno convencional la calidad ética de los altos funcionarios que es constantemente contrastada por su “hacer privado y público”, denotando una fisura del discurso por medio de dos lenguajes distintos: lo que se dice in situ y lo que se dice para legitimar una idea; no hay correlaciones entre los valores humanos y los valores democráticos en los representantes de las élites políticas mexicanas.
Para comprender esta acción no basta apuntar la temática hacia un acto “discriminatorio”, sino al debate que hay entre lo privado y lo público, dado que los defensores de la situación se promueven a favor del respeto de la vida privada del funcionario de alto nivel: porque todos tenemos pláticas convencionales después del trabajo en donde inclusive describimos situaciones anecdóticas matizadas de ironías y burlas, peripecias propias de una jornada laboral, como aquel obrero que al salir de la fábrica hace chistes con sus compañeros sobre el supervisor de producción. Por ejemplo, no hacer mofa del caso Ayotzinapa porque eso sería una falta de respeto, o como también le dicen los que saben: es una falta de educación a una situación delicada; verbigracia, no voy a reírme en un sepelio.
Pero esta situación no es casual, es política. Así como también hay un discurso oculto de los dominados a sus dominantes como explica James Scott (2000), lo cual conlleva a reproducir oraciones, conductas, hábitos, etc., que indiquen claramente una forma de resistir al poder; así también existe un discurso oculto reproductor de los que ostentan el poder que refleja un claro posicionamiento sobre “los unos” y “los otros”, la “diferencia”.
De acuerdo con Bourdieu, en el campo político existen lógicas excluyentes en la propia división entre profesionales y profanos, dado que se trata de la imposición de una visión y la manipulación de la demanda por medio de una oferta que “impone la interpretación legítima de las divisiones del mundo social” (Tahar, 2012: 20). Por lo tanto, recordar que Córdova está posicionado dentro de un campo político mexicano, representando una institución reconfigurada al juego democrático de cara a próximas elecciones, proveniente de un camarilla específica perteneciente a un partido o grupo político propio de una clase política, es muestra de un claro escándalo que compete al campo de lo político y por ende, de lo público. Así mismo, sus comentarios aluden a la “visión” y “valores” de una clase política cada vez más alejada de las minorías, que ha provocado una pérdida de confianza electoral y es parte de la actual crisis de representatividad por la que atraviesa el país. No es una doble moral, es una línea divisora entre los valores de las elites en el poder y los valores democráticos representativos.
El contexto en el cual fue desarrollada la trama: una reunión en donde se le explicaba a los grupos indígenas por qué no pueden crear una sexta circunscripción electoral para elegir representantes indígenas sin recurrir a partidos políticos, no es un asunto a omitir ni ser opacado por la viralidad de la situación, sino de poner un sentido de alerta que señale la falta de legalidad y normatividad institucional que impide abrir el campo político a las minorías, así como la falta de reconocimiento a la multiculturalidad y pluralidad de una nación heterogénea. Y eso representa el INE: un campo político cerrado que implica una simulación de elecciones de representantes de la clase política en donde no hay cabida para superar la partidocracia ni impulsar la acción ciudadana multicultural: no hay opciones democráticas.
Entonces, ¿cabe plantearse la cuestión desde la defensa de lo privado, el espionaje, la elegancia de la burla, de un acto de discriminación aislado de la coyuntura política en la que está circunscrito nuestro país? ¡No! Hay que plantearse la fisura que existe entre el discurso de los de “arriba” y los de “abajo”; entre lo que realmente piensa la clase política sobre las minorías y lo que dice para legitimar un discurso democrático, en suma, la crisis de representatividad política actual en México previo a las próximas elecciones, aunado a una institucionalidad electoral emergente y con falta de credibilidad como lo es el INE.
Por último, no hay que olvidar lo central: la negación de la participación política a grupos minoritarios en su gestión por la representación sin partidos políticos, lo que conlleva a reconfigurar la legitimidad de nuestras instituciones electorales y los propios gobiernos para abrir el juego democrático a un campo político menos compacto y más participativo, sin fisuras del lenguaje.
Scott, James. (2000). Los dominados y el arte de la resistencia. México: Era.
Tahar, Malik. (2012). Crisis de la representación política y democratización en México: de la generalidad y especificidad del caso, en Desafíos 24(1), pp. 15-36.
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