El aniversario de
la muerte de Luis Donaldo Colosio, el pasado 23 de marzo, estuvo acompañado de
una campaña propagandística encaminada a recordar lo que para muchos fue una oportunidad
perdida para democratizar a México. Su asesinato, se dijo una y otra vez en los
medios, acabó con la posibilidad de enterrar el autoritarismo del sistema político
y democratizar al PRI. De acuerdo con los hechos, no hay nada más alejado de la
realidad: Colosio fue en realidad la garantía de la continuación del proyecto
neoliberal impulsado por su mentor, Carlos Salinas. Su herencia está a la vista
de todos.
Los hechos que
rodearon el asesinato deben ser comprendidos como parte del reacomodo al
interior de la clase política, como consecuencia del modelo neoliberal
implantando tímidamente en el sexenio de Miguel de la Madrid y continuado con
brío por el de Salinas. Se ha popularizado la idea de que fue éste último el
que, por diferencias políticas, orquestó el magnicidio. ¿Quién en su sano
juicio puede creer que Colosio iba a acabar con el neoliberalismo en México? Que
un discurso del candidato haya sido el motivo de su muerte olvida el hecho de
que en realidad se estaba manteniendo la
costumbre de los destapados de alejarse políticamente de su jefe para alimentar
falsas esperanza -por medio de las palabras y no de los hechos. Ahora resulta
que la creatura mimada de Salinas, que se había distinguido por ser su más fiel
seguidor, experimentó una epifanía que le hizo ver las consecuencias de un sistema
económico y político injusto, profundamente autoritario y en consecuencia la
necesidad de cambiar el rumbo. ¿Por qué no aceptar la idea de que las reformas
económicas neoliberales impulsadas por Salinas provocaron enormes conflictos al
interior del PRI, manifestados por el conflicto entre renos y dinos, tan atendido
por los estudiosos de la política en aquéllos años?
La promoción de
las ideas neoliberales y su materialización en políticas públicas y estilos de gobierno en la
década de los ochenta provocaron una fractura al interior del PRI (y aquí no me
refiero a la corriente democrática sino a los dinosaurios) que marcó la
coyuntura del asesinato. Aceptar lo anterior serviría para especular sobre la posibilidad
de que el grupo de los dinosaurios priístas estuvo detrás del acontecimiento en
Lomas Taurinas. Y no porque estuvieran en desacuerdo con el modelo neoliberal
sino por su papel secundario en el proceso, por su marginación del reparto del
presupuesto público. Una prueba de ello es que en nuestros días, los otrora poderosos
líderes sindicales y campesinos, han perdido enormes cuotas de poder. Sin duda
que la continuación en el poder del grupo de los renos, ahora con Colosio a la
cabeza, representaba entonces una sentencia de muerte para los dirigentes de la
CTM y de la CNC., para el pacto corporativo inaugurado por Lázaro Cárdenas en 1938.
La campaña
propagandística del PRI para difundir la idea de que el asesinato de Colosio
representó una oportunidad perdida se atrevió incluso, en palabras de Manuel Camacho
Solís, a identificar a Colosio como artífice de la transición democrática. Fue
gracias a él, según Camacho, que inició el proceso que desembocó en la reforma
política de 1997 y la creación del hoy desaparecido IFE. Ahora resulta que
Colosio no sólo no representaba la continuidad del salinismo autoritario y
neoliberal sino que fue además el motor del cambio político.
Aceptando sin
conceder semejante argumento, obliga a observar a nuestro alrededor para
comprender los verdaderos objetivos de la supuesta transición: reconfiguración
del autoritarismo y profundización del neoliberalismo en México. A final de
cuentas, la renovación que supuestamente impulsó Colosio ha tenido como
resultado las condiciones de violencia, centralización política y aumento
sustancial de la corrupción y el tráfico de influencias y la pobreza que hoy se
viven en el país.
En este sentido,
no queda más que aceptar que la revivificación de la figura de Colosio no fue
más que una operación mediática para difundir la idea que es posible cambiar al
sistema desde adentro. De que la propia clase política tiene la llave del
cambio y que sólo hay que esperar por el hombre providencial, el mesías, que de
un manotazo cambie radicalmente las condiciones de vida de la mayoría de la
población. Y más aun, que éste iluminado emergerá de las cenizas del viejo PRI
para modernizarlo y ponerlo a la altura de las circunstancias.
Como se puede
observar, la burda operación mediática es una muestra clara de la decadencia de
un sistema político que, como los ancianos a las puertas de la muerte, delira y
se ilusiona con la juventud perdida. Desaparecida la esperanza real de un
renacimiento del sistema político, al partidazo y sus inquilinos no les queda más que tratar
de ocultar lo inocultable: el fin de un época y la necesidad de construir una nueva
sociedad desde abajo, lejos del protagonismo de la política institucional, de
los partidos y de sus dueños para acabar con el neoliberalismo y sus
consecuencias.
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