En
momentos en que los usuarios de las redes sociales en México se manifiestan
públicamente repudiando la reforma en telecomunicaciones que, entre otras
cosas, pretende debilitar los derechos de expresión de información y expresión,
convendría reflexionar acerca del ciberespacio y de las posibilidades que
ofrece a los ciudadanos para consumir, producir y compartir información.
Lo
primero que llama la atención son las enormes expectativas, en términos
políticos, que ha generado la aparición de las redes sociales, en particular
con respecto a la posibilidad de producir y difundir información que burle el
cerco informativo controlado por el estado y los dueños del dinero para
promover las demandas sociales. Como olvidar las insistentes versiones que
caracterizaban a la primavera árabe en Egipto como una revolución generada por
las redes sociales, pasando por alto el hecho de que, el movimiento que derrocó
a Hosni Mubarak en enero de 2011, estuvo estrechamente vinculada con las protestas
de octubre de 2010 en el Sahara Occidental, por no mencionar el hartazgo de casi treinta
años del gobierno de Mubarak y la frustración acumulada por la población.
Pero
el entusiasmo que se ha desarrollado alrededor de los nuevos medios de
comunicación reproduce, guardadas las distancias, el que generaron otros medios
en el momento de su aparición como la radio y sobre todo la televisión. Más
allá de la importancia de dichos medios para comprender el desarrollo de las
sociedades modernas, poco a poco quedó claro que los principales beneficiados
serían tanto el estado como los poderes fácticos asociados al gran capital, con
las limitaciones del caso. Ejemplos claros de lo anterior son el uso que le dio
Franklin D. Roosevelt a la radio -quien con su fino olfato la aprovechó para
sacar adelante sus proyectos, acercándose virtualmente a sus conciudadanos, lo
que le valió para reelegirse dos veces- o Mussolini y Hitler; este último,
asesorado por su ministro de Propaganda Joseph Goebbels, quien revolucionó la
comunicación política a lo largo de los años treinta y que explican que el
nazismo haya conquistado el imaginario social de los alemanes para, por
ejemplo, justificar los campos de concentración.
La
televisión es un caso similar que no tiene mucho caso describir ya que en
nuestros días resulta evidente el enorme poder que le reditúa a los que la
controlan para imponer medias verdades o mentiras flagrantes, para cercenar
derechos, difamar con la mano en la cintura y manipular procesos electorales,
aprobación de leyes y un largo etcétera. En este sentido, si bien los nuevos
medios alojados en el ciberespacio representan una revolución cualitativa de la
comunicación en nuestras sociedades convendría revisar brevemente sus
posibilidades pero también sus amenazas para el ejercicio de los derechos
humanos.
Efectivamente,
el ciberespacio representa un territorio que ha hecho posible que cualquier
persona que tenga acceso a internet pueda no sólo consumir información,
contrastándola con los medios tradicionales, sino sobre todo generarla desde
casi cualquier lugar y en diferentes modalidades: textos, audios, videos y
fotografías. Aun considerando que buena parte de la población en México no
tiene acceso al ciberespacio, es evidente que al estado mexicano le molesta
mucho que los ciudadanos cuenten con espacios autónomos, al margen de la
censura oficial, para ejercer su derecho a la información y expresión libre de
sus opiniones e ideas.
Una
prueba de lo anterior es precisamente la eventual reforma al uso de internet
que se discute en estos días, la cual disfrazada de cordero (e impulsada por
otro en el Senado) con el garlito de la universalización del acceso a internet
promovida desde el estado, pretende legalizar la vigilancia sobre la
comunicación privada -muy al estilo de Obama y la NSA en los EE. UU.- y
suspender el acceso a Internet a cualquier ciudadano que sea visto como una
amenaza a la seguridad nacional, concepto muy útil para censurar la disidencia
y la crítica al poder. Un escenario probable, para ejemplificar las
consecuencias prácticas de lo anterior, sería el ‘apagar’ la señal de internet
durante una manifestación pública para evitar que cualquier persona suba fotos
al ciberespacio en donde se pone en evidencia la violencia ejercida por las autoridades
para ‘controlar’ la manifestación, para aislarla del escrutinio público y
minimizar su impacto social.
Por
otro lado, y en consonancia con lo anterior, si usted tiene una cuenta de
Facebook o de Twitter con su nombre verdadero está irremediablemente sujeto a
difamación, insultos y amenazas por cualquier otra cuenta o cuentas (pueden ser
cientos) que, oculta con un seudónimo, puede insultarlo, amenazarlo, difamarlo
y no tendrá usted manera de defenderse o presentar una denuncia ante un tribunal
que resulte eficaz para detener semejantes ataques. El verbo ‘trolear’ resulta
hoy de uso común en las redes sociales para designar este tipo de ataques, que son
claramente una agresión a la libertad de expresión y que son utilizados por los
poderosos para intimidad o censurar por vía de los hechos las ideas
discordantes con sus intereses.
Así
que no nos queda más que matizar nuestro entusiasmo por las redes sociales sin
dejar de utilizarlas y, al mismo tiempo, evitar que la tendencia a controlarlas
por parte del estado y el gran capital tome fuerza. De otro modo estaremos cada
vez más cerca de vivir en un mundo descrito por George Orwell en sus novelas,
en donde el control efectivo y sistemático de las personas, de sus ideas y sus
visiones del mundo, sean el pan de cada día.
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