El 14 de diciembre de 2012 tuvo lugar una de las peores masacres en Estados Unidos. La sede: Newtown, Connecticut. Cualquiera podría reconstruir el guion aún cuando ignore los pormenores: un joven con rifle de alto calibre irrumpe en una escuela, tirotea a sus víctimas, y termina la faena quitándose la vida. No se conoce el origen exacto de este truculento ritual. Pero lo que más preocupa es que no se sabe con precisión las causas de tan sociopático comportamiento. A pesar de la flagrante reincidencia de estos actos, los diagnósticos acusan todavía un déficit de veracidad, lealtad o rigor. Sin embargo, no se pasa por alto que un problema fundamental es la falta de voluntad política para resolver este asunto, y la primacía de intereses corporativos tan obstinadamente socorridos en Estados Unidos. No es accidental que los multihomicidios estén a la alza: desde el 14 de diciembre de 2012 a la fecha han ocurrido 25 tiroteos en establecimientos escolares. El más reciente en las vísperas del primer aniversario de Newtown: el 13 de diciembre de 2013, en una escuela secundaria de Colorado, un alumno irrumpió a disparos en el recinto escolar e hirió a dos compañeros. Más tarde se suicidó.
Llama la atención que, a pesar de la creciente virulencia de la violencia en Estados Unidos, los gobiernos no hagan absolutamente nada (salvo enunciar condolencias públicas) para frenar la pulsión criminal de la población más joven. Una legislación restrictiva para la venta de armas es sólo una solución parcial, sin duda indispensable, pero insuficiente. Si el poder público (o en su defecto la sociedad) no actúa con firmeza y prontitud (y con inédito desdén hacia la agenda corporativa), los conciliábulos privados tomarán la iniciativa. Un peligro a la vista es que se cristalice el sueño húmedo de la National Rifle Association (Asociación Nacional del Rifle), que promueve el lobby político de la empresa, visiblemente con más empeño tras la masacre de Newtown: a saber, la incorporación de policías armadas en todos los colegios de Estados Unidos. Esta moción redundaría en la exportación de la doctrina de la guerra preventiva o el enfoque de seguridad nacional al ámbito de las escuelas. Una idea troglodítica que sin duda gozaría de vasta aceptación en ciertos círculos donde concurren intereses e ignorancia.
A poco más de un año de la masacre en Newtown, y a acaso a modo de conmemoración, cabe recuperar la reflexión en torno a esta modalidad de violencia tan corrosivamente incrustada en la vida pública de los norteamericanos. Se reproduce a continuación un texto publicado hace exactamente un año, y que da tratamiento al asunto en cuestión.
5 reflexiones acerca de la masacre en Newtown
No pocos autores han argüido que la civilización y la historia de la humanidad pueden contemplarse como un solo proceso cuyo signo dominante es la normalización de la violencia e injusticia. Voltaire, Marx, Freud, Benjamin, Zizek, por mencionar algunos, descubrieron esta suerte de hilo negro que atraviesa la vida del hombre, cifra dominante de las sociedades humanas. Sin encuadrarnos en un perímetro exclusivamente estadunidense, aunque sí aludiendo a ciertas especificidades de la América del Norte, exponemos aquí una serie de reflexiones referentes a la masacre en Newtown, (Connecticut, noreste), catalogada como una de las “peores tragedias en la historia reciente” de Estados Unidos. (Sólo la matanza de Virginia Tech, con 32 muertos, supera la masacre en Newtown –MILENIO). Adviértase que estas reflexiones responden a un interés, aparentemente generalizado, por responder a una interrogante irresuelta: ¿Por qué Columbine (1999), Virgina Tech (2007), Aurora, Colorado (2012) y ahora Newtown?
I.
Si existe un país donde el criterio liberal del “interés egoísta” tiene un alcance y aplicabilidad casi universal es en Estados Unidos. El cálculo frío, deshumanizado, suple a la tradición, el costumbrismo y el afecto comunitario, ligas inmateriales que cohesionan a otras sociedades. Ante la ausencia de expresiones básicas de afectividad, o bien, en un entorno de absoluto anonimato, los individuos anónimos se conducen conforme a un albedrío marcadamente antisocial. En un escenario de asedio, ira o desconsuelo, el individuo desata su venganza contra un colectivo igualmente anónimo. Por eso el asesino selecciona espacios públicos e individuos “sin rostro”, anónimos, para desencadenar su ira.
II.
La venta de armas en Estados Unidos tiene una connotación más profunda que el mero respeto a un derecho constitucional. Según cifras oficiales, en EU existen cerca de 238 millones de armas de fuego en manos privadas, para una población total de 310 millones. En el imaginario colectivo de la persona ordinaria, ser citoyen en Norteamérica es portar un arma. Por encima de cualquier otro derecho civil o humano, llámese salud, educación o vivienda, figura el derecho a portar un arma. Detonar un arma de fuego es tan sólo el ejercicio práctico-dinámico de este derecho inalienable del citoyen estadunidense.
III.
La violencia es un elemento fundacional vital del Estado Norteamericano. La aniquilación de las civilizaciones nativas –violencia intramuros–, y el exterminio expansionista de la América Imperial –violencia extramuros– son antecedentes identitarios que inexorablemente se enquistan en la psique del citoyen estadunidense. Se trata de representaciones simbólicas que dictan que la violencia es el recurso más efectivo para alcanzar cualesquiera que sean los fines. El asesino de Newtown, o el de Virgina Tech, realizan por medio de la violencia un doble fin: castigan al ente anónimo (colectividad sin rostro) que les ignora u oprime, y castigan violentamente su propio crimen, quitándose la vida. La promoción de la violencia vía la venta desregulada de armas o el martilleo incesante de imágenes pornográficamente violentas, ya sea en ordenadores, televisión o videojuegos, es apenas una expresión accesoria de una sociedad ontológica e históricamente atravesada por la violencia.
IV.
Existe una correlación entre “la gran frase hueca y el asesinato organizado”. En Estados Unidos, la vacuidad comunicativa es canon. Este abismo aviva la pulsión de muerte, la potencia destructiva. Y ésta destructividad –cada vez con más recursos técnico-logísticos al alcance– tiene un doble destinatario: el otro y el Yo.
V.
Para encontrar respuestas a la problemática de la violencia, en Estados Unidos o en cualquier otra sociedad, debe atenderse menos a los individuos que con actos violentos perturban la normalidad del “orden público”, y prestar más atención a la violencia inherente a esta normalidad del orden, que es la auténtica causante de los persistentes estallidos de violencia.
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